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Faraones Negros


Enviado por   •  17 de Noviembre de 2012  •  1.282 Palabras (6 Páginas)  •  389 Visitas

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Por Robert Draper

En el año 730 a. C. un hombre llamado Piankhi decidió que la única manera de salvar de sí mismo a Egipto era invadiéndolo. La situación se tornaría sangrienta antes de que llegara la salvación.

“Aparejen los mejores corceles de sus cuadras”, ordenó a sus caudillos. Destrozada por la mezquindad de los jefes militares, la civilización que había construido las colosales pirámides perdió su grandeza. Durante dos decenios Piankhi gobernó su reino desde Nubia, un estrecho en África cuya mayor parte se ubicaba en lo que ahora es Sudán. Piankhi se concebía como el auténtico gobernante de Egipto, así como el legítimo heredero de las tradiciones religiosas practicadas por faraones como Ramsés II y Tutmosis III. Hubo quienes no tomaron en serio los alardes de Piankhi, quien probablemente en realidad nunca visitó el Bajo Egipto. Pero él presenció directamente el avasallamiento del decadente Egipto: “Dejaré que el Bajo Egipto pruebe el sabor de mis dedos”, escribió más tarde.

Sus soldados bogaron al norte del río Nilo. Desembarcaron en Tebas, capital del Alto Egipto. Puesto que se creía que las guerras religiosas debían librarse de una manera apropiada, Pankhi ordenó a sus soldados que, antes de cualquier combate, se purificaran mediante una inmersión en el Nilo, vistieran lino de la mejor calidad y salpicaran sus cuerpos con el agua proveniente del templo en Karnak, lugar sagrado del dios solar Amón, a quien consideraba su deidad personal. Piankhi lo honró con ofrendas y sacrificios. Luego de consagrarse, el caudillo y sus hombres hicieron la guerra a cualquier legión que encontraron a su paso.

Al término de un largo año en campaña, todos los líderes en Egipto habían capitulado, incluyendo al poderoso tirano del delta, Tefnakht, quien envió a Piankhi un emisario para decirle: “¡Sé misericordioso!, que soy incapaz de ver tu rostro en los días de deshonra; no puedo erguirme ante tu fulgor, porque temo tu grandeza”. A cambio de sus vidas, los vencidos pidieron con vehemencia a Piankhi que utilizara sus templos, se quedara con sus más finas joyas y reclamara sus mejores caballos. Piankhi aceptó los ofrecimientos. En aquel momento, cuando sus siervos se estremecían ante él, el recién impuesto Señor de dos Reinos hizo algo extraordinario: embarcó a su ejército y su botín de guerra, zarpó rumbo al sur, hacia su tierra, Nubia, para nunca regresar a Egipto.

Tras un reinado de 35 años, Piankhi murió en 715 a. C.; sus súbditos honraron sus deseos al enterrarlo, con cuatro de sus caballos, en una pirámide similar a las egipcias. Fue el primer faraón que, después de 500 años, recibió un entierro de tal magnitud. Es una lástima que el gran nubio que consumó estas proezas no haya dejado, literalmente, un rostro para la historia. Las imágenes de Piankhi sobre las elaboradas estelas o losas de granito, que conmemoran su conquista en Egipto, ya hace tiempo que fueron destrozadas. Sobre un relieve en el templo de Napata, en la capital nubia, únicamente permanecen sus piernas. Sólo queda un particular detalle del hombre: su piel era negra.

Piankhi fue el primero de los llamados faraones negros, una sucesión de reyes nubios que reinaron en Egipto por tres cuartos de siglo, durante la dinastía 25. Los faraones negros reunificaron a un Egipto desgarrado, colmaron su paisaje de gloriosos monumentos, construyeron un extendido imperio desde la frontera sur hasta lo que hoy es Jartum, en la ruta septentrional hacia el Mediterráneo. Se mantuvieron firmes ante los sanguinarios asirios, y probablemente esto contribuyó a mantener a salvo Jerusalén. […]

El mundo antiguo era ajeno al racismo. Durante la conquista histórica de Piankhi, el hecho de que su piel fuese negra careció de importancia. Los trabajos artísticos provenientes de Egipto, Grecia y Roma muestran, en las tonalidades de piel, un inequívoco conocimiento de las peculiaridades raciales, pero hay poca evidencia de que una piel oscura fuera

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