LA IDEOLOGIA DE LA REVOLUCION MEXICANA EN LA
Enviado por cart • 1 de Diciembre de 2011 • Tesis • 5.173 Palabras (21 Páginas) • 1.853 Visitas
LA IDEOLOGIA DE LA REVOLUCION MEXICANA EN LA
PERSPECTIVA DE UN SIGLO
1. A diferencia de algunos, que en realidad son muchos, como el ilustre don
Alfonso Reyes, quien en 1940 publicó un bello ensayo en el que afirmaba que la
Revolución había nacido ciega, sin ideas, otros hemos siempre sostenido que no
hay ni puede haber un movimiento político que no tenga ideas sobre lo que propone
para alcanzar sus objetivos. A la Revolución Mexicana, en sus muy diferentes
corrientes y facciones, la precedieron las ideas, aun antes de estallar. Convengo en
que ningún grupo social o político de los que pusieron en marcha la Revolución
coincidía con los otros en lo que pensaba y, tal vez, menos en lo que proponía. La
Revolución, empero, fue también una lucha de ideas.
Todos los pueblos, sobre todo en sus grandes momentos, incluso cuando
pasan por un periodo de decadencia, forman sus mitos para explicarse su situación
en el pasado y en el presente y para definir sus objetivos. El mito, claro, como lo
entendía Mariátegui, el gran pensador marxista peruano, interpretando a Sorel:
como una voluntad colectiva de creer y de actuar. Y en ello las ideologías cumplen
su tarea. Ellas son las encargadas de definir la situación de los pueblos y de darle
forma a sus demandas. Las ideas, es verdad, muchas veces son creadas y difundidas
por individuos aislados que luego prenden en la comunidad; pero la misma gente
del pueblo es capaz de crear ideas y de formular exigencias que luego plasman en
auténticos idearios políticos y sociales. Nadie podría negar que el Plan de Ayala
zapatista fue escrito por un profesor semianalfabeto que comete algunos errores de
redacción; pero ni John Womack aventuró jamás la sugerencia de que a los pueblos
zapatistas se les impuso el Plan desde arriba. Él mismo, lo que dice es que el Plan
respondía entrañablemente a lo que los habitantes de los pueblos pensaban y
exigían.
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Los individuos, muchas veces también, dejan su huella. Para el pensamiento
agrarista mexicano fueron decisivas obras como Legislación y jurisprudencia sobre
terrenos baldíos, de Wistano Luis Orozco, publicada en 1895 (a mitad de la
dictadura) o Los grandes problemas nacionales, de Andrés Molina Enríquez y que
apareció en 1909 (a un año de que estallara la Revolución). Muchos han estado de
acuerdo en que el libro de Madero, La sucesión presidencial en 1910, publicado en
1908, fue tan importante que, en realidad, puede considerarse como el verdadero
detonador de la Revolución (Emilio Rabasa así lo vio siempre, por ejemplo). Del
mismo modo en que no se puede soslayar la importancia que los escritos de
Rousseau tuvieron siempre para los revolucionarios franceses. Desde luego, para
que una obra individual se convierta en fuente de una ideología debe ocurrir, como
postulaba Marx, que sus ideas prendan en la mente de las masas. Eso ha ocurrido
muchas veces a lo largo de la historia.
Quisiera, antes de continuar, hacer una aclaración necesaria. Yo siempre
evité, como estudioso de la Revolución, hacerme víctima de cuestionamientos que
jamás me parecieron esclarecedores o útiles. Nunca me puse a devanarme los sesos
para saber, por ejemplo, si la Revolución Mexicana había muerto o seguía viva o,
parafraseando a Lombardo Toledano, qué vivía y qué ya no vivía de ella o si ya
había cumplido su misión histórica o, también, si se había venido prolongando en el
tiempo, reencarnando como un ave fénix de sus cenizas. Todo eso me pareció,
sinceramente, muy estúpido como para prestarle atención. Para mí, la Revolución
Mexicana siempre ha sido ese movimiento transformador de nuestro país que
comenzó con la rebelión maderista, que derribó la dictadura porfiriana, y que acabó
con la promulgación de la Constitución de 1917. Como todo hecho histórico o
concatenación de hechos históricos, tuvo sus antecedentes y sus consecuentes y
todos ellos deben tratarse por separado. Pero con lo que llamo la ideología (o las
ideologías) de la Revolución Mexicana la cosa es muy diferente.
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Muchas de las ideas y propuestas que integran esa ideología, como ya se apuntó
antes, vienen del pasado inmediato a su estallido; muchas se fueron integrando
durante la lucha armada, pero muchísimas más se plantearon y se formularon hasta
después de que fue promulgada la Constitución de 1917. Incluso, se da el caso de
que varias de las que se dieron antes y durante el movimiento revolucionario, luego
recibieron una formulación diversa o, de plano, se transformaron en algo totalmente
diferente de como eran en su origen. Y no es de extrañar. Un movimiento
revolucionario se emprende para cambiar un antiguo régimen por otro nuevo. Ese
es su objetivo primordial. Las ideas con las que se justifica, en el fondo, son
secundarias. Lo que cuenta es el triunfo y la derrota sin condiciones del antiguo
enemigo. Podría decirse, inclusive, que las ideas y propuestas o la ideología, a
veces son más importantes luego que se ha triunfado que antes. Por eso mismo las
ideas deben ser reformuladas o es preciso encontrar otras ideas que aclaren las
antiguas o les den el sentido que en las nuevas circunstancias se requieren. Pues
todo eso pasó, desde mi punto de vista, con la Revolución Mexicana.
Eso puede ser más fácil de explicarse si se hace el intento de dividir por
rubros o grandes lineamientos el pensamiento ideológico de la Revolución. Todo
corpus ideológico es susceptible de dividirse en decenas, en centenas o en miles de
temas o capítulos. Aquí señalaré los más importantes: primero, lo que desencadenó
la Revolución y derribó la dictadura, para decirlo con la expresión de Madero, el
“reclamo democrático”; segundo, la cuestión de la tierra, que siempre fue la causa
profunda del movimiento de masas de la Revolución; tercero, una nueva
concepción del Estado, dotado de un poder Ejecutivo fuerte y predominante en el
sistema de división de poderes, lo que se mantuvo como el eje rector de la
ideología revolucionaria posterior a Madero y que quedó inscrito en la Constitución
de 1917; cuarto, la nueva doctrina internacional que debemos, en sus términos
originales, a Carranza; quinto, el nuevo derecho del trabajo, que los pocos y muy
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