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GUION TEATRAL DE LA OBRA TUTUPAKA


Enviado por   •  25 de Junio de 2016  •  Trabajo  •  14.878 Palabras (60 Páginas)  •  902 Visitas

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GUION TEATRAL DE LA OBRA TUTUPAKA

Escena I

(Pueblo del mancebo)

  • Narrador: Salía de casa todas las mañanas al campo a trabajar. Cierto día se encontró con un arriero que conducía una recua de mulas cargadas. El mancebo lo detuvo y le dijo:
  •  Mancebo: Juguemos una partida, señor.
  • Arriero: Juguemos para divertirnos, contesto.
  • Narrador: Echaron los dados y jugaron. El joven lo aventajo en un principio: gano las mulas, las cargas e incluso al propio dueño. Entonces el arriero le propuso jugar nuevamente. Está vez el arriero fue el ganador y el mancebo termino finalmente empeñado.
  • Arriero: Joven, ahora me perteneces. Te llevare a mi pueblo.
  • Mancebo: No me es posible ir hoy a tu pueblo. Te seguiré después.
  • Arriero: Tú solo no podrías llegar a mi pueblo. Son tres meses de camino. Mi pueblo se llama Tutupaka.
  • Mancebo: De todas maneras, yo llegare a tu pueblo.
  • Narrador: Entonces ambos acordaron por escrito. El joven tendría seis meses de plazo para llegar a ese pueblo
  • Arriero: Te mandaras a hacer tres pares de sandalias de fierro y un bastón de madera. Después caminarás tres meses enteros hasta llegar a mi pueblo. Seguirás el camino guiándote por las pisadas de las mulas.
  • Narrador: Cuando todo estuvo convenido, se despidieron. El mancebo volvió al pueblo y apenas ingresó a su hogar les dijo a sus padres:
  • Mancebo: Padre mío, madre mía, hoy jugué con el diablo y he perdido. Hemos convenido en que llegaré a su pueblo dentro de seis meses. Solamente tres meses me quedan para permanecer a su lado, mientras preparo mi largo viaje.
  • Padre: Es imposible que te vayas.
  • Mancebo: De ninguna manera puedo quedarme. Debo marcharme como sea y enseñándoles el pacto escrito añadió: aquí está el compromiso escrito.
  • Narrador: Desde ese día inició sus preparativos para el viaje. Se mandó hacer tres pares de sandalias de acero y un bastón de madera. También se mando a prepara víveres y fiambres. El tiempo transcurrió rápidamente, cada mes pasaba como si fuera un día.

Sus padres, hasta el último momento, se obstinaron a disuadirlo. A pesar de todo, al cumplirse el tercer mes, el mancebo emprendió su largo viaje. El mancebo se despidió de sus padres y empezó a caminar como si marchara hacia la muerte. Sus padres le decían:

No podrás salir del infierno. Ya no volverás nunca.

  • Mancebo: Regresaré si consigo vencer al diablo. Pero si no lo domino, ya nunca volveré.
  • Narrador: El mancebo anduvo y anduvo, noche y día, hacia aquel pueblo lejano, siguiendo los rastros dejados por las mulas.

Escena II

(Orilla del mar)

