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Ensayo De Zapata


Enviado por   •  9 de Diciembre de 2014  •  3.270 Palabras (14 Páginas)  •  253 Visitas

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Para algunos Emiliano Zapata fue simplemente un revolucionario sangriento. Pero para mí es un personaje interesante, una figura histórica de proporciones míticas. Fue uno de esos líderes mesiánicos que se convirtió en encarnación de sentimientos colectivos y que por corto tiempo arrasó la faz de la tierra transformándola.

La guerra de Emiliano Zapata fue una guerra de reivindicación agraria cuyas raíces estaban en antiguos arquetipos de la "madre tierra". En unos pocos meses, luego de haber sido llamado por los líderes de su pueblo porque necesitaban a alguien "que se pusiera los pantalones" para luchar contra la inescrupulosa usurpación de las tierras de labranza de la comunidad (que necesitaban para sobrevivir) por parte de los grandes hacendados, el joven de 31 años se había convertido en el "General Zapata", en el símbolo de una utopía de orden religioso a quien todos seguían con fervor.

Nació en Anenecuilco, en el estado de Morelos, el 8 de agosto de 1879. Zapata creó comisiones agrarias para distribuir la tierra; pasó mucho tiempo supervisando su trabajo para asegurarse de que no se mostrara ningún favoritismo y de que los propietarios de la tierra no corrompieran a sus miembros. Estableció un Banco de Crédito Rural, la primera organización crediticia agraria del país, también trató de reorganizar la industria azucarera.

Don Emiliano era un hombre de estatura regular tirando a alto, de complexión también regular, tez morena clara, frente amplia y despejada, ojos grandes y negros de mirada muy vivaz, ceja y bigote poblado, pelo negro y lacio.

Acostumbraba vestir con la propiedad que la actividad a realizar requería, cuando trabajaba en el campo vestía de manta blanca, sombrero de palma y huarache de correa, pero cuando iba a Cuautla o a Cuernavaca a tratar algún asunto o de visita con sus amistades, se vestía de charro con sus pantalones de raya ancha, a veces colorada o a veces blanca, con su botonadura de plata, su sombrero galoneado u otro al que él llamaba "de pelo", su blusa de tela de Holanda cruda con la pechera alforzada y almidonada, atada a la cintura con un nudo en las puntas, su pañuelo paliacate en el bolsillo y un gazné de tacto sedoso al cuello de color negro o blanco, sus botines de piel de una pieza y un cinturón hueco de cuero de vaca llamado "víbora", dentro del cual se usaba guardar el dinero.

En esas ocasiones partía de su casa fumándose un puro y sobre su caballo colorado ensillado con una montura nueva que tenía bordadas con hilo de pita (es decir "piteada") sus iniciales.

Zapata no peleaba por "las tierritas" como decía Villa sino por la Madre Tierra. Su lucha fue arraigo. De allí que ninguna de sus alianzas perduro. Zapata no quiso llegar a ningún lado, quiso permanecer. Su propósito no fue abrir las puertas del progreso (por eso Palafox le reclamó haber caído a partir de 1915 en un "letargo de inactividad") sino cerrarlas, reconstruir el mapa mítico de un sistema ecológico humano en donde cada árbol y cada monte estaban allí con un propósito, mundo ajeno a otro dinamismo que no fuera el del diálogo vital con la tierra.

Zapata no salió de su tierra porque desconocía y temía a “lo otro”, el poder central lo percibía siempre como un intruso, como un acechante nido de "ambiciosos" y traidores. Su visión no fue activa y voluntarista, como la de todas las religiosidades marcadas por el padre, sino pasiva y animista, marcada por la madre. Su guerra de resistencia se agotó en sí misma. Durante la tregua de 1915, en lugar de fortalecerse hacia afuera se aíslo más, se adentro más en la búsqueda del orden perdido hasta el límite de querer reconstruirlo con la memoria de los ancianos. No fe un mapa productivo lo que buscó, es un lugar mítico, fue el seno de la Madre Tierra y su constelación de símbolos.

A decir de quienes combatieron a su lado, el caudillo del sur vivió. Logró escapar, dicen, gracias a su amigo Salomón, comerciante árabe que supuestamente se lo llevó al Medio Oriente.

Entre los que sostuvieron esta hipótesis figura doña Candelaria quien, con sus 119 años, contribuyó con sus testimonios en el documental Los últimos zapatistas, héroes olvidados que filmó Francesco Taboada Tabone (Cuernavaca, 1973) y que presenta 17 narraciones de sobrevivientes centenarios de la Revolución.

Las voces reunidas por Taboada y Tabone pretendieron rescatar ''la otra historia, la de los perdedores, la que no se cuenta en los libros" para los jóvenes de fin de milenio que sólo sabemos reconocer que ''el del paliacate es Morelos, el del bigote con sombrero es Zapata, y el pelón... Hidalgo".

Figura emblemática de la justicia, Emiliano Zapata ha sido personaje, símbolo y alegoría para pintores, grabadores y muralistas que, con un lenguaje plástico formal y solemne, o cuestionador y con leves toques de juego (lamentablemente los menos), han recreado la silueta del revolucionario, el rostro del héroe, el gesto del rebelde.

Amparados en el realismo que les ofrecían las fotografías de época, los artistas mexicanos construyeron a Zapata en muros y cuadros de caballete, en pinturas transportables y en collages. Lo mismo David Alfaro Siqueiros que Diego Rivera y Adolfo Best Maugard, o Alberto Gironella y Arnold Belkin, retrataron a su manera el rostro moreno, el bigote profuso y la mirada penetrante del caudillo de la Revolución mexicana.

Sin duda los muralistas y muchos grabadores del Taller de la Gráfica Popular fueron de los protagonistas fundamentales en la tarea de enaltecer a lo que de suyo es un mito.

Diego Rivera, “un zapatista místico'' como lo definió David Alfaro Siqueiros en Me llamaban el Coronelazo, pintó a Zapata como “santo'' en los corredores altos de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Pero también Rivera produjo un Paisaje zapatista muy festejado por los historiadores y críticos, pero que el escritor Luis Cardoza y Aragón dijo que “no sería bueno ni como portada de revista de publicidad. Nunca he entendido el folclor cubista de Rivera (y) el cubismo y el folclor no tienen nada qué ver entre sí''.

En tanto, Siqueiros hizo lo propio en México y en Chile. Por una parte, en la Sala Revolución del Museo Nacional de Historia de nuestro país rescribió la historia de La revolución contra la dictadura porfirista en la que varios segmentos de pintura subrayan la participación de los precursores e ideólogos que hicieron posible el movimiento. Entre 1957 y 1967 (un periodo largo por la inconstancia en el trabajo dada la actividad política

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