LOS ÚLTIMOS DÍAS DE SIMÓN BOLÍVAR.
Enviado por Dayanis13 • 10 de Junio de 2014 • 2.050 Palabras (9 Páginas) • 264 Visitas
Amigos invisibles. Como con la figura de Bolívar y más en estos tiempos azarosos se puede comenzar utilizando cualquier capítulo de ella, ante la catapulta de acontecimientos reinantes que dejan al entendido en desconcierto, por ser oportuno vamos a referirnos a esta ocasión, que guarda algunos parecidos con lo que en la fecha bicentenaria del nacimiento patrio estamos viviendo entre sobresaltos y casualidades. Dejamos en ustedes, pues, el análisis y la comparación de los escenarios y de sus habitantes, para encontrar símiles conclusiones.
Sucede entonces que Simón Bolívar nació casi huérfano, porque el padre y la madre murieron bien pronto de tuberculosis, enfermedad mortal que crecía en sus pulmones y que a pesar de rogativas celestiales, según se dice ni bambarito pudo salvarlos. Como respuesta a ello el tremendo Simón, que hacía muy poco caso a los deudos (“el loco” siempre lo llamó su hermana María Antonia), anduvo del timbo al tambo en Caracas y hasta con compañías o amigotes de infancia callejera que sacaban de quicio a sus cerrados familiares, quienes poniendo el grito al cielo por lo irreductible del muchacho buscaron una salida con este revoltoso infante, cayendo así en manos de un maestro lleno de ideas libertinas y hasta libertarias, que transmitiera en forma ruda y socarrona a dicho mozalbete, quien por cierto en nadie creía sino en su grupo de compañeritos de barrio pero sí poniendo atención a los pensares poco comprensibles del empeñoso Simón Rodríguez. Esos fueron los primeros años de este párvulo tremendo, finalizando el siglo XVIII, y para limpiarle la cabeza de tantos deslices y manías sus parientes de aquí, de Caracas, deciden enviarlo rumbo a España, a ver para qué sirve.
En España y en Francia, dando vueltas de conocimiento anduvo por muchos lugares el señorito indiano entrometido, y hasta se enamoró locamente de una joven madrileña insípida al extremo que se encapricha con ella y no hubo mundo ni remedio de dejarla, con rabietas incluso, hasta cuando le hizo su mujer y la trajo a Venezuela. Pero como no quería terminar siendo Alcalde de San Mateo, en lo crecidito que estaba, la esposa María Teresa envuelta en plaga de mosquitos maláricos de aquel lugar pestoso pronto enfermó para morir en Caracas, en medio de lloriqueos, arrepentimientos, invocaciones a Dios, a la Virgen Santísima, a Cristo Redentor, y con estos desusados lamentos chabacanos Don Simón se retorna a Europa para saciar sus deseos varios entre la bacanal París, y el que le quita el sueño por sus glorias, que es el Gran Napoleón, en quien se inspira de sus máximas y hechos militares, mientras lee mucho, pero desorientado, a pesar de la influencia del maestro Rodríguez que por allá encuentra cerca de los masones extremistas, desorientando aún más su trashumante humanidad.
De vuelta a la patria, con la invasión francesa a España y otros desmanes que lo insuflan de pasión, como los ejemplos palpables de ciertos alborotados pertenecientes a la revoltosa Sociedad Patriótica y algunos anárquicos de la talla de Coto Paúl, el cerebro del caraqueño despìerta en ansiedad que ofusca con remanentes de frustración y odio a los curas (que hasta lo excomulgan en Bogotá), de donde empieza a maquinar de día y de noche, queriendo vencer a la propia naturaleza, como en el caso del terremoto de Caracas, mientras vive pensando ahora en la gloria sublime para sí y en la conquista del mundo, a como dé lugar. Allí concibe pasos hacia el porvenir, con la mente encendida, entre acuerdos y desacuerdos de sí mismo y con ideas de patria y de guerra mortal sin parar que los llevará por siempre en el alma inquieta y extrovertida. Empieza a sufrir reveses que transforma en triunfos, porque era experto en ello, como el caso de la pérdida de Puerto Cabello, los desastres de La Puerta y la entrega del confiado Miranda a las autoridades españolas, y busca entonces a peninsulares, a los que ahora detesta hasta con odio, para que le salven la vida, pudiendo salir así al extranjero. Se inicia con una escribidera de cartas para llenar cajones, que lo hará de por vida, porque entonces no había micrófonos ni cosa parecida, y coge rumbo a Cartagena, para cucar avisperos y desamistarse con muchos, hasta que contraviniendo órdenes por creerse superior y protegido de los dioses agarra por el río Magdalena abajo y con milicianos ávidos de botín y otra tropa escasa emprende una campaña incomprensible, como décadas después lo hace con igual suerte el iluminado Cipriano Castro, y a lomo de mula en larga marcha al estilo de Mao el hombre de cuartel que es Bolívar llega a Trujillo, para lanzar la terrible proclama de Guerra a Muerte, o sea a todos los que no están con él, queriéndolos desaparecer del mapa, y en la carnicería que desata sobre todo con peninsulares y canarios, llega campante a Caracas cubierto de títulos, preseas, laureles, loas, vírgenes bonitas que lo entornan y otras muestras de alto oportunismo demagógico que así le rodean.
Pero la época no estaba a su favor, porque al tiempo le surgen enemigos por doquier (Mariño, el tío político Ribas, el fúrico Bermúdez, el tenebroso Arismendi, Montilla, Madariaga y muchos más) que no creen en sus rabietas ni mandonería, como todo el clan oriental y el caso específico del pariente Piar, a quien ordena fusilarlo al no conmutar esa pena, de donde conociéndole el talante a través de serias reflexiones sus adversarios quieren dejarlo atrás. Aunque Don Simón, como el tío vivo nunca se doblega y en medio de algunos triunfos y muchos fracasos que tapa mediante la violencia, logra sobreponerse con escritos laudatorios y un proyecto político autoritario que no cree en nadie y que lo mantiene hasta el fin de sus días, lo que desarrolla en Angostura, con presidencias vitalicias, senados hereditarios y otras menudencias monárquicas que iban en contra de una guerra sostenida bajo principios republicanos. Desde entonces es cuando al caraqueño Simón impregnado de mayor furor se le destapa eso que los siquiatras
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