Imperio inca Acerca de la juventud de Pizarro se sabe poco
Enviado por rbastfi07 • 14 de Mayo de 2017 • Trabajo • 4.199 Palabras (17 Páginas) • 300 Visitas
IMPERIO INCA
Acerca de la juventud de Pizarro se sabe poco. Hijo de un gentilhombre español y de una mujer del pueblo, era analfabeto y desde su infancia había debido proporcionarse por si mismo el sustento; incluso, según la tradición, era porquerizo cuando decidió marchar a América. De todos modos, es muy probable que participara, en 1513, en la célebre expedición de Balboa al Pacífico. Entre los seguidores de Balboa, fue Pizarro el que mayor éxito alcanzó; ello ha de atribuirse, en primer lugar, a su obstinación y audacia, que no retrocedía ante nada. Con todo, Pizarro se manifestó entre los más humanos de los conquistadores. En 1519 fue fundada la pequeña ciudad de Panamá. Tres años después llegaban allí unas naves enviadas por el gobernador español de Panamá a una expedición a lo largo del litoral noroeste de la América del sur. El comandante de la flotilla presentó un informe de su estancia en el territorio de Birú que se había sometido a los españoles. Refirióse también a un reino mayor y más rico, situado al sur de aquel país, donde un hábil general podría recoger, con toda seguridad, un botín muy tentador. A su parecer, los españoles debían probar fortuna en aquel territorio. A los panameños les interesó aquel relato, y su gobernador decidió enviar una nueva expedición al país de Birú nombre del que procedería el de Perú; Francisco Pizarro recibió el mando de la empresa. Dos personajes deseosos de aventuras se habían unido a él para explotar las posibilidades que con tanta generosidad ofrecía aquella época de grandes descubrimientos. Uno de ellos, Diego de Almagro, era un valiente soldado, conocido por su carácter amable y optimismo a toda prueba; el otro era un sacerdote, Hernando de Luque, que, muy respetado en Panamá por su cultura y su prudencia, se había atraído la confianza del gobernador. Pizarro y Almagro iniciaron en 1524 su expedición hacia el sur. Al principio, la suerte no los favoreció, pues la tripulación tuvo que enfrentarse con epidemias y combatir a los indígenas en diversos puntos de la costa, con grandes pérdidas; sin embargo, los castellanos lograron apoderarse de varios objetos de oro, lo que elevó la moral de la tropa. De regreso a Panamá, los jefes decidieron partir de nuevo en cuanto reunieran suficientes provisiones y hubieran reclutado mayor número de marineros. El "triunvirato", sobrenombre irónico que en Panamá daban a Pizarro, Almagro y Luque, equipó con dificultades y esfuerzos una nueva expedición. En 1526 pudo efectuarse la partida, y esta vez llegaron a una ciudad llamada Atacames, en la costa de la actual república del Ecuador, lugar encantador, con agradables viviendas y plantaciones en pleno desarrollo, cuyos indígenas parecían desenvolverse con holgura. Sin duda, intentar la conquista podría resultar provechoso, pero llevarla a cabo exigía mejor equipo. Acordaron que Pizarro permaneciera allí mientras Almagro regresaba a Panamá, a fin de convencer al gobernador de que les proporcionase lo necesario. Pizarro y una parte de la tripulación acamparon en la pequeña isla del Gallo, frente a la costa. Los barcos de Almagro desaparecieron en el horizonte. Su partida señaló para los españoles que se quedaron el comienzo de una prolongada espera que puso sus nervios en tensión. Agotados los víveres, tuvieron ocasión de comprobar cuán difícil era reponerlos; sus vestidos caían a jirones, siendo imposible sustituirlos. Por fin hizo su aparición una nave de Panamá, portadora de un mensaje a Pizarro ordenándole que regresara. El conquistador pudo obtener un plazo de seis meses y se propuso explotarlo a fondo; con la misma nave llegada de Panamá, se hizo a la vela hada el sur, hasta anclar ante. la ciudad de Tumbes, en el continente. Lo que encontró allí superaba con mucho sus mayores esperanzas; los indígenas recibieron amistosamente a los españoles, quienes pudieron visitar una ciudad de calles anchas y edificios espléndidos. Partían de allí hacia el interior del país carreteras excelentes. Con legítimo orgullo, los indígenas mostraban a sus huéspedes templos cuyos muros desaparecían literalmente bajo el oro y la plata. Pizarro estaba ya seguro de que sus esfuerzos no habían sido vanos e hizo rumbo a Panamá, jurando regresar a aquel "El dorado" y conquistarlo. Pizarro regresó a Panamá en 1528. Después de deliberaciones entre sí, los tres asociados decidieron dirigirse al emperador Carlos V en persona, y solicitar autorización para emprender una campaña hacia el sur. En consecuencia, Pizarro volvió a España; antes de hacerse a la mar, prometió solemnemente velar no sólo por sus propios intereses, sino también por los de sus dos asociados y amigos. Aquella estancia en la metrópoli constituyó un gran triunfo para Pizarro, que