  • Narrador: Pasaron cerca de tres meses y apenas pudo llegar a la vista de un mar enorme, en cuyas orillas desaparecieron las huellas de las bestias. Los tres pares de sandalias se habían agotado y hacía tres o cuatro días que el joven caminaba sin probar alimento. Entonces vio a una señora sentada con dos niñitos en la cima de un montículo próximo. Uno de los pequeños era mayor y el otro menor.
  • Mancebo: Señora mía, respóndame esta pregunta: ¿hacia dónde queda el pueblo de Tutupaka?
  • Señora: ¿Con qué motivo buscas ese pueblo?
  • Mancebo: Hice una apuesta con Satanás. El plazo que me dio ya está por cumplirse y si no llego el diablo me cargará en un carro de fuego.
  • Señora: Yo conozco el pueblo de Tutupaka. Sin embargo, se lo preguntaré a mi hijito, acaso él sepa dónde queda
  • Niño mayor: Tampoco yo conozco ese pueblo.
  • Mancebo: Dígame, madre mía, ¿Qué debo hacer ahora?
  • Señora: Hijo mío, haz sonar por los aires la trompeta. Llama a una reunión. Tal vez han visto ese pueblo los que vuelan por las alturas.
  • Narrador: Y el niño mayor hizo sonar la trompeta.
  • Señora: ¿conocen el pueblo de Tutupaka?
  • Pájaros: No. No lo conocemos
  • Señora: Entonces márchense. Tan solo para eso las llamé. Hijo mío vuelve a tocar la trompeta.
  • Narrador: Luego de que el niño tocara la trompeta vino una multitud de aves, pero menos el cóndor.
  • Señora: ¿En dónde queda el pueblo de Tutupaka? ¿Ustedes lo conocen?
  • Aves: No. Nunca lo hemos visto ni lo conocemos
  • Narrador: Todas las aves se marcharon cuando la señora les dio permiso para irse.
  • Señora: Toca la trompeta otra vez, hijo mío, toca a “llamada”.
  •  Narrador: el niño hizo resonar la trompeta, el cual vibró aún más alto. Entonces descendió el cóndor.
  • Señora: ¿Tú conoces el pueblo de Tutupaka? ¿Dónde queda ese pueblo?
  • Cóndor: El pueblo de Tutupaka está muy lejos. Yendo a pie son dos meses de camino. El pueblo de Tutupaka es el pueblo del demonio.
  • Mancebo: ¡Qué haré ahora, oh, madre mía! Ya que me encuentro en tu presencia, te ruego que me ayudes de alguna manera.
  • Narrador: Entonces la virgen le pregunto al cóndor.
  • Señora: No dudo de que conozcas ese pueblo. ¿Cuál es el camino más corto para llegar a él?
  • Cóndor: El demonio corta camino a través del mar. El mar para él es como si se le extendiera un puente. Por allí transita.
  • Narrador: La virgen le ordeno al cóndor:
  • Señora: cóndor, conduce tú a este joven.
  • Cóndor: Bien, mi soberana.
  • Narrador: La señora les entrego unos panes. Y le dijo al cóndor:
  • Señora: Ahora, cárgalo.
  • Narrador: El cóndor se echó al joven a las espaldas y le advirtió:
  • Cóndor: Cierra fuertemente los ojos. Por ningún motivo debes abrirlos. Cuando yo te diga que mires, los abrirás.
  • Narrador: Y así volaron tres días y tres noches completos. Al acabar la travesía, el cóndor le habló al joven:
  • Cóndor: Abre los ojos y mira.
  • Narrador: el joven abrió los ojos y vio que ya habían atravesado el océano. El cóndor descargo al joven y lo hiso descender de la llanura sin fin y le dijo:
  • Cóndor: Aquello que ves es el pueblo de Tutupaka.

Escena III

(Pueblo de Tutupaka)

