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HISTORIA LOS PARTIDOS POLÍTICOS


Enviado por   •  28 de Junio de 2017  •  Resumen  •  5.749 Palabras (23 Páginas)  •  102 Visitas

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LOS PARTIDOS POLÍTICOS

El concepto de partido político Una definición mínima de partido es "cualquier grupo político identificado por una etiqueta oficial que presenta a las elecciones y puede sacar en elecciones (libres o no) candidatos a cargos públicos" (Sartori, 1980). Sobre este tema central de las Ciencias Sociales se ha publicado abundante literatura.

Las preguntas que se han planteado respecto de los partidos son muchas, pero las más importantes remiten a su relación con la democracia y sus condiciones de durabilidad y efectividad. En efecto, los partidos van indisolublemente asociados a la democracia y son actores esenciales para asegurar su funcionamiento gracias a la competitividad entre ellos. A pesar de este hecho, se han repetido con cierta frecuencia algunas críticas relativas a los partidos. Se ha señalado que existe un círculo vicioso en el estudio de los partidos, derivado de un desarrollo insuficiente de la parte teórica, que a su vez dificulta el avance de las investigaciones empíricas (Sartori, 1980; Gunther y Montero, 2002). También se han defendido argumentos sobre la crisis o el declive de los partidos, tomando como indicadores aspectos como el descenso de la afiliación de los partidos tradicionales europeos o el incremento de la volatilidad electoral. La respuesta a estas críticas ha sido que los partidos, en efecto, están cambiando desde hace décadas, pero que no hay que confundir los síntomas de cambio con los de declive (Daalder, 2002; Katz y Mair, 1994, 2002). ¿Cómo han sido y cómo son los partidos políticos? En la siguiente sección se analiza cómo ha cambiado la organización de los partidos hasta llegar a configurarse tal y como los conocemos hoy en día. Posteriormente se revisan el concepto de sistema de partidos y formas de medirlo y compararlo. El último epígrafe explica la relación entre ciudadanos y partidos, revisando algunas aportaciones que se han centrado en el concepto de clivaje y en elementos relacionados con la cultura política o en la creciente importancia del marketing político. 2. Debates y perspectivas teóricas 2.1. La organización de los partidos Antes del sufragio universal los partidos políticos estaban organizados en torno al liderazgo de diversos grupos de notables, es decir, de personas de renombre social, vinculadas por redes de influencia económica, social y política, que se reunían informalmente para apoyar a un político o un grupo concretos. No tenían amplias organizaciones de base estables, ni tenían que ganar el favor de electorados anónimos. Su funcionamiento político dependía en gran medida de las relaciones personales entre esos hombres, en un tiempo en el que la mujer todavía no participaba de forma generalizada en política. Eran los denominados partidos de cuadros (Weber, 1922), de notables (Duverger, 1951) o de élites (Katz y Mair, 2002), caracterizados precisamente por estar organizados en torno a los líderes del partido. En gran medida, estos partidos estaban vinculados a sus grupos parlamentarios, a partir de los cuales comenzaron a surgir grupos de influencia estables, proceso descrito por Ostrogorski para Reino Unido y Estados Unidos a finales del siglo XIX. Ostrogorski (1902) es un autor que a pesar de 1 haber sido ignorado durante décadas, fue recuperado en los años cincuenta del siglo XX y puede considerarse sin duda uno de los autores útiles para comprender los cambios que tuvieron lugar en los partidos políticos de Estados Unidos y Reino Unido, que posteriormente se generalizarían a todas las demás democracias. Ostrogorski vivió en Reino Unido y en Estados Unidos y pudo comprobar cómo se estaban creando estructuras estables en torno al grupo parlamentario o vinculadas a la competición electoral fuera del Parlamento, paralelamente a las sucesivas ampliaciones del sufragio. Los nobles fueron reemplazados en la dirección de los partidos por los políticos, convirtiendo a los partidos en organizaciones permanentes dirigidas por políticos profesionales. Las motivaciones que explican esos cambios tenían que ver con el afán de conseguir ganar electoralmente y mantener el poder de los dirigentes de los partidos, con su ambición. Es precisamente el objetivo de ganar el poder y mantenerlo lo que explicaría la lealtad política y el mantenimiento de las estructuras organizativas de los partidos. En las nuevas condiciones de competición, ningún individuo podría llevar a cabo un proyecto políticamente relevante sin integrarse en las nuevas estructuras de los partidos. La indiferencia e ignorancia de los electorados, así como el uso que hacen los políticos de los medios de comunicación, asegurarían el predominio de los partidos. La falta de democracia interna, la tendencia a la oligarquización y la tentación de la corrupción en los partidos son algunas de sus críticas a los partidos estudiados. Al crearse estructuras estables, los partidos de comienzos del siglo XX se hacían progresivamente más eficientes que sus antecedentes, más capaces de competir efectivamente y ganar elecciones. Sin embargo, no conseguían ser partidos internamente democráticos. Esta aportación tuvo gran influencia sobre las obras de Max Weber y Robert Michels, otro de los autores esenciales para el estudio de los partidos políticos. Michels vivió desde dentro el desarrollo del SPD, el partido socialdemócrata alemán, y escribió sobre sus experiencias al respecto. Su Political parties, publicado originalmente en 1911, es tanto un ejercicio académico, como un libro apasionado derivado de su experiencia en política. Michels parece hablarle a otros afiliados socialistas, destacando las virtudes y advirtiendo sobre los problemas de este nuevo modelo de partido, el de masas. La imagen típica del organigrama de un partido de masas es la de una pirámide, con una gran base de afiliación, un estrato algo menor de dirigentes intermedios y una pequeña cúspide elegida y controlada en un principio por los niveles inferiores. Al fundarse un partido de estas características, las bases debaten los asuntos del partido, los votan, participando así en una toma de decisiones democrática, de abajo hacia arriba. Los líderes surgen de esa masa, para defender sus intereses, y dependen de la misma. No obstante, la realidad que vivió Michels dentro del SPD no se correspondía exactamente con esta visión idealizada de los partidos de masas. Tras haber contribuido al crecimiento de este partido vio con sorpresa que se producían cambios importantes en la estructura y funcionamiento del mismo. Con el paso del tiempo este sistema participativo, parecido a una democracia directa, cambió gradualmente. Poco a poco los líderes elegidos por las bases fueron contando menos con éstas para la toma de decisiones en el partido, excepto para legitimarse en sus posiciones de poder dentro del mismo. Se convirtieron poco a poco en una oligarquía que no quería renunciar a sus privilegios. Tomaron en definitiva conciencia de que su carácter de élite dependía de la permanencia del partido y de que ellos siguieran dirigiéndolo. Sufrieron un 2 desplazamiento de sus objetivos1 , pasando de considerar al partido como un medio para conseguir fines políticos a un fin en sí mismo, de cuya pervivencia y control dependía su propia supervivencia. Todos los partidos de masas, según Michels, están abocados a experimentar estos cambios. Esta es la Ley de Hierro de las Oligarquías: todo partido tiende a producir una oligarquía que busca por encima de todo garantizar su propia supervivencia y que defiende la organización del partido para conseguir este objetivo por encima de cualquier otro objetivo organizativo. Todo partido dejaría de ser democrático, denuncia Michels, como antes denunciase Ostrogorski. Ya no se tiene en cuenta a las bases, se evita además que puedan acabar con la oligarquía dirigente, pero lo hacen de modo disimulado. Se convierte así el típico partido de masas en una burocracia centralizada, jerarquizada, dirigida por una oligarquía que intenta sin embargo mantener por todos los medios la apariencia democrática. La apatía de las masas, su necesidad de guía y el ansia de poder de los líderes son las causas que permiten el mantenimiento de esta situación. Los libros de Ostrogorski y Michels analizan los partidos en sus dinámicas internas, aislados de sus respectivos entornos. Los presentan como organizaciones en cuyo interior ocurren acontecimientos políticos significativos. Sin embargo, lo que ocurre fuera de ellos no merece apenas atención para ellos. Serían sin embargo los cambios socioeconómicos ocurridos en las democracias europeas posteriores a la II Guerra Mundial los responsables del surgimiento de un nuevo modelo de partido: el partido catch-all. O, al menos, ése fue uno de los principales argumentos de su autor, Otto Kirchheimer (1966), en los años sesenta del siglo XX. Kirchheimer se inspiró para su artículo en el partido demócrata cristiano alemán, la CDU. A pesar de proponer este modelo de partido en un único artículo, estando poco definidas algunas de sus características, éste tuvo un gran impacto. Otto Kirchheimer identificó algunos cambios socio