La Iglesia como madre y maestra

“La Iglesia como madre y maestra”

La iglesia fue fundada como madre y maestra para que las personas encontraran su salvación y para tener una vida mejor todos aquellos que asistieran a ella. Su fundador tuvo una doble misión: engendrar hijos para educarlos, dirigirlos velando por la vida de las personas y de los pueblos.

Es la iglesia la que saca del evangelio las enseñanzas para resolver conflictos o hacerlos más soportables. Trata de instruir la inteligencia y encausar la vida y las costumbres de cada uno con sus preceptos, mejorar las situaciones de las personas que quieren y desean que los pensamientos y las fuerzas de todas las órdenes sociales se unan con el fin de mirar por el bien de las causas obreras de la mejor manera posible.

La doctrina de Cristo une la tierra con el cielo, ya que considera al hombre completo, como alma, cuerpo, inteligencia y voluntad; y le ordena elevar su mente desde esta vida terrenal hasta las alturas de la vida eterna.

La iglesia, cumpliendo el mandato de Cristo ha estado de la mano con la caridad durante dos milenios; que uniendo armoniosamente las enseñanzas y la práctica del mutuo amor realiza de modo admirable el mandato de ese doble dar que incluye la doctrina y la acción social de la iglesia.

La iglesia se presenta ante nosotros como sujeto social de la responsabilidad divina. Se exige que cuando se enseña fe, esté íntimamente unida a la verdad divina y la traduzca en conducta divina.

• LA MISION DE LA IGLESIA

Tiene una misión de salvación que solo en el mundo futuro podrá alcanzar plenamente. Unida por razones de los bienes eternos y enriquecida por ellos, la iglesia ha sido construida y organizada por Cristo. De esta forma es una “entidad social visible y comunidad espiritual que avanza con toda humanidad y su razón de ser es actuar como alma de la sociedad, que debe transformarse en familia de Dios y renovarse en Cristo”.

La doctrina social forma parte de la misión de evangelización de la iglesia, debe orientar la conducta de las personas. Tiene “compromiso por la justicia” según la función, vocación y circunstancias de cada uno. Ministerio de evangelización, aspecto de la función poética de la iglesia, denuncia de los males e injusticias.

El reino de Dios, abajo en la iglesia no es de este mundo y no hay que confundirlo con el progreso de la civilización. El amor de Dios impulsado por la iglesia debe recordarles a las personas que no tienen una vida eterna en este mundo. Deben promover la justicia, paz y fraternidad entre los hombres, ayudar a los demás, en particular a los pobres y desgraciados.

La iglesia según la manifestación del ministerio de Dios descubre la verdad más profunda del ser humano, además de que esta enriquecida con dones de su fundador, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y Dios. Esta no existe aislada del mundo que los rodea. Además de ofrecer el evangelio, documento profético, responde a las exigencias y aspiraciones del corazón humano. No puede dejar de revelar el rostro de Dios mediante la venida de Jesús, por medio de la cruz y la resurrección para la salvación de todos los hombres. Todo lo humano nos pertenece y tenemos en común la vida con todos sus dones.

• EL MENSