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La 5ta De Bolivar


Enviado por   •  3 de Octubre de 2012  •  4.617 Palabras (19 Páginas)  •  339 Visitas

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Ensayo: Quinta de Bolivar

Su historia se remonta a 1670

En el centro está la casa con sus jardines abandonados, sus árboles decrépitos que extienden sus ramas y sus sombras

sobre los corredores solitarios y los salones en ruinas, donde en otros días resonaron músicas voluptuosas, en noches

de festines sorprendidos por la aurora; con su chimenea de mármol blanco, en el gabinete de la izquierda, sobre la cual

se firmó la negativa de la conmutación de la pena de muerte a los ejecutados con motivo de la conjuración de septiembre;

con sus terrazas que sintieron las férreas botas de los libertadores; con su muelle baño, cercado de bajas tapias,

cubiertas antes de enredaderas, y techado por el puro cielo azul; con su esbelto mirador que se yergue sobre la colina,

como un alerta vigía; con sus alcobas, antiguamente perfumadas, que vieron al héroe, de regreso del Perú, pasar

cargado de laureles, y descansar de la gloria en los brazos de rosa del amor; con su espléndido comedor, comunicado

con la sala principal, y con deliciosas perspectivas sobre el patio y los jardines, y donde, en los tranquilos días de la

Colonia, don José Antonio Portocarrero, dueño y constructor de la Quinta, y hombre de mucho gusto y así muy sentido de

todos, departía, agradablemente, de cosas de Gobierno, con Amar y Borbón, su grande amigo, virrey de Santafé, y su

señora esposa, doña Francisca Villanova, la virreina, mientras, delante de los contertulios, en el fondo, aparecía esta

inscripción en letras formadas con las rosas del jardín: “Mi delicia es Amar”.

El primero de enero de 1810, diez años después de haber adquirido el lote de la Quinta, falleció su dueño y ésta pasó

manos de su hija, Tadea Portocarrero de García del Castillo, cuyo marido hubo de emigrar a raíz de los sucesos del 20

de julio de 1810. Por esta razón, y debido a que los hijos del matrimonio eran aún menores de edad, el inmueble sufrió

descuido y abandono. La familia Portocarrero mantuvo la propiedad hasta el 16 de junio de 1820.

Al finalizar la guerra de independencia, la Quinta estaba a punto de desaparecer por el creciente deterioro que había

sufrido. Tras la victoria definitiva sobre los españoles, el gobierno de la Nueva Granada adquirió la propiedad con el

propósito de obsequiársela al Libertador, "como una pequeña demostración de gratitud y reconocimiento en que se

halla constituido este Departamento de Cundinamarca por tan inmensos beneficios de que lo ha colmado Su Excelencia,

restituyéndole su libertad".

Así reza la escritura, firmada por el gobernador José Tiburcio Echevarría el 16 de junio de 1820. La compra se hizo por

dos mil quinientos pesos. El documento aclara que dicha compra se hacía a nombre del vicepresidente Francisco de

Paula Santander y del Estado colombiano. Allí también se deja constancia de la necesidad de mejorar la finca para

entregarla en condición presentable al Libertador.

Bolívar fue propietario de la Quinta durante 10 años, pero no la habitó mucho tiempo. En 1821 la ocupó por primera vez,

en dos ocasiones que coincidieron con el cenit de su gloria: durante el mes de enero, antes de partir a la campaña final

de independencia de Venezuela, que culminó en la Batalla de Carabobo; y en octubre del mismo año, después

de dicho triunfo, antes de emprender, el 13 de diciembre, la Campaña Libertadora del sur. Durante sus años de

ausencia, entre 1821 y 1826, un pariente suyo, llamado Anacleto Clemente, habitó la casa y la dejó en tan mal estado

que, ante la proximidad del regreso de Bolívar a Bogotá, el 6 de agosto de 1826, Santander le envió una comunicación

donde le manifestaba:

Hice emplear muchos pesos en componer la Quinta que dejó Anacleto arruinada, y aunque no quedará de

gran lujo, quedará de gusto y mejor que nunca.

El 14 de noviembre de 1826, Bolívar hizo su entrada a Bogotá, de regreso del Perú. Desde entonces, y hasta su partida

final en 1830, habitó en forma esporádica este lugar que se convirtió en el refugio de sus constantes viajes y del tenso

ambiente político.

En 1828, mientras Bolívar sorteaba las dificultades políticas y el ambiente de la Convención de Ocaña, Manuelita Sáenz

de Thorne llegó a la Quinta. Se habían conocido en Quito, su tierra natal, en junio de 1822, durante el suntuoso baile en

que se festejó el triunfo de la Batalla de Pichincha, y desde entonces surgió entre ambos un profundo amor. Manuelita le

brindó apoyo apasionado e incondicional al Libertador y a sus amigos, de quienes se convirtió en hábil consejera

política. Su presencia transformó la Quinta en lugar de fiestas y reuniones.

La Quinta fue testigo de grandes acontecimientos como la instauración de la Gran Colombia y la culminación de la

Campaña del Sur; de fiestas como aquella en la que se conmemoró el natalicio de Bolívar -celebrado por los contertulios

el 24 de julio de 1828, en ausencia del Libertador- y en la cual se poblaron de tiendas de campaña las colinas

circunvecinas a fin de alojar allí al Batallón Granaderos. Entre los invitados se encontraban el general José María

Córdova y sus edecanes, el doctor Estanislao Vergara, el canónigo Francisco Javier Guerra, el historiador José Manuel

Restrepo y el general Rafael Urdaneta.

También se vivieron en ella momentos críticos originados en los graves sucesos que conmovieron entonces a la

República y en la oposición de los enemigos a las ideas bolivarianas, derrotadas en la Convención de Ocaña. Allí se

refugió después del atentado contra su vida, ocurrido el 25 de septiembre de 1828, y se firmó la negativa a conmutar la

pena de muerte a los conjurados por este hecho.

La sexta y última estadía de Bolívar se produjo entre el 15 de enero de 1830 y el 1 de marzo del mismo año, aunque

desde el 28 de enero ya había regalado la Quinta a su amigo José Ignacio París, conocido por sus servicios a la causa

independentista y por su lealtad al Libertador. La donación, en realidad, fue hecha a su hija, Manuela París, quien, por

ser menor de edad, no la pudo recibir, de manera que lo hizo su padre a nombre de ella, a través de una escritura que

se firmó en el Palacio de San Carlos. La donación se avaluó en dos mil quinientos pesos.

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