Filosofia
Enviado por paola1222 • 30 de Enero de 2013 • 2.500 Palabras (10 Páginas) • 287 Visitas
Asignatura: Filosofía
INTRODUCCIÓN
En este informe hablaremos sobre lo ensayos o recopilaciones que abordaban, con un carácter más o menos complaciente, la evolución de la filosofía analítica en el siglo XX y su futuro en el siglo XXI. Un problema o una dificultad inicial, que encontraban la mayoría de esas obras era el de caracterizar la filosofía analítica como un movimiento filosófico
El rol de la filosofía en el siglo XXI
Preguntados por el rol del filósofo en nuestro tiempo preferimos hablar de tarea más que de misión. Es la tarea del pensar como camino en que nos ponemos a andar sin meta prestablecida, tarea un tanto diferente de la del académico que hace de la filosofía una profesión en la que se avanza, según observara Weber en su caso aplicado a la política, por estricto escalafón.
Recuperar entonces para la filosofía las marcas de su origen: se trata en principio de deseo impulsado por una carencia, toma la forma del diálogo y se hace en ella lenguaje vivo en espera de una respuesta, porque ha de ser la filosofía escucha tanto de la palabra del otro como de los hechos mismos y ha de ser permanente movilidad presta a recomenzar, nunca en reposo.
Pensar, entonces, como ese ponerse en camino de formular la pregunta y en el límite acoger el silencio. La filosofía en tanto arte del preguntar y de deconstruir las sedimentaciones de sentido es tarea que bordea lo abismal y se codea con el peligro. Pensémonos entonces sin el apremio por la respuesta. La filosofía no tiene nunca como meta servirnos de abrigo o de protección, la filosofía es viento fuerte, peligro.
El tema surgió a propósito de una pregunta acerca de la misión de los pensadores y la filosofía hoy, pero allí mismo en la formulación de la pregunta anida ya un problema: la idea de misión. Me animo, pues, a comenzar con una sugerencia. No hablemos de misión porque el pensador, no carga con ninguna misión, se trata tan sólo de un quehacer que el mismo ha escogido. Hablar de misión conlleva algunos supuestos que no entonan con lo que entendemos por este quehacer. En esto no hago diferencia entre filósofo y pensador, asumo que la filosofía es ella misma la tarea del pensar, no una profesión de eruditos que recogen y exponen conforme a ciertas reglas de oficio el pensar de los otros, componiendo en el mejor de los casos el concierto de la historia de la filosofía. Discurrir sobre estos supuestos acaso sea, entonces, un buen comenzar para responder a la pregunta que nos convoca, acaso un mal comienzo porque comienza con un no pero comienzo al fin.
Enfoquemos entonces, en la palabra “misión”, ella trae ecos de una actividad salvífica; nada más alejado de la tarea del filósofo y de lo que de él se pueda esperar. El filósofo no es el depositario de un saber esencial que ha de trasmitir para redimir a una civilización en crisis, el filósofo es un carenciado, un aspirante, que en tanto tal se pone en camino en esa tarea del pensar que es un tematizar, un problematizar, un formular las preguntas, nunca las respuestas. La respuesta si llega debe acogerse como la apertura de un nuevo interrogar. Por eso no es la tarea del pensador ni pontificar ni tomar partido. Dejemos ese proceder para los opinólogos los así llamados “nuestros intelectuales” quienes, siempre prestos, tienen a mano una crítica, una adhesión, un juicio cuando no un prejuicio, cuando no una solución. De sus discursos vacíos de tan compactos porque siempre responden a uno de dos posibles esquemas ya saturados, el del catálogo de los no, siempre insatisfecho, instalado en el lamento, o el de las rápidas adhesiones, presuroso en justificar lo dado porque ha perdido la capacidad del paso atrás para percibir la distancia entre lo que es y lo posible, resultan dos actitudes tan inocuas como frecuentes. O una mirada apocalíptica y desesperanzada o un divagar embriagado con los espejismos de una tardo modernidad enamorada de sí misma. En ambos caso se clausura el pensar y se pierde el sentido originario del filosofar. Mejor atengámonos a la etimología de la palabra donde ya va inscripta como marca ese modo de estar siempre en camino, tarea sin fin porque avanza impulsada por el deseo, filosofía como, aspiración que nunca se consuma.
El verdadero pensador permanece en la pregunta, alterna la palabra con el silencio, este funciona como la pausa y respiración necesaria para reanudar el pensar, eso que para los griegos era la más alta praxis, una experiencia hecha de andar y recolectar esperando escuchar el titilar de una pregunta. De Sócrates, el preguntón, me quedo con la frase que pone en su boca Aristófanes en Las Nubes “No concentres siempre el pensamiento en ti mismo sino suelta tu mente hacia el aire como un escarabajo atado al hilo de una pata”. Un buen ejercicio para el pensador en acecho, con la cabeza alerta y libre pero capaz a su vez de dejar el pensamiento suspendido en el aire. La tarea del filósofo semeja la del bricoleur, un coleccionismo de fenómenos extraños o cotidianos que trata de sopesar y transformar en interrogantes. La consigna es escuchar la historia, barrenar la ola del propio tiempo, transformarse en antena receptora con ojos y oídos nuevos.
Pero no se trata del laborioso trabajo del concepto, ese trabajo del animal de presa que al tiempo que cree conocer, inmoviliza, sino de entrenar la percepción para pensar lo no pensado, operar con un ojo para lo igual y un ojo para lo diferente. En una era posmetafísica, marcada por la pérdida de fundamento: necesidad de una estrategia abierta para habérselas con los rasgos de la época. “Desencanto”, no es sólo pérdida de lo sacro, alejamiento de los dioses; supone también descreimiento de la objetividad, la historia se vuelve fábula, el pensar deviene andenken que no es trabajo del concepto, sino memoria de lo ausente, de lo que ha sido y de lo que no ha sido. Y aquí hace entrada el filósofo como narrador. No para hacer historia de los errores ni de los momentos necesarios de la verdad al modo hegeliano, sino como recorrido de los hechos bajo el lema: entre lo necesario como legalidad insobornable y lo posible como ideal irrealizable, me quedo con lo real, ese humano demasiado humano que es lo único que tenemos.
Esta forma del narrar llama a una atención devota por lo limitado, ese amor que se profesa a lo viviente y sus huellas, a lo que arrastra como herencia y puede llegar a iluminar el presente. Para ello es necesario una toma de distancia, despegarse de las cosas y del negocio que con ellas mantenemos según fines de supervivencia, abstenerse de todo telos; ser coleccionista de las pequeñas
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