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Gary Gray


Enviado por   •  19 de Mayo de 2014  •  606 Palabras (3 Páginas)  •  186 Visitas

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bien distraerme. El tiempo ha pasado volando entre una nebulosa de caras

nuevas, trabajo por hacer y el señor Jack Hyde. El señor Jack Hyde… se apoya en mi

mesa, y sus ojos azules brillan cuando baja la mirada y me sonríe.

—Un trabajo excelente, Ana. Me parece que formaremos un gran equipo.

Yo tuerzo los labios hacia arriba y consigo algo parecido a una sonrisa.

—Yo ya me voy, si te parece bien —murmuro.

—Claro, son las cinco y media. Nos veremos mañana.

—Buenas tardes, Jack.

—Buenas tardes, Ana.

Recojo mi bolso, me pongo la chaqueta y me dirijo a la puerta. Una vez en

la calle, aspiro profundamente el aire de Seattle a primera hora de la tarde. Eso no

basta para llenar el vacío de mi pecho, un vacío que siento desde el sábado por la

mañana, una grieta desgarradora que me recuerda lo que he perdido. Camino hacia la

parada del autobús con la cabeza gacha, mirándome los pies y pensando cómo será

estar sin mi querido Wanda, mi viejo Escarabajo… o sin el Audi.

Descarto inmediatamente esa posibilidad. No. No pienso en él.

Naturalmente que puedo permitirme un coche; un coche nuevo y bonito. Sospecho que

él ha sido muy generoso con el pago, y eso me deja un sabor amargo en la boca, pero

aparto esa idea e intento mantener la mente en blanco y tan aturdida como sea posible.

No puedo pensar en él. No quiero empezar a llorar otra vez… en plena calle, no.

El apartamento está vacío. Echo de menos a Kate, y la imagino tumbada en

una playa de Barbados bebiendo sorbitos de un combinado frío. Enciendo la pantalla

plana del televisor para que el ruido llene el vacío y dé cierta sensación de compañía,

pero ni la escucho ni la miro. Me siento y observo fijamente la pared de ladrillo. Estoy

entumecida. Solo siento dolor. ¿Cuánto tendré que soportar esto?

El timbre de la puerta me saca de golpe de mi abatimiento y siento un

brinco en el corazón. ¿Quién puede ser? Pulso el interfono.

—Un paquete para la señorita Steele —contesta una voz monótona e

impersonal, y la decepción me parte en dos.

Bajo las escaleras, indiferente, y me encuentro con un chico apoyado en la

puerta principal que masca chicle de forma ruidosa y lleva una gran caja de cartón.

Firmo la entrega del paquete y me lo llevo arriba. Es una caja enorme y, curiosamente,

liviana. Dentro hay dos docenas de rosas de tallo largo y una tarjeta.

Felicidades por tu primer día en el trabajo.

Espero que haya ido bien.

Y gracias por el planeador. Has sido muy amable.

Ocupa un lugar preferente en mi mesa.

Christian

Me quedo mirando la tarjeta impresa, la grieta de mi pecho se ensancha.

Sin duda, esto lo ha enviado

...

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