  • Narrador: Y cuando el viajero miró hacia donde el cóndor señalaba, descubrió una población cubierta de humo denso que temblaba en las lejanías.
  • Cóndor: No ingreses al pueblo inmediatamente. Descansa primero en este lugar. Allá vive el enemigo.
  • Narrador: En ese instante vinieron tres muchachas a bañarse en el mar. La primera vestía de amarillo; la segunda, de verde; y la última, de color rojo. El cóndor continuo:
  • Cóndor: Esas tres muchachas que vienen son las hijas del demonio. Observa con mucha atención donde deja sus ropas la de vestido verde. Debes coger su vestido sin que te vea, Mientras se está bañando. Esconderás muy bien ese vestido verde y luego simularas no haber visto nada. Te echaras encima del vestido mirando hacia otra parte. Después de haberse bañado ella saldrá y buscará su vestido. Se acercara a ti y te preguntara, pero nada confesaras. A lo sumo dirás:”no he visto ropa alguna”. Junto con sus vestidos estarán sus anillos y un prendedor de oro de su blusa. Sacaras aquellas joyas y las enterraras aparte. Ella volverá a interrogarte cuando sus hermanas se hayan ido y la hayan dejado sola. Insistirá en sus ruegos y te dirá: “entrégame mis ropas, dámelas, por favor. Yo sé que tú las tienes”. Y repetirá: “devuélveme mis ropas, entrégamelas de todos modos”. Ante sus exigencias, tú le revelaras el motivo de tu presencia en este lugar y le dirás “tengo un compromiso con tu padre, por eso he venido. Hoy se cumple el plazo para presentarme ante él”.
  • Narrador: Así lo instruyó el cóndor; y le dio nuevos consejos:
  • Cóndor: Luego, le devolverás su vestido, pero no las alhajas. “Te devuelvo tu vestido con la condición de que me ayudes cuando este en tu casa”, vas a decirle. La muchacha se retirará diciéndote: “pierde cuidado, yo te ayudaré. Cuando me pidas, te lo concederé”. Pero todavía una vez más regresará. “Mis anillos estaban dentro de mis ropas y los echo de menos”. Tú deberás responder: “solamente he encontrado tu vestido, ningún anillo he visto”. Nada más debes declarar. Entonces, para que le devuelvas sus anillos, ella mencionara cierto asunto. Solamente entonces deberás hablar y hacer un buen acuerdo. Cuando tengas segura su promesa, le devolverás sus dos anillos. La otra joya no has de entregársela de ningún modo.
  • Narrador: Así le instruyó puntualmente el cóndor y cuando hubo terminado encumbró el vuelo sobre las nubes. El permaneció en el mismo lugar donde le había dicho el cóndor. Sin perderlas de vista, miraba embelesado a las tres bellas muchachas que llegaron hasta la playa y, dejando sus vestidos en la orilla, penetraron poco a poco en el mar para bañarse. Se sumergieron casi hasta las profundidades del océano; luego, flotaron sobre las ondas y se divirtieron jugando y nadando. Mientras tanto el joven arrastrándose a gatas se apoderó del vestido verde sin que se dieran cuenta. Hizo un bulto bien disimulado y, echándose encima, permaneció tranquilamente, como si no hubiera hecho nada, mirando en dirección opuesta. Las doncellas, después de haberse bañado, salieron de las aguas. Cada una fue a recoger su vestido. Dos de ellas se vistieron, pero la otra continuaba buscando sus ropas. Las tres muchachas se dieron cuenta de que allí había un hombre. L a que había perdido sus ropas se le acercó para preguntarle:
  • Muchacha: Señor, ¿Por casualidad has recogido mis ropas? Las dejé en la orilla mientras entré a bañarme en el mar.
  • Mancebo: No he visto ropa alguna. Me he echado aquí tan cansado que no podría haber levantado ningún vestido. Te ruego que me lo devuelvas. Te daré lo que me pidas. Te daré lo que me pidas.
  • Mancebo: He firmado un trato con tu padre y hoy debo presentarme ante él.
  • Muchacha: Ya sé quién eres. Esta mañana mi padre decía: “Un hombre debe haber llegado hoy, pero aún no ha venido. Aguardaré por él hasta el anochecer, pero si no llega iré a buscarlo en un carro de fuego2. Ese hombre debes ser tú. Yo velaré por ti en mi casa. Te daré lo que pidas. Lo único que te ruego es que me devuelvas mi vestido.
  • Mancebo: Yo también te ruego que me ayudes y favorezcas en todo lo que tu padre me ordene.
  • Narrador: La doncella prometió concederle al joven cuanto le pidiera. E joven, por su parte, le devolvió sus prendas. Ella se retiro para vestirse y regresó hacia el joven y le dijo:
  • Muchacha: Dentro de mis ropas tenía dos anillos y un prendedor de oro de mi blusa. Ten la bondad, señor, de entregarme esas alhajitas.
  • Mancebo: No he visto ningún anillo. Lo único que encontré fue el vestido
  • Muchacha: Tanto mi padre como mi madre me regañarán:”¿Dónde dejaste tus joyas? ¿Dónde las has extraviado? Corre a buscarlas”, me dirán. Te suplico que me las devuelvas.
  • Mancebo: No he visto nada. No tengo nada.
  • Muchacha: Mira, me gustaría ser tu novia. Si me prometes casarte conmigo, te protegeré de todo cuanto haya en mi casa.
  • Mancebo: ¡De acuerdo!
  • Muchacha: Toma este anillo que te defenderá si algo ocurriera en mi casa. Ven ahora tras de mí y entra a la habitación en la que yo entre. Luego, hablaras con mi padre de esta manera: “¡Señor, cuan fatigado llego a tu casa!¡Qué lejos queda! Pero he cumplido mi palabra y aquí estoy”. Así le hablarás y mi padre te dirá: “Pasa, buen señor, siéntate y cenaremos”. Cerca de la puerta principal, en un rincón, estará tendido un enorme perro guardián llamado Ninassu. Junto a él te echaras a descansar. En ese lugar te hará servir una abundante cena. Tú la recibirás, pero no debes comerla. Se la darás al perro. Luego, mi padre te indicará:”Descansa en esta pequeña habitación”. Tú te fijaras en un cuarto chico de puerta verde, que estará abierta. Las habitaciones de otro color estarán cerradas. A una de ellas te conducirá mi padre:”Quédate en esta habitación”, te dirá. “Discúlpame, gran señor, allí no puedo quedarme”, le contestaras y, atravesando la puerta verde, te arrojaras en la cama. Solo esa cama has de aceptar y de ningún modo probaras los potajes que te brinde. Yo me encargaré de llevarte alimentos por la noche y entonces te diré lo que conviene hacer cada día.