económicos acaecidos principalmente tras la II Guerra Mundial: había tenido lugar una mejora general del nivel de vida que conllevaba una reducción de las contradicciones de clase, una mayor secularización de los electorados y cambios relevantes en los medios de comunicación de masas. En las democracias europeas se habían extendido las clases medias, cada vez las poblaciones de las democracias europeas eran más homogéneas desde el punto de vista económico, fenómeno acentuado por la extensión de las ventajas del Estado del Bienestar en la posguerra europea. En definitiva, las condiciones de vida de las poblaciones se habían homogeneizado en gran medida, haciendo sus demandas más parecidas. Si en el pasado los partidos se habían especializado en representar y defender a algunos grupos concretos, ésa ya no era una estrategia de éxito. Ante electorados cada vez menos cautivos, era necesario alterar las formas de hacer política, convencerlos en cada ocasión para que acudiesen a votar, porque ya no disfrutaban de su apoyo incondicional, como había ocurrido en el pasado. Los partidos de masas se habían especializado en defender los intereses de los trabajadores, mientras que los partidos conservadores representaban primordialmente los sectores más acomodados. Podían contar con su voto de forma incondicional, ya que se había creado un sistema de representación de intereses estable. Este orden de cosas cambió después de la II Guerra Mundial y los partidos catch-all fueron la respuesta a estas nuevas necesidades de representación de electorados más independientes. 1 Para un análisis más detallado de los objetivos en las organizaciones, ver GARVÍA, Roberto. En el País de los Ciegos. La ONCE desde una Perspectiva Comparada. Barcelona: Editorial Hacer, 1997. 3 Los dirigentes de los partidos habrían reaccionado a estos cambios dando lugar a un nuevo tipo de partido ajustado a la competición a través de los nuevos medios de comunicación social. Como consecuencia del uso de los nuevos medios de propaganda, la imagen de los líderes se hizo aún más importante, acentuando la centralidad de éstos. Este nuevo partido contribuyó a personalizar los liderazgos, a fortalecer los grupos de líderes dentro del partido y a reducir el papel de los afiliados de base del partido. Era un partido más pragmático, con una relación más estrecha con los medios de comunicación, confiado en la imagen de sus líderes, más heterogéneo socialmente y abierto a la penetración por parte de los grupos de interés. Estaba en definitiva mucho mejor adaptado a la competición electoral de nuestros días, orientado a llevarla a cabo de manera eficiente. Los nuevos partidos deberían convencer a votantes que deciden su voto en cada convocatoria electoral y que son más homogéneos económica y educativamente. Con este objeto los partidos catch-all redujeron drásticamente la importancia de la ideología. Este es el rasgo más conocido de este modelo de partido, la disminución del contenido ideológico de su discurso. Como en ocasiones anteriores, parece que el éxito de los partidos organizados siguiendo estas ideas tuvo un efecto contagio sobre los otros partidos europeos. Desde los años setenta del siglo XX se habría desarrollado el último tipo ideal de partido: el partido cártel2 , en la terminología de Richard Katz y Peter Mair (1992, 1994). La innovación más importante que habrían traído los partidos cártel tendría que ver con su relación con el Estado, en concreto, su interpenetración. En esta nueva etapa los partidos serían, por una parte, agentes del Estado, es decir, trabajarían para éste. Por otra, utilizarían los recursos estatales para asegurarse su supervivencia, a través de medios como la financiación estatal de los partidos políticos. En cualquier tiempo anterior los partidos políticos habían asumido una separación clara respecto del Estado, que ahora los partidos cártel habrían roto. De hecho, los partidos cártel se habrían convertido en agencias semi-estatales. La palabra "cártel" viene de la situación de ventaja que adquieren algunos agentes económicos que deciden negociar las reglas de determinados mercados para conseguir evitar la entrada de competidores en los mismos. La interpenetración con el Estado ayuda a los partidos que ya están dentro del sistema a permanecer dentro del mismo y dificulta que entren partidos nuevos, contribuyendo de este modo a mantener el cártel que han formado los principales partidos. Unos pocos partidos se pondrían de este modo de acuerdo para limitar la entrada de otros competidores en la arena estatal, llegando a ciertos acuerdos sobre políticas públicas que todos los partidos relevantes respetarían y que dificultarían la entrada de nuevos partidos con éxito en la arena política, limitando de este modo la competición electoral. Los partidos cártel tendrían como fuente principal de recursos las subvenciones estatales, que los nuevos partidos no recibirían en cantidades equiparables. Otra vía para establecer diferencias sería la de asegurarse el acceso privilegiado a los canales de comunicación regulados por el Estado. Los partidos cártel, que es el modelo predominante a comienzos del siglo XXI, están dirigidos por políticos profesionales, que basan su imagen en su capacidad de gestión y 2 Hay otras aportaciones que no se van a revisar por solaparse en gran medida con lo expuesto, como el cambio de partidos de representación individual a partidos de integración de NEUMANN (1956) o de partidos burocráticos de masas a profesional-electorales de PANEBIANCO (1982). 4 eficiencia. Así, se han profundizado algunos rasgos ya señalados en el modelo anterior: la reducción del peso de la afiliación, la profesionalización de la política y personalización del liderazgo. Sus campañas electorales están basadas en el uso del capital, más que en los recursos humanos usados tradicionalmente. La contribución de los afiliados se orientaría de este modo sobre todo a dar legitimidad a los dirigentes de los partidos, una vez que su papel como fuente de financiación y como recurso para las campañas electorales fuera secundario. La estructura de este modelo de partido ya no sería piramidal, sino estratárquica, es decir, habría estratos de la organización con sus propios líderes y recursos, compitiendo entre si. Katz y Mair consideran que el partido cártel es la versión emergente de modelo de partido en nuestro tiempo. Desde su punto de vista, habría tenido lugar una evolución de unos modelos de partido a otros, desde el partido de élites (o notables), de masas, catch-all y cártel. Katz y Mair mantienen una visión evolucionista de los modelos de partido, a pesar de reconocer importantes diferencias en los partidos de varios países, o entre los de un determinado país. Los modelos servirían como referentes ideales que permitirían identificar algunas regularidades, independientemente de las diferencias entre unos y otros. Al contrastar sus hipótesis con los datos de la realidad, los resultados no han sido concluyentes. Las evidencias empíricas sugieren que no ha habido una sustitución de unos modelos por otros, sino más bien la coexistencia de varios modelos al tiempo e incluso la superposición de características propias de cada uno en los partidos históricos. En todo caso, su aportación ha conseguido romper el círculo vicioso que denunciaba Sartori en los años setenta: que la falta de conceptualizaciones sobre la organización de los partidos políticos hacía difícil su análisis empírico, mientras que la carencia de datos sólidos dificultaba el avance de conceptos útiles para su análisis. La preocupación por las causas y consecuencias del cambio organizativo en los partidos políticos se ha mantenido como un tema crucial de análisis de las Ciencias Sociales. Recapitulando y resumiendo, los rasgos fundamentales de los modelos organizativos de partido que se han sucedido desde la aprobación del sufragio universal son: Tabla 1. Modelos organizativos de partido. PARTIDO DE MASAS PARTIDO CATCH-ALL PARTIDO CARTEL Tras sufragio universal; principios del siglo XX Después de II Guerra Mundial Desde los años 1970 Vinculación de clase; base de afiliación grande Cambios socio-económicos en los electorados; Desalineamiento de votantes Interpenetración con Estado Ley de hierro de las oligarquías; Desplazamiento de objetivos; Burocrático, jerarquizado y centralizado; Apariencia democrática Pragmático y desideologizado; Personalización del liderazgo; Reducción del papel de los afiliados; Orientado a la disputa electoral; Heterogéneo y abierto a grupos de interés Subvenciones; Medios limitan la competencia electoral; Menor rol para afiliados; Legitimador; Estructura estratárquica; Profesionalización 5 2.2. Los sistemas de partidos, clasificación y medidas A la configuración y relaciones entre los partidos importantes de un sistema político determinado se le suele denominar "sistema de partidos". Se suele considerar parte del enfoque institucional. Para conocer un sistema de partidos es necesario determinar qué partidos forman parte del mismo. Como señala Sartori (1980), es necesario "aprender de nuevo a contar". Es decir, no todos los partidos que existen en un país son importantes desde el punto de vista de su influencia política. Muchos de ellos no llegan a sobrevivir más que un corto periodo de tiempo, sin alcanzar jamás representación política. Otros muchos consiguen representación política en unos niveles territoriales, pero no en otros, de modo que pueden tener influencia en algunos municipios, pero no en el país en su conjunto. Finalmente, incluso algunos de los que están representados en el Parlamento pueden no tener una gran influencia sobre el proceso político. Para determinar cuáles son los partidos relevantes de un sistema de partidos, dice Sartori, habrá que considerar únicamente los partidos cuya representación política cumple cualquiera de los siguientes criterios: 1. posibilidad de formar gobierno; 2. capacidad de veto; 3. capacidad de coalición. En función de su número, los sistemas de partidos pueden ser de partido único, bipartidistas, cuando son sólo dos partidos, o multipartidistas, cuando son más. Será un pluripartidismo limitado, cuando haya menos de cinco o seis partidos, o extremo cuando haya más de cinco o seis partidos relevantes. No obstante, al criterio numérico hay que añadir otros criterios para clasificar adecuadamente los sistemas de partidos. El bipartidismo se caracteriza porque los dos principales partidos tienen posibilidad de formar gobierno y se alternan en el poder. Si siempre gobernase uno, sería un sistema de partido predominante (o hegemónico, si estuviese limitada la competitividad). Ambos partidos tienen la expectativa y con frecuencia la posibilidad de gobernar solos. Para que un país con un formato bipartidista tenga un sistema bipartidista, es necesario que se cumplan estas condiciones mecánicas, relativas a la dinámica del sistema. Sartori distingue el grado de polarización de los sistemas de partidos y también su dinámica ya que ésta puede tender a crecer o no en el tiempo. En el multipartidismo polarizado suele haber un partido de centro que favorece las dinámicas centrífugas. Además, suele haber partidos antisistema importantes, además de una gran, creciente, distancia ideológica entre los partidos situados en los extremos ideológicos del sistema. Hay en esta clase de sistema de partidos oposiciones irresponsables que dificultan el surgimiento de coaliciones de gobierno alternativas. Además, suele haber una política de superoferta, es decir, de promesas excesivas. Cuando no hay partido de centro en el sistema, se tienden a imponer las fuerzas centrípetas. En cambio en el multipartidismo moderado no se dan esas características desestabilizadoras del sistema de partidos: hay una distancia ideológica relativamente pequeña entre los partidos importantes, una configuración de coalición bipolar y una competencia centrípeta. La elección de un sistema electoral puede influir sobre todo en la fragmentación del sistema de partidos, es decir, en el número de partidos que influyen de manera habitual en el proceso político. Todos los sistemas electorales tienden a reducir la fragmentación, 6 en mayor o menor medida. Es necesario siempre buscar un punto de equilibrio adecuado entre el respeto a los deseos de los ciudadanos y la estabilidad política que suele derivarse de una baja fragmentación electoral y parlamentaria. El sistema electoral es el efecto conjunto de las diversas leyes electorales de un territorio dado, que suele resumirse en proporcional o mayoritario. Los sistemas electorales se analizan detalladamente en otro texto de este guía, al que deberá remitirse el lector para completar esta parte relativa a los sistemas de partidos y las instituciones políticas. Para comparar sistemas de partidos entre sí o un solo sistema de partidos en diferentes momentos del tiempo se suelen utilizar los siguientes indicadores: la competitividad, fragmentación, número de partidos, volatilidad y polarización. Se pueden consultar sus definiciones y fórmulas en el siguiente cuadro: Tabla 2. Medidas de comparación de los sistemas de partidos MEDIDA QUÉ MIDE CÓMO SE CALCULA Competitividad electoral o parlamentaria Las diferencias en las proporciones de votos de los dos partidos más votados. Hay mayor competitividad cuanto menores sean las diferencias. Resta del número de votos o de escaños de los dos partidos más votados. Fragmentación electoral o parlamentaria: 1. Índice de fragmentación de Rae . 1. Es la probabilidad de que dos votantes seleccionados al azar opten por diferentes partidos en una determinada elección o de que dos parlamentarios, elegidos al azar, pertenezcan a partidos distintos. 1. T= % votos o de escaños 2. Número efectivo de partidos de Taagepera 2. Es el número de partidos hipotéticos de igual tamaño que tendrían el mismo efecto en la fragmentación del sistema que el que tienen los partidos de distintos tamaños en realidad existentes. 2. P= Proporción de votos o de escaños del partido i. Volatilidad Expresa los cambios ocurridos en los porcentajes de votos recibidos por los partidos, bloques o el sistema de partidos en su conjunto. En definitiva, mide el porcentaje de votos que han cambiado. 1 AGREGADA es la que se refiere al conjunto del sistema de partidos. N es el número de partidos, P el porcentaje de voto válido para el partido i y t y t+1 el momento de dos elecciones sucesivas. 2. ENTRE BLOQUES. La que se produce entre dos o más grupos de partidos agregados por criterios, tales como el ideológico. V es la volatilidad individual de cada partido. ∑ = −= n i TF i 1 2 )(1 2 1 1 i n i P N ∑ = = [ ] [ ] 2 ... ... VPVPVPVPVPVP VB + ji + k yx +++++ n = [ ( )] ∑ = +− = n i iit tPP VT 1 2 1 7 3. INTRA BLOQUES. Es la volatilidad que se produce en el interior de los bloques o grupos de partidos: VIB = VT-VB Polarización Mide la distancia que separa a los partidos extremos de la escala (generalmente ideológica). De la combinación de la fragmentación del sistema de partidos y la distancia ideológica surge la tipología de los sistemas de partidos de Sartori (1980): - partido único - partido hegemónico - partido predominante - bipartidismo - multipartidismo moderado - multipartidismo segmentado - multipartidismo polarizado. 2.3 Ciudadanos y partidos: clivajes, cultura política y marketing político Además de la clasificación de los sistemas de partidos vista previamente, hay otras formas de comparar los sistemas políticos entre sí. Se pueden tener en cuenta sus “dimensiones” o clivajes. Se suele hablar de las líneas de fractura, "cleavages" o clivajes del electorado correspondiente, haciendo referencia a la obra de Lipset y Rokkan. El objetivo de estos autores era analizar la génesis de las oposiciones y divisiones en una comunidad nacional, así como las condiciones para el desarrollo de un sistema estable de divisiones y oposiciones. Ofrecieron una explicación histórica para entender la configuración de posiciones estables en los sistemas de partidos, así como la estabilidad de sus apoyos electorales. Habría tenido lugar, según Lipset y Rokkan, una congelación de las líneas de fractura de los sistemas políticos europeos desde comienzos del siglo XX. Lipset y Rokkan (1992) defendieron que había ocurrido una solidificación o "congelación" de los sistemas de partidos, que trataron de comprender a través de los alineamientos de los votantes. Según estos autores, se pasaron dos revoluciones, la nacional y la industrial, que contribuyeron a configurar los grupos sociales que antes se habían opuesto a causa de estas mismas revoluciones. De esto, de acuerdo con Lipset y Rokkan, surgieron divisiones importantes: 1. Centro-periferia. 2. Estado laico-Iglesia, ambas derivadas de la revolución nacional, es decir, de la revolución liberal originada en Francia. 3. Terratenientes-empresarios. 4. Patronos-obreros, oposición económica vinculada a la Revolución Industrial iniciada en Gran Bretaña. 8 Se fueron creando partidos que defendían el centro y la periferia, la causa laica y la religiosa, con sus respectivos grupos de apoyo social, y así sucesivamente. La oposición entre estos partidos se fue haciendo estable, produciéndose lo que estos autores denominan "Verzuiling", es decir, la "pilarización" de los apoyos sociales y políticos a lo largo de las dimensiones mencionadas. Se crearon pilares, es decir, los apoyos a las causas encontradas se institucionalizaron, creando redes verticales de asociaciones e instituciones. El sistema de divisiones sociales se tradujo en sistemas de división de los sistemas de partidos. La historia de los partidos de masas europeos, dicen Lipset y Rokkan, ha sido la de la superación de los umbrales de legitimación, incorporación, representación y poder de la mayoría mediante la adopción de determinados sistemas electorales en Europa. Tras analizar con cierto detalle los obstáculos encontrados en su camino para acabar con los viejos privilegios censitarios, Lipset y Rokkan concluyen que: “los sistemas de partidos de la década de 1960 reflejan, con escasas pero significativas excepciones, las estructuras de división de la década de 1920 [...] Las alternativas partidistas, y en un considerable número de casos, las organizaciones partidistas, son más viejas que las mayorías de los electorados nacionales.” En los sistemas políticos de masas de los años sesenta habría por tanto muy poco margen para nuevas opciones políticas. Ha habido otras formas de analizar las relaciones entre ciudadanos y partidos. Almond y Verba, con libro publicado originalmente en 1965, fueron dos autores pioneros en el estudio de las actitudes políticas. Concluyeron que la cultura cívica, en la que se apoyan las democracias, es una cultura política mixta. Hay en ella muchos individuos activos en la política, pero también hay muchos otros que desempeñan el rol más pasivo de súbditos. El ciudadano democrático ha de ser activo, informado, responsable, pero también ha de ser capaz de ser pasivo en ocasiones y deferente con las decisiones políticas. ¿Cómo se soluciona esta aparente contradicción? Por una parte, en las sociedades democráticas algunos individuos son activos y otros pasivos. Por otra, las personas son inconsistentes con las expectativas puestas en ellos. Es decir, en las encuestas se descubría que aunque muchos sentían que participar era un deber cívico, pocos de ellos lo ponían en práctica. Estos hechos, que podrían ser considerados por algunos como negativos, tienen una influencia beneficiosa sobre la marcha de las democracias. La poca frecuencia relativa de participación política, su relativa falta de importancia para el individuo y la debilidad objetiva del hombre ordinario permiten actuar a las élites gubernamentales. Ambos componentes, el ideal participativo y la poca participación real, son elementos fundamentales de la cultura cívica. El primero hace que los ciudadanos se interesen por la política y controlen las decisiones de los políticos. El segundo permite un margen de acción razonable para la acción política. El ciudadano democrático, según Almond y Verba, no es el ciudadano activo, sino el potencialmente activo. Las teorías vinculadas con la escuela de cultura política ofrecen diferentes explicaciones para entender el comportamiento político de los ciudadanos, su tendencia a afiliarse o las decisiones trascendentes de votar o no votar y a quién votar. Parece bastante generalizada la idea de que se está reformulando constantemente la relación entre partidos y ciudadanos, una vez que la mayor parte del mundo es democrática. La democracia es el régimen político preferido sobre otros en el mundo, pero al tiempo 9 coexiste esta legitimidad democrática con una creciente desafección ciudadana, identificada por diversos autores (Diamond, 1999; Norris 1999; Pharr y Putnam, 2000). Las evidencias sugieren que entre las instituciones políticas, los partidos son los que despiertan un mayor rechazo por parte de los ciudadanos. Cada día más, los ciudadanos se muestran conformes con sus democracias, pero descontentos con sus partidos, a los que ven como ineficientes, corruptos o simplemente desconectados de su realidad y problemas cotidianos. Las evidencias son múltiples, una vez que se están ampliando las encuestas que se llevan a cabo a los ciudadanos del mundo y que se van realizando series temporales sobre cuestiones de cultura política como éstas también fuera de Europa. En el actual entorno, los partidos, que se han ido haciendo cada vez más sofisticados para captar la atención de electorados gradualmente menos atentos y confiables, han desarrollado en las últimas décadas en gran medida su orientación electoral, lo que suele denominarse con la expresión anglosajona como marketing político. Gianfranco Pasquino (2001) denomina la "nueva política de campaña", haciendo referencia a que los partidos habrían cambiado su orientación hacia llevar a cabo campañas permanentes, capaces de captar el apoyo de los ciudadanos, cada vez más independientes y descontentos con sus instituciones políticas. El artículo de Pasquino se refiere únicamente al sur de Europa y el autor señala que las transiciones a la democracia de la tercera ola que han experimentado los tres países han podido favorecer la adopción de este nuevo estilo político, ya que era necesario conquistar a estos nuevos votantes en un entorno político en gran medida desconocido. El uso de técnicas electorales nuevas era por tanto razonable desde el punto de vista de los partidos. En todos los países cabe no obstante esperar encontrar mezclas en diferentes proporciones de las técnicas nuevas y antiguas de competición electoral. Las técnicas antiguas estaban centradas en los partidos, siendo éstos totalmente responsables de la formulación, comunicación y propuestas programáticas de las campañas electorales. Los medios de comunicación de masas tenían una influencia, pero limitada, destacando aspectos concretos de los programas o de los liderazgos. La personalización de los liderazgos era limitada, siendo considerados más importantes las posiciones políticas de los candidatos y partidos, que las características personales y cualidades de los candidatos. Este orden de cosas se mantuvo hasta al menos mediados de los años ochenta del siglo XX, momento en el cual todavía los ciudadanos mostraban un fuerte apoyo por sus partidos y un alto