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La Carta A Garcia


Enviado por   •  2 de Noviembre de 2012  •  3.250 Palabras (13 Páginas)  •  619 Visitas

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INTRODUCCIÓN.

A través de este libro de Albert Hulbbard inducir a las personas desde jóvenes para que observen, investiguen, piensen y analicen en una acción, piensen y analicen en una acción en pro de un beneficio personal o común. Una Carta a García

Hubo un hombre cuya actuación en la guerra de Cuba, culmina en los horizontes de mi memoria, como culmina su astro en su perihelio.

Sucedió que cuando hubo estallado la guerra entre España y los Estados Unidos, palpose claro la necesidad de un entendimiento inmediato entre el Presidente de la Unión Americana y el General Calixto García. Pero cómo hacerlo? Hallábase García en esos momentos Dios sabe dónde en alguna serranía perdida en el interior de la isla. Y era precisa su colaboración. Pero cómo hacer llegar a sus manos un despacho?

¿Qué hacer?

Alguien dice al Presidente: Conozco a un hombre llamado Rowan. Si alguna persona en el mundo es capaz de dar con García, es él: Rowan.

Cómo el sujeto que lleva por nombre Rowan toma la carta, guárdala en una bolsa que cierra contra su corazón, desembarca a los cuatro días en las costas de Cuba, desaparece en la selva primitiva para reaparecer de nuevo a las tres semanas al otro extremo de la isla cruzando un territorio hostil, y entrega la carta a García, son cosas de las cuales no tengo especial interés en narrar aquí. El punto sobre el cual quiero llamar la atención es este:

“Mckinley da a Rowan una carta para que le lleve a García. Rowan toma la carta y no pregunta: ¿en dónde podré encontrarlo?

¡Por Dios vivo!, que hay aquí un hombre cuya estatua debería ser vaciada en bronces eternos y colocada en cada uno d los colegios del universo. Porque lo que de enseñarse a los jóvenes no es esto o lo de más allá; sino vigorizar, templar su ser íntegro para el deber, enseñarlos a obrar prontamente, a concentrar sus energías a hacer las cosas, “a llevar la carta a García”.

El General García ya no existe. Pero hay muchos García en el mundo. Qué desaliento no habrá sentido todo hombre de empresa, que necesita de la colaboración de muchos, que no se haya quedado alguna vez estupefacto ante la inercia del común de los hombres, ante su abulia, ante su falta de energía para llevar a término la ejecución de un acto. Descuido culpable, trabajo a medio hacer, desgreño, indiferencia, parecen ser la regla general. Y sin embargo no se puede tener éxito, si no se logra por uno u otro medio tener la colaboración completa de los subalternos, a menos que Dios en su bondad, obre un milagro y envíe un ángel iluminador como ayudante.

El lector puede poder a prueba mis palabras: llame a uno de los muchos empleados que trabajan a sus órdenes y dígale: “Consulte usted la Enciclopedia y hágame el favor de sacar un extracto de la vida de Correggio”. Cree usted que su ayudante le dirá: “si señor”, y pondrá manos a la obra?

Pues no lo crea. La lanzará una mirada vaga y le harán una o varias de las siguientes preguntas:

¿Quién era él?. ¿En qué enciclopedia busco eso?. ¿Está usted seguro que esto está entre mis deberes?. ¿No será la vida de Bismark la que usted necesita?. ¿Por qué no ponemos a Carlos a que busque eso?. ¿Necesita usted de ello con urgencia?. ¿Quiere que la traiga el libro para que usted mismo busque lo que necesita?. Diga: ¿para qué quiere saber eso?

Y apuesto diez contra uno a que después de que usted haya respondido íntegramente el anterior cuestionario y haya explicado el modo de verificar la información y para qué la necesita usted, el prodigioso ayudante se retirará y buscará otro empleado para que le ayude a buscar a “García”, y regresará luego a informarle que tal hombre no existió en el mundo.

Puede suceder que yo pierda mi apuesta, pero si la ley de los promedios es cierta, no la perderé. Y si usted es un hombre cuerdo no se tomará el trabajo de explicarle a su ayudante que Correggio se busca en la C. y no en la K: se sonreirá usted y suavemente le dirá: “dejemos eso”, y buscará usted personalmente lo que necesita averiguar.

Y esta incapacidad para la acción independiente, esta estupidez moral, esta atrofia de la voluntad, esta mala gana para remover por sí mismo los obstáculos, es lo que retarda el bienestar colectivo de la sociedad. Y si los hombres no obran para su provecho personal, que harán cuando el beneficio de su esfuerzo sea para todos?

Se palpa la necesidad de un capataz armado de garrote. El temor de ser despedidos el sábado por la tarde, es lo único que retiene a muchos trabajadores en su puesto. Ponga un aviso solicitando un secretario, y de cada diez aspirantes, nueve no saben ni ortografía ni puntuación. Podrían tales gentes llevar la carta a García?

En cierta ocasión me decía el jefe de una gran fábrica: ve usted a ese contador que está allí?

Lo veo, y qué?

Es un gran contabilista; pero si lo envío a la parte alta de la ciudad con cualquier objeto, puede que desempeñe la misión correctamente; pero puede ser también que en su viaje se detenga en cuatro cantinas y al llegar a la calle principal de la ciudad haya olvidado absolutamente a qué iba. Podría confiársele a un tipo semejante la carta para García?

En los últimos tiempos es frecuente oír hablar con simpatía del pobre trabajador víctima de la explotación industrial, del hombre honrado, sin trabajo, que por todas partes busca inútilmente en qué emplearse. Y a todo esto se mezclan palabras duras contra los que están arriba, y nada se dice del jefe de industria que envejece prematuramente luchando en vano por enseñar a ejecutar a otros un trabajo que ni quieren aprender ni les importa; ni de su larga y paciente lucha con colaboradores que no colaboran y que sólo esperan verlo volver la espalda para malgastar tiempo. En todo almacén, en toda fábrica, hay una continua revocación de empleados. El jefe despide a cada instante a individuos incapaces de impulsar su industria, y llaman a otros a ocupar sus puestos. Y esta escogencia cesa en tiempo alguno ni en los buenos ni en los malos. Con la sola diferencia que cuando hay escasez de trabajo la selección se hace mejor, pero en todo tiempo y siempre la incapaz es despedido; “La Ley de la supervivencia de los mejores se impone”. Por interés propio todo patrono conserva a su servicio los más hábiles: aquellos capaces de llevar la carta a García. Conozco a un hombre de facultades verdaderamente brillantes, pero inhábil para manejar sus propios negocios, y absolutamente inútil para gestionar los ajenos, porque lleva siempre consigo la insana sospecha

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