Escena IV

(Palacio del diablo)

  • Narrador: Así le instruyó la muchacha y luego ambos se separaron. La doncella tomó la delantera hacia su casa y el hombre la siguió de lejos. Por la misma puerta por donde ella ingresó también entró el joven y se tendió en el suelo.
  • Mancebo: ¡Señor, cuan rendido llego! ¡Oh que lejos queda tu morada, mi señor! Pero al fin he llegado, exactamente en el día que me citaste.
  • Diablo: ¡Ah! No hace mucho pensaba, observando el camino:” ¿Cuándo llegara ese joven?”. Entra. Siéntate y comeremos juntos.
  • Mancebo: Poderoso soberano, no podré hacerlo, pues estoy muy fatigado. Déjame descansar aquí.
  • Narrador: Entonces el demonio le mando llegar una cena abundante al sitio donde se había recostado. Le hizo servir una gran variedad de potajes que el joven recibió con toda cortesía pero el joven echaba el contenido de los platos al perro guardián, quien en un instante lo devoró todo. El joven fingiendo haber comido, le dio las gracias al diablo al devolver los platos. El demonio hizo que sus criado retiraran al servicio, mientras el joven continuaba tendido en un rincón junto a la puerta y sigilosamente observaba cuál de las habitaciones estaba abierta de par en par, y las demás piezas totalmente cerradas.
  • Diablo: Duerme aquí y descansa.
  • Mancebo: Gran soberano, discúlpeme que no pueda entrar en esa alcoba cerrada. Te ruego que me hospedes en este pequeño cuarto que está abierto.
  • Narrador: Ante esta actitud el demonio no tuvo más que mandar una cama a la habitación escogida por el mancebo. El huésped recibió la cama, él mismo la tendió y se echó encima para dormir.
  • Diablo: Acompáñame, ahora. Sentémonos juntos y nos serviremos una sopa.
  • Mancebo: Perdóname, mi señor. Tengo un cansancio tan atroz que no podré levantarme.
  • Diablo: Esta bien. Descansa y recupérate de la caminata. Ordenaré que te lleven la comida a tu habitación. Eso si, mañana temprano tienes que estar levantando para segar el trigo. Un sirviente te conducirá.
  • Mancebo: Esta bien, señor.
  • Narrador: Esa noche, el soberano hizo que un criado le llevara al joven la comida a su habitación. Pero él no probo nada, sino que se la dio toda al perro guardián. A medianoche, la doncella hija del demonio ingresó a la habitación llevando alimentos. El joven comió lo que le brindo la muchacha. Ella luego le pregunto:
  • Muchacha: ¿Qué te ordenó mi padre?
  • Mancebo: Me dijo que mañana debo segar un trigal adonde me conducirá un criado.
  • Muchacha: ¡Ah, ese trigal es inmenso! No acabarás de segarlo ni en diez años. Mi padre es un tirano que te ha ordenado esto para someterte. No sabemos qué otras cosas imposibles te ordenará.
  • Mancebo: ¿Y cómo podré hacer ese trabajo tan grande?
  • Muchacha: A cambio del que tienes te daré este otro anillo, al que le dirás:” ¡Ay, sortijita, sortijita preciosa! Quisiera ver este trigal segado y tendido con mucho esmero”. Dichas estas palabras, dejaras la sortija sobre el trigal. Pero antes vas a cortar un poco de trigo, a fin de que el sirviente te vea trabajando. Luego, formarás gavillas; enseguida colocaras la hoz en actitud de estar cortando el trigo. Después has de echarte con lacara sobre la tierra y la hoz cortará todo el trigo. Solo tus oídos estarán escuchando el ruido del trigo cortado. Esa sortijita dirigirá el trabajo. Cuando ya no se escuche el sonido de la hoz, levantaras la vista y mirarás. Inmediatamente te quedaras todavía un tiempo en el trigal. Luego regresarás y en cuanto llegues a la mansión dirás:”Apenas he podido acabar la siega, gran soberano. Era enorme la extensión de tus trigales”.
  • Narrador: Así instruyó la doncella al joven. Después, le dio de comer y le alistó el fiambre. Los alimentos del demonio eras nauseabundos, pero la muchacha le llevó ricas comidas aderezadas. A la madrugada, el diablo hizo que un criado le llevara al joven el desayuno a la habitación donde había dormido. El joven lo recibió, pero lo echó a la basura. Se levantó enseguida de la cama y salió. En ese momento, el demonio hizo que le dieran una hoz y que su sirviente lo llevara al trigal. El criado lo llevó solo hasta la orilla de los trigales.
  • Criado: Este es el trigal.
  • Narrador: El joven aparentó cortar el trigo, solo para ser visto por el sirviente, y amarró las primeras gavillas. Después siguió las indicaciones de la hija del demonio y repitió las palabras mágicas que le enseñara:
  • Mancebo: ¡Ay, sortijita, sortijita preciosa! Quisiera ver este trigal segado y tendido con mucho esmero.
  • Narrador: Pronunciada la fórmula mágica, coloco el anillo sobre la gavilla recién cortada. El trigal aparecía ante sus ojos como una extensión enorme, inacabable, que cubría lomas y quebradas. A pesar de todo, se tendió cara al suelo. La hoz comenzó automáticamente a cortar el trigo y el joven cría escuchar a una multitud trabajando. Percibía el ruido particular de la paja que se segaba. Poco tiempo duró la siega. Cuando hacía un buen rato que el sonido de la hoz se había silenciado, el joven levanto la cara y se puso a observar. Todo estaba segado con un corte parejo y hermoso. El anillo permanecía donde lo había dejado. Con cierto respecto reverente, el joven lo levanto:“Era cierto cuanto me dijo la muchacha”, pensó.“De todos modos tengo que casarme con ella”. Me quedaré aquí sin hacer nada, porque si vuelvo enseguida el soberano me diría: “¿Tan rápido has terminado?”. Así se concentro en sus pensamientos durante un buen rato, cuando, de pronto, apareció una carta delante de él. La levantó y la leyó. La hija del demonio le enviaba un mensaje urgente. Cuando hubo terminado de leerlo, optó por quedarse en el lugar. Solamente el atardecer regresó a la casa y se presentó ante el soberano.
  • Mancebo: Termine, señor, la siega que me ordenaste. Era una inmensidad tu sementera y difícilmente he acabado
  • Diablo: ¿Pudiste acabar? Cuidado con mentirme.
  • Mancebo: Manda, si quieres, un emisario para que lo compruebe.
  • Diablo: Así que…Mañana alistaras la era y reunirás allí la cosecha.
  • Mancebo: Esta bien, mi señor
  • Narrador: Esa noche, cuando todos se habían retirado a dormir, la muchacha volvió a visitar al joven en su habitación y le pregunto:
  • Muchacha: ¿Qué tarea te ha señalado mi padre para mañana?
  • Mancebo: Me dijo que prepare la era y que junte allí el trigo.
  • Muchacha: Escúchame atentamente. Pedirás mañana dos sogas muy largas. Has de pedir eso y todo lo necesario para aventar el trigo. Mi padre se pondrá diciendo: “¿Para qué necesitas tantas cosas?”. “En nuestro pueblo no trabajamos sin estos utensilios”, vas a responderle. Solo entonces te darán lo que hayas pedido y podrás marchar a la era. Cuando estén dispuestas todas las herramientas agrícolas, como para empezar la faena, dirás: “¡Ay, sortijita! ¡Joya preciosa! Quisiera ver ahora todas las gavillas de trigo amontonadas sobre la era, en perfecto orden”. Así has de proceder. Al día siguiente, a la madrugada, la joven le sirvió la comida al mancebo, según es costumbre entre los campesinos. En ese momento, Satanás comenzó a llamar desde su habitación:
  • Diablo: ¡Sírvanle el desayuno a ese hombre. Tiene que irse a trabajar la era!
  • Narrador: Los criados le llevaron el desayuno al forastero, quien les pidió los instrumentos para el trabajo.
  • Mancebo: Denme todo lo que necesito para la faena. Además requiero dos sogas, las más largas que haya
  • Narrador: Los criados volvieron donde el demonio.
  • Criados: El forastero pide dos sogas, las más largas que haya.
  • Diablo: ¿Para qué necesita tantas cosas?
  • Criados: Ha dicho que así acostumbran trabajar en su tierra.
  • Diablo: ¡Que importa! ¡Dale lo que pide!

Escena V

(Campo de trigo)

  • Narrador: Así fue como le entregaron al joven todos los utensilios agrícolas que a la cima donde estaba la era, ordenó las herramientas para aventar trigo y acomodó en el suelo el anillo mágico. Luego, se arrodilló en la tierra y dijo:
  • Mancebo: ¡Ay, anillito, linda joya! Desearía en este momento que esta era aparezca toda igualita, trabajada al ras.
  • Narrador: Poco después, cuando el joven se levantó, el campo de la era estaba maravillosamente igualado y hermoso. El joven acomodó entonces las sogas como para amarrar el trigo. Y pronunció la fórmula mágica:
  • Mancebo: ¡Ay, sortijita, sortijita preciada! Quisiera en este instante que todas las gavillas con esta sementera queden amontonadas sobre la era en perfecto orden.
  • Narrador: Luego, se arrodilló en la tierra. Y sus oídos percibieron que las gavillas eran levantadas con el sonido propio del trigo que se amarra, carga y traslada. A los pocos instantes, cuando cesaron los ruidos, el hombre se levantó y, con gran sorpresa, pudo contemplar las gavillas de trigo perfectamente amontonado en la era. Después, con sumo respeto recogió la joya prodigiosa. El joven comprobó que aún era muy temprano para regresar. Entonces apareció delante de él, en la misma chacra, una nota de la muchacha, cuyo texto decía: “Mi padre ha enviado ocultamente un observador. Ponte a trabajar y no te quedes sentado”

Escena VI

(Palacio del diablo)

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