obtuvo plenos poderes para llevar a buen terminó la conquista del Perú: Almagro gobernaría en Tumbes, y Luque sería obispo de esta ciudad, de esta manera Pizarro podría alejar de la empresa a sus dos amigos. Además, en Europa recogió informaciones que le serían muy útiles en el futuro. Entre otras personalidades, se entrevistó con Hernán Cortés, que se hallaba a la sazón en España. No cabe duda de que el célebre conquistador puso a Pizarro al corriente de sus contratiempos en México y le enseñó la mejor manera de comportarse con los indios. En 1530, Pizarro abandonó la madre patria y llegó a Panamá acompañado por cuatro de sus hermanos, uno de los cuales; Hernando, desempeñaría importante papel en lo sucesivo. Almagro se enfureció al enterarse del modo como se había beneficiado Pizarro en detrimento de sus dos amigos; el tercer miembro del 'triunvirato", el sacerdote Luque, hubo de interponerse entre ambos antagonistas, dejando la disputa aplazada por el momento. Pizarro abandonó Panamá a principios de 1531, con 180 hombres y 37 caballos, reducida hueste con la que se proponía conquistar un imperio de varios millones de habitantes, de sistema político sólidamente organizado y cultura floreciente. Transcurridos algunos meses muy penosos, llegó a Tumbes, la ciudad inca que tan intensa impresión le causara con ocasión de su primera visita, y allí recibió una noticia favorable. El imperio inca se encontraba desgarrado por la guerra civil entre dos hijos del inca difunto. Inmediatamente, Pizarro vislumbró el modo de aprovecharse de aquella ocasión. Indiferente a los riesgos de la empresa, decidió penetrar en el imperio y entrevistarse con Atahualpa, que se hallaba entonces (1532) en Cajamarca. El mismo día de su llegada a esta ciudad, Pizarro envió a su hermano Hernando ante el inca, que residía en las afueras de la misma, rogándole que accediera a entrevistarse lo antes posible con el conquistador. Al día siguiente por la tarde, el inca hizo su aparición al frente de una brillante escolta en la plaza del mercado, donde se habían concentrado los españoles. A un sacerdote de la expedición; Vicente de Valverde le ordenó Pizarro que explicase a Atahualpa lo que habían ido a buscar a su imperio. Atahualpa escuchaba con creciente impaciencia aquel pomposo discurso que no acababa de comprender. Sólo entendió que los españoles tenían la insolencia de pedirle que se sometiera a un soberano extranjero. ¿Con qué derecho venían con tales exigencias aquellos intrusos? El sacerdote le mostró la Biblia que tenía en la mano, Atahualpa tomó el libro, lo hojeó un instante y luego lo rechazó con desprecio. No toleró más el padre Vicente; se precipitó hacia Pizarro, le refirió la escena e inmediatamente el conquistador desenvainó su espada, avanzó al frente de sus hombres y agitó una tela blanca, señal para iniciar el ataque; un instante después, los españoles dispararon un cañonazo y la caballería cargó impetuosa, produciendo espantosa matanza. Locos de pánico, los indios huyeron a la desbandada; su soberano fue apresado y conducido al campamento español. El testimonio quechua de Guaman Poma de Ayala sobre el encuentro entre españoles y Atahualpa es el siguiente: Don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro y fray Vicente de la orden del señor san Francisco. Como Atahualpa Inca desde los baños se fue a la ciudad y corte de Cajamarca y llegado con su majestad y cercado de sus capitanes con mucho más gente, doblado de cien mil indios, en la ciudad de Cajamarca, en la plaza pública, en el medio en su trono y asiento, gradas que tiene (que) se llaman usno se sentó Atahualva Inca. Y luego comenzó don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro a decirle con la lengua (lenguaraz o intérprete) Félipe, indio Guancabilca. Le dijo que era mensaje y embajador de un gran señor y que fuese su amigo que sólo a eso venía. Respondió muy atentamente lo que decía don Francisco Pizarro y lo dice la lengua, Felipe, indio. Responde el inca con una majestad y dijo que será la verdad que tan lejos tierra venían por mensaje, que lo creía que será gran señor, pero no tenia que hacer amistad, que también que era él gran señor en su reino. Después de esta respuesta, entra con la suya fray Vicente, llevando en la mano derecha una cruz y en la izquierda el breviario. Y le dice al dicho Atahualpa Inca que también es embajador y mensajero de otro señor, muy grande amigo de Dios y que fuese su amigo y que adorase la cruz y creyese el Evangelio de Dios y que no adorase en nada, que todo lo demás era cosa de burla. Responde Atahualpa Inca y dice que no tiene que adorar a nadie sino al Sol que nunca muere ni sus guacas y dioses [que] también tienen en su ley: aquello guardaba. Y preguntó el dicho inca a fray Vicente quién se lo había dicho. Responde fray Vicente que le había dicho el Evangelio, el libro. Y dijo Atahualpa: dámelo a mí, el libro, para que me lo diga. Y así se lo dio y lo tomó en las manos; comenzó a hojear las hojas del dicho libro. Y dice el dicho Inca que, como no me lo dice, ni me habla a mí el dicho libro, hablando con grande majestad, sentado en su trono, y lo echó el dicho libro de las manos, el dicho inca Atahualpa. Cómo fray Vicente dio voces y dijo: ¡Aquí, caballeros, con estos indios gentiles son contra nuestra fe! Y don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro, de la suya, dieron voces y dijo: ¡Salgan, caballeros, contra estos infieles que son contra nuestra CrÍstiandad y de nuestro ernperador y rey, demos en ellos! Y así luego comenzaron los caballeros y dispararon sus arcabuces y dieron la escaramuza y los dichos soldados a matar indios como hormigas y de espanto de arcabuces y ruido de cascabeles y de las armas y de ver primer hombre jamás visto, de estar lleno de indios la plaza de Cajamarca. Se derribó las paredes del cerco de la plaza de Cajamarca. Y se mataron entre ellos, de apretarse y pisarse y tropezarse los caballos, murieron mucha gente de indios, que no se pudo contar. De la banda de los españoles murieron cinco personas, de su voluntad, porque ningún indio se atrevió, de espanto asombrado. Dicen que también estaban dentro de los indios muertos, los dichos cinco españoles. Deben de andar tonteando como indio, deben de tropezarse los dichos caballeros. Y así se le prendió don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro al dicho Atahualpa Inca, de su trono. Le llevó sin herirle. y estaba preso con presiones y guarda de españoles, junto del capitán don Francisco Pizarro. Quedó muy triste y desconsolado y desposeído de su majestad, sentado en el suelo quitado su trono y reino. En su prisión, Atahualpa urdió nuevos planes: Habiendo observado la avidez de oro de los españoles, decidió beneficiarse de aquella debilidad; a cambio de su libertad les prometió colmar dé oro puro el aposento en que estaba encerrado hasta donde alcanzara su mano -.la sala medía siete metros de largo por cinco de ancho - Pizarro aceptó la proposición. Atahualpa envió inmediatamente correos a todos los rincones del inmenso país con orden de traerle todo el oro que pudieran. Un espectáculo extraordinario sucedió a aquella orden: de todas partes llegaron indios aportando tesoros para pagar el rescate de su amado jefe. Pizarro se declaró satisfecho y parece que firmó una declaración en tal sentido; entonces, Atahualpa requirió al español a que cumpliera su palabra devolviéndole la libertad, pero Pizarro no tenia la menor intención de hacerlo. El inca fue llevado ante un tribunal acusado de haber depuesto y asesinado a su hermano, de conspirar contra los españoles y de haber adorado dioses falsos; por tales delitos se pidió para él pena de hoguera, a menos que aceptara la fe cristiana, en cuyo caso, en vez de quemarlo, lo estrangularían. El inca protestó de la sentencia y de la conducta de sus enemigos y se negó a abrazar el cristianismo, pero una vez en la hoguera le faltó valor y pidió el bautismo. Así se hizo; luego le pasaron un hilo metálico en torno al cuello, mientras los clérigos cristianos rezaban. Poco después, el inca dejó de existir; se había Perpetrado uno de los crímenes más odiosos que figuran en los anales de la cristiandad. En 1535, Almagro partió para Chile, cansado de verse relegado siempre a segundo término y tratando de encontrar su "El dorado" particular. Pizarro se dirigió al litoral y fundó allí la ciudad de Lima, luego capital del Perú. En 1537 reapareció Almagro y se apoderó de Cuzco. En lo sucesivo, serían las armas las que decidieran quién gobernaría el país: él o Pizarro. Siguió una situación confusa, en que los conquistadores se destrozaron entre sí. Almagro fue hecho prisionero en 1538 y Hernando Pizarro le hizo dar garrote. Entonces sus familiares y partidarios procuraron vengarlo. En 1541 consiguieron introducirse en su casa algunos conspiradores y, aunque el conquistador se defendió con denuedo y bravura, sucumbió ante el número y cayó con el cuello atravesado; antes de entregar su alma, pudo trazar con el dedo una cruz en las baldosas con su propia sangre. Las aventuras de Pizarro y de sus compañeros culminan la época de .las conquistas en la historia de la colonización española en América. Luego fueron pacificados los territorios recientemente descubiertos, organizándose el gobierno y la administración. Se excavaron minas y afluyeron a Europa metales preciosos en cantidad cada vez mayor y se introdujeron en el Viejo Mundo nuevos productos agrícolas, como el maíz, la patata, el cacao y el tabaco. Los conquistadores habían enviado a España tan inmensos recursos, que durante algún tiempo mantuvo su hegemonía como potencia europea; pero los tesoros de América no habían de proporcionar mayor bienestar a los españoles, como más tarde veremos.
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