nivel de identificación con ellos, como fue descrito por Otto Kirchheimer (1966), quien escribe en el momento de cambio desde el viejo estilo al nuevo estilo de hacer política, basado en la orientación electoral. Gradualmente, habría tenido lugar un descenso del papel de los partidos, una vez que éstos han tendido a contratar consultorías externas para llevar a cabo sus campañas de forma más eficiente, aplicando las técnicas de venta propias del marketing a la política. Los candidatos y partidos se ofrecen a los ciudadanos como cualquier otro producto comercial, usando los servicios de profesionales de la venta en masa. Habría tenido lugar un descenso de la afiliación y habría desaparecido la conexión estable y privilegiada con una clase social de determinados partidos, haciendo que los partidos necesitasen apelar a sectores cada vez más amplios del electorado. Para alcanzar este objetivo, los consultores externos podrían ser muy útiles. 10 Asimismo, los partidos intentarían asegurar su conexión con grupos de interés. De todos modos, lo más destacado de los cambios tendría que ver con el uso de los medios de comunicación de masas. En el nuevo contexto de competición, la mayor parte de la información que reciben los votantes llegaría a través de televisión y los partidos se estarían especializando en este tipo de comunicación política. Los medios de comunicación de masas serían cada vez más importantes, una vez que se comprueba que alrededor del noventa por cien de la población ve la televisión cada día. Este hecho contribuiría a la personalización del liderazgo. Cabe añadir otros efectos a los ya señalados por Pasquino, como el importante incremento de los gastos electorales, ya que la mayoría de los partidos han tendido a combinar elementos de la campaña tradicional con elementos de la nueva, sumándose los esfuerzos en ambas direcciones y por tanto, los gastos. Los mensajes tenderían a ser cortos, repetitivos y en ocasiones más subjetivos o emocionales, que racionales, mientras que se acentuaría mucho la personalización del liderazgo, identificando las virtudes del líder con las de su partido. Estos hechos han despertado preocupación por parte de algunos autores, como Giovanni Sartori (1997). Su tesis es que el vídeo está transformando al homo sapiens, producto de la cultura escrita, en un homo videns para el cual la palabra está destronada por la imagen. La televisión modificaría radicalmente y empobrecería el aparato cognoscitivo del homo sapiens. A mediados del siglo XX, la llegada del televisor y la televisión habrían roto con la cultura hablada o escrita anteriores, sustituyéndola por cultura visual. Otros autores, en cambio, han rechazado culpabilizar a los medios de comunicación de los cambios y han advertido del peligro de olvidar algunos efectos positivos que estos cambios en la relación entre partidos y ciudadanos haya podido tener. Así, Norris (2001) explicaría que en la última década habría ido creciendo el número de quienes, a ambos lados del Atlántico, habrían acusado a los medios de comunicación del aumento de la pasividad del público, de su desinformación sobre cuestiones políticas y de su desconfianza hacia el gobierno. Un punto de vista relacionado con esta idea consideraría que el desarrollo del marketing político profesional también habría contribuido al cinismo político de los ciudadanos. ¿Es correcta esta opinión convencional? Esta autora argumenta que el proceso de comunicación política que realizan los medios y los partidos no sería responsable de la pasividad cívica. Se estaría acusando erróneamente al mensajero de problemas y defectos que estarían profundamente enraizados en los sistemas de gobierno representativos. De hecho, las personas que ven más informativos de televisión, leen más periódicos, usan internet y prestan atención a las campañas electorales, tendrían consistentemente más conocimiento, confianza en el gobierno y serían más participativos. El público no respondería pasivamente a las comunicaciones políticas que se le presentan, según un modelo ingenuo de estímulo-respuesta, sino que filtraría, descartaría e interpretaría crítica y activamente la información disponible. Habría, de hecho, un círculo virtuoso entre consumo de medios informativos y compromiso cívico. Quienes más consumen noticias serían los más dispuestos a participar. Los medios de comunicación, por su parte, incrementarían el interés por y el conocimiento del gobierno. Sería un proceso bidireccional, un círculo virtuoso. Los medios informativos y las campañas servirían para activar a los activos, reforzando la participación democrática.

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