LA GUERRA DE LAS REPRESENTACIONES: LA REVOLUCIÓN DE SEPTIEMBRE DE 1852 Y ELIMAGINARIO PORTEÑO
Enviado por Srasfield666 • 8 de Febrero de 2013 • 2.379 Palabras (10 Páginas) • 514 Visitas
La década de 1850 parece haber sido uno de esos momentos de captación de la historia global y de profundo cambio en la percepción de la temporalidad. Aún cuando sea posible poner en cuestión la verdadera magnitud de la revolución de septiembre de 1852, su riqueza no radicó necesariamente en la contienda en sí, sino en los cambios y transformaciones que se derivaron de ese hecho. En este sentido la revolución constituyó el punto de partida para el desarrollo de una serie de operaciones por parte de la dirigencia porteña, que apuntaron a consolidar y reforzar la victoria obtenida en el terreno de las armas mediante la construcción de diversos símbolos y representaciones. Esta voluntad de la dirigencia porteña de operar en el ámbito del imaginario social ya había sido entrevista por Ramón Carcano y Ricardo Levene, quienes utilizaron una conceptualización muy diferente. La dirigencia porteña debió elaborar un discurso con fuertes implicaciones ideológicas, que privilegiaba la defensa de la autonomía provincial, el régimen republicano y el federalismo. Sin embargo, pese a que las intuiciones de estos autores permitían suponer la urgencia de la dirigencia por construir un sólido consenso social, la lectura canónica ha pasado por alto el estudio de los mecanismos diseñados para legitimar ese poder de autoridad, que parecen haber desempeñado un papel esencial en la arquitectura del naciente régimen. Uno de esos mecanismos fue la construcción e instalación social de un nuevo discurso de la legitimidad, cuyos orígenes se remontaban a las ya míticas jornadas de junio. Ese discurso significaba un reconocimiento tanto de la opinión pública como ámbito de legitimación del poder político, cuanto del liderazgo de una elite auto designada que pretendía fundar su mando en su capacidad para anticiparse a las inclinaciones de esa opinión o para interpretarlas de modo tácito. La revolución permitiría poner en circulación una nueva percepción de la temporalidad, así como una serie de discursos y representaciones que apuntaron a definir el imaginario social en clave provincialista, republicana y progresista, al tiempo que estigmatizaban la imagen del adversario, presentándolo como expresión de la “barbarie rural”, con objeto de denegarle cualquier tipo de legitimidad.
Discursos y representaciones de la revolución de septiembre
La revolución de septiembre no fue producto de una reacción generalizada de la población de Buenos Aires, ni una expresión contundente de la opinión pública. La conciencia de la extrema debilidad de su situación exigió que la dirigencia política cerrase filas detrás de la revolución. Sin embargo, resultaba evidente que la naciente coalición en defensa de la república no resultaba suficiente para consolidar la situación de la provincia. Era indispensable rodear al movimiento de un sólido respaldo social que permitiese oponer un frente interno consolidado ante la previsible reacción guerrera de Urquiza. De este modo, desde el momento mismo de la consagración del levantamiento, la dirigencia provincial puso en circulación una serie de discursos y representaciones colectivas con el objeto de producir un amplio consenso social, o la ilusión de su existencia. Así, en contradicción con las narraciones posteriores, el relato mítico de la gesta revolucionaria realizado por el periodista José Luis Bustamante presentaba una lectura heroica de los sucesos. La revolución de septiembre marcaba la conclusión del tutelaje de Urquiza sobre Buenos Aires. Como resultado dejaba una alianza política poco consolidada, que reconocía un predominio circunstancial de la facción liberal liderada por Valentín Alsina, con el apoyo de una compacta opinión pública que no tardó en adoptar el agresivo discurso republicano y provincial de sus líderes.
Septiembre y mayo
Los trabajos de R. Williams y E. Hobsbawm han demostrado que las tradiciones son construcciones intencionalmente selectivas que a menudo se aplican a la legitimación de un grupo dirigente o de un proyecto social. La invención de tradiciones permite establecer algún tipo de relación simbólica entre el pasado y el presente, con objeto de legitimar a un grupo, un conjunto de valores e ideas, etc., presentándolos como una continuidad de alguna gesta prestigiosa del pasado. Estas operaciones no fueron descuidadas por la nueva dirigencia republicana de Buenos Aires. Otro de los mecanismos aplicados para legitimarse consistió en tratar de inventar una tradición, esforzándose por establecer una continuidad simbólica entre la revolución de septiembre y la mítica revolución de mayo de1810. Llama la atención la determinación de presentar a la revolución no sólo como continuadora de la gesta de mayo, sino también como el producto de la acción colectiva del pueblo o de la opinión pública. Sarmiento, hacía hincapié en la excepcional situación que atravesaba la provincia, ya que no había divisiones internas de ningún tipo, sino una apuesta común para sacudirse la humillación impuesta por Urquiza. Bustamante iba mucho más allá, al punto de equiparar la revolución de septiembre con la propia revolución de mayo. Sin embargo, guardaba un conveniente silencio respecto de la matriz estrictamente provincial que denotaba ese patriotismo.
Banquete y fiesta popular
En vistas de su propia debilidad política, el control de los ámbitos imaginario y simbólico adquiría una importancia estratégica. Por ese motivo, la puesta en escena había constituido una preocupación central, ya que el discurso revolucionario se había difundido por medio de la lectura pública de proclamas y por al tarea de los redactores de la prensa porteña. Sin embargo, ninguno de los actos públicos llevados a cabo por la nueva dirigencia podía equipararse con la magnificente y elaborada liturgia de las fiestas federales, que hasta hace poco tiempo atrás se habían desplegado en el espacio público provincial. Era necesario, pues, obtener un impacto mayor: si bien los revolucionarios de septiembre pretendían contar con un respaldo positivo de la opinión pública, necesitaban imponer la imagen de una alianza consolidada entre liberales y federales, sometiéndola a una exposición pública masiva. Esta urgencia de ofrecer a la vista de la población una prueba contundente de la solidez y el respaldo de que gozaba la coalición gobernante fue abordada con premura. Los actos y declaraciones se sucedieron, mientras se aguardaba con impaciencia la reacción de Urquiza. La velada del Coliseo, organizada por la Comisión de Hacienda para celebrar la revolución de septiembre, contó con un público selecto, compuesto sobre todo por notables, y permitió enviar a la opinión pública, como también a una sociedad ritualizada, señales inconfundibles
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