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Hugo Chávez


Enviado por   •  17 de Octubre de 2012  •  Biografía  •  2.343 Palabras (10 Páginas)  •  384 Visitas

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Hugo Chávez resultó reelecto como presidente de Venezuela. Para sus opositores, esto significó una gran desilusión pues muchos estaban convencidos de que Henrique Capriles Radonski resultaría vencedor. En cambio, para mí, no fue más que una “crónica de una victoria anunciada”.

Mi seguridad de que Chávez volvería a ser reelecto (a excepción de esos minutos en los que me permití creer en lo que mi corazón anhelaba y no en lo que mi cabeza decía) no tiene que ver con mis ideologías políticas. Tampoco se debía a una desconfianza en el sistema electoral o que creyera que Chávez haría trampa. Para mí siempre estuvo claro que Hugo Chávez sería el presidente reelecto.

Al saberse el resultado de las elecciones, unos amigos puertorriqueños me preguntaron “¿si Chávez es tan malo, cómo es que vuelve a ganar?” La respuesta es fácil, mas no simple ni obvia. Chávez sigue siendo presidente porque cada pueblo tiene, el gobernante que merece.

No, no digo esta frase a la ligera. Tampoco quiero decir que el 54 por ciento de votantes a favor de Chávez tendrán un castigo merecido por sus convicciones (o inseguridades) políticas. No. Cuando hablo del pueblo, me refiero a toda Venezuela. “Un pueblo ignorante es herramienta ciega de su propia destrucción” decía Simón Bolívar y lamentablemente, todavía hay muchos ignorantes en ambos bandos, Chavistas y opositores.

Para saber la razón por la que Hugo Chávez sigue siendo presidente, primero debemos recordar por qué llegó a serlo en primera instancia. Tristemente, los pueblos tienen una memoria demasiado corta para aprender de su pasado. Chávez no se convirtió en presidente por magia o por trampa. Tampoco fue su fallido golpe de Estado lo que lo sentó en la silla presidencial. Chávez fue electo presidente por una mayoría sin precedentes en 1999.

¿Por qué? Simple. Durante los cuarenta años anteriores al Chavismo, Venezuela vivió una época en la que los hegemónicos partidos políticos Acción Democrática y COPEI se dedicaron a gobernar al país como si de una empresa se tratase. Claro está, estos fueron los partidos que habían acabado con la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, por lo que merecían estar en el poder.

Pero, sumidos en el capitalismo más salvaje y el populismo más vil, los “ADecos” y los “COPEyanos” se acordaban del pobre solamente cuando de conseguir votos se trataba. En una nación con más de 80 por ciento de pobreza, esta gente gobernaba para el 20 por ciento restante: los ricos y la clase media, que tenía un estilo de vida bastante acomodado.

Mientras tanto, el pobre se conformaba con ver de lejos al rico y a la clase media tener la vida con la que ellos solo podían soñar. A cambio, recibían calificativos como “mono”, “malandro”, “Niche”, “marginal”, “tierruo” (equivalentes a “cafre” o “caco” en Puerto Rico). Palabras despectivas que solo tenían un verdadero significado: inferior. Por si fuese poco, al pobre se le acusaba de que “si era pobre, era porque no quería trabajar para salir del hueco en el que estaba”. Esta falacia no sólo implicaba que el pobre era vago y vivía en la calaña, sino que desconocía a aquellos que, aún trabajando y partiéndose el lomo, seguían siendo pobres, o a los millones que simplemente no conseguían un trabajo.

A esto se sumo que comenzó a aumentar la criminalidad, lo que empeoró el panorama. Mucha gente culpa a Chávez de la inseguridad que vive Venezuela hoy en día, pero la verdad es que ésta comenzó mucho antes de 1999. A mí, mucho antes de Chávez, me amarraron en mi casa y se llevaron todo. Me apuntaron con rifles semiautomáticos cuando asaltaron la mansión de unos amigos donde me estaba quedando a dormir. A mi mamá le abrían el carro cada dos meses. Yo caminaba con miedo en la calle y sin poder usar un reloj en la muñeca, antes de que Chávez fuese siquiera liberado de prisión.

Todo este ambiente de inseguridad venía acompañado de un prejuicio gigantesco. Si uno veía un morenito vestido con ropa barata en la calle, uno sospechaba de él porque “seguramente era un malandro o un choro”. Si, lamentablemente este era un estereotipo basado en una realidad, pero no dejaba de causar un distanciamiento aún mayor entre las clases y, por lo tanto, más resentimiento de los pobres.

Cuando tenía 10 años (hace 21 años, 7 antes de Chávez), mientras permanecía amarrado en el piso y se llevaban los aparatos electrónicos de mi casa, un ladrón dijo en voz alta “me voy a llevar el Nintendo, porque mi hermanito no tiene con que jugar”. En mi mente de niño solo pude percatarme de una cosa: “este hombre no nos hace esto porque sea malo, sino porque nos tiene rabia”. Claro, yo era demasiado pequeño para entender qué le había hecho yo para que me castigara llevándose mi Nintendo, pero el sentir el resentimiento en su tono de voz, marcó mi vida para siempre.

Ahora bien, como si se tratara de una olla de presión, el resentimiento y el abandono por parte del gobierno, se fue mezclando y convirtiendo en una bomba de tiempo. Disturbios, saqueos, la criminalidad, dos intentonas de golpe de Estado, estos no son eventos aislados que salieron de la nada. Eran demostraciones de un pueblo descontento y desesperado. Este panorama fue un caldo de cultivo para que apareciera un hombre, que sería visto como un héroe, un símbolo e incluso un mesías.

Hugo Chávez era un hombre que no venía de la clase alta. Un soldado de un pueblo pobre llamado Sabaneta, en el estado Barinas. Se presentó ante ese 80 por ciento de la población y les habló a ellos. Hizo lo que nunca antes nadie había hecho: hablar sobre ellos y para ellos. Era un premio para los que habían sufrido por tanto tiempo, así como un castigo para los que se habían hecho la vista larga. Era el gobernante que merecía Venezuela.

Durante 14 años, Chávez ha mantenido un discurso de odio de clases, acusando a todo quien se le opone de ser “oligarca” e “imperialista”, recordándole a aquellos que lo siguen, que “él vino a hacer lo que nadie había hecho antes”. Votar por sus opositores era volver a votar por el “no pueblo”. Definitivamente, la campaña le ha salido muy bien.

Ese 80 por ciento de la población, que por más de cuarenta años había estado en la boca del gobierno, solo cuando necesitaban votos, ahora está en cada cadena de más de cuatro horas que hace su líder, en todos los canales de televisión. Si el 99 por ciento de todo lo que Chávez dice es mentira, aún así, es un uno por ciento más de lo que por cuarenta años le habían dado a esta gente.

Pero esto no es enteramente culpa de Chávez. Además del discurso chavista,

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