Historia de un sobreviviente de duelo
Enviado por l2a2g2a2 • 23 de Agosto de 2014 • Informe • 447 Palabras (2 Páginas) • 216 Visitas
Voy a contar una historia verdadera. Se trata de un singular duelo de caballeros cuyo interés principal reside en que los protagonistas fueron dos personajes del hampa de Lima, exactamente del barrio de Malambo. El nombre de resonancia africana abarca un dédalo de casas y callejones de adobe, colorido emporio del negrerío, del mulataje, de una más reciente cholada, de toda esa chocolateada mezcolanza racial ante la cual resalta la blancura de la minoría cuyos antepasados dieron nombre a la Ciudad de los Reyes.
Otro elemento de interés en la historia es que tal duelo no se llevó a cabo según las puntillosas reglas del Marqués de Cabriñana. Fue a la criolla y usando el arma llamada chaveta, larga y delgada hoja de acero, filuda hasta poder afeitar, con la cual se dan tajos los pelanderos del pueblo costeño del Perú.
Quizá tenga también interés anotar que mi información es de primera mano. La historia del duelo me la contó el sobreviviente, mientras ambos cumplíamos condena en la penitenciaría de Lima. ¿Será necesario aclarar que yo estaba preso por razones políticas? Fui sentenciado a diez años de presidio por tomar parte de la revolución de Trujillo, hecha en 1932.
Cuanto vi, escuché y pasé en ese sombroso antro de altas paredes lisas y barrotes rechinantes, donde más de una vez, por esos radiosos milagros del alma humana, afloraba también luz, podría ser materia de una novela que acaso escriba con el tiempo. Por el momento, quiero contar la historia del original duelo que, pese a algunas de sus características arrabaleras, fue considerado por la Corte de Justicia de Lima como un duelo de caballeros. Para tan gallarda interpretación mediaron causas que ya aparecerán.
Después de ingresar en la Penitenciaría, pasé por siete días reglamentarios de aislamiento y luego entré en contacto con una treintena de compañeros de lucha que me había precedido en la entrada, y los presos comunes. Los “políticos” no tardaron en señalarme a las notabilidades que había entre los “comunes”. Allí se encontraba Carita, mulato malambino de los que por su retadora condición de hombre de pelea, reciben el nombre de faites.
Carita era más alto que bajo, de contextura recia; usaba zapatos de tacón alto, a la andaluza; llevaba arreglado el uniforme a rayas negras y grises según su medida; se ladeaba sobre la frente la visera ancha de una gorra de apache y los domingos hacía flotar en torno al cuello un pañuelo rojo. En su cara cetrina y alargada, un tanto caballuna, la boca prominente lucía una gran cicatriz; la nariz era ancha y de trazo enérgico; los ojos oscuros se movían ágiles, pero a ratos adquirían la fijeza de los de una fiera en acecho.
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