Historia De Mexico
Enviado por roger19890 • 10 de Diciembre de 2012 • 1.261 Palabras (6 Páginas) • 376 Visitas
Educación1
Carlos A. Carrillo
El fin de la escuela no es enseñar, sino educar al niño. Esta es la verdad más capital, el principio más fecundo, la generalización más amplia, la síntesis más breve de toda la pedagogía contemporánea. Esto no es una exageración retórica (pueden estar persuadidos de ello mis lectores), sino una verdad rigurosísima. Pero entendámonos, no llamo educación aquí a la finura y cortesanía de las maneras, ni aplico tampoco este nombre a la educación del corazón, que si es importantísima, no es toda la que el hombre debe recibir. ¿A qué educación me refiero entonces? ¿En qué acepción tomo esta palabra? Esto es lo que intento declarar por medio de algunos ejemplos.
Está una niña de doce años bordando una esquina de pañuelo. Acerqué-monos, para verla mejor. Está a punto de concluir su labor, y no revela mayor destreza en ella: trabaja con lentitud, y su obra dista mucho de salirle perfecta. Cuando la niña haya acabado de bordar la esquina, ¿cuál es el resultado que con su trabajo habrá conseguido? Desde luego, tiene un pañuelo más que podrá destinar a su uso personal, o con que podrá obsequiar a alguna amiga. Este es el resultado Inmediato y aparente. Pero, además, ha conseguido otro, que, si no se ve tan de bulto, no es por eso menos importante ni menos real. Y tan cierto es esto que, si suponemos que por un accidente el fuego devora el pañuelo que acaba de concluir, no podrá decirse con verdad que ella ha perdido en vano su tiempo y su trabajo. No, que el trabajo tiene un poder transformador y misterioso, que perfecciona todo cuanto se pone en contacto con él: la mano de la niña ha experimentado ese contacto, y ha adquirido una habilidad, una destreza, una agilidad que no tenía: el trabajo ha estampado sobre ella su sello indeleble. La mano primitiva, Inhábil, torpe, ha desaparecido, y ha sido sustituida por una nueva, que es un instrumento más adecuado para aquel género de labores. En otros términos, la mano se ha educado porque este poder transformador es el que anteriormente he designado con el nombre de educación. Quizás la mudanza no es muy sensible desde luego; pero no por esto podemos dudar de su existencia: suponed el trabajo prolongado por espacio de tres, de cuatro meses, de un año, de dos, de más tal vez; suponed que la niña borda, no un pañuelo, sino diez, veinte, cien, y entonces, os dejará asombrados el cambio inexplicable que se ha obrado en el instrumento de trabajo. Esta es la obra de la educación.
1 En Artículos pedagógicos, núm. 34, 2ª ed. México, Instituto Federal de Capacitación del Magisterio-SEP (Biblioteca Pedagógica del perfeccionamiento profesional), 1964. [Publicado originalmente en 1886. N. del ed.]
Suponed, no a una niña que borda, sino a un herrero que comienza a hacer clavos, a una cigarrera que tuerce cigarros por la vez primera, a un estudiante que toma las primeras lecciones de violín; dejad correr el tiempo, dejad que la educación acabe su obra, y comparad la mano tosca, torpe, inhábil, pesada, desmañada de los días primeros, con la mano ágil, diestra, hábil, rápida, dócil a las menores órdenes de la voluntad. Ese cambio maravilloso es el fruto de la educación.
Tomo otro ejemplo. Considerad un niño que está estudiando de memoria una lección. Tiene nueve años, son sus primeros ensayos, y repite una, dos y cien veces unos breves renglones para lograr grabarlos en su memoria indócil. Por fin, ya lo logró; salió triunfante de su empeño. Mañana recitará delante de sus condiscípulos la fábula que con tenaz trabajo consiguió aprender, la recordará durante una semana, un mes, un año, tal vez durante todo el curso de su vida. Pero, ¿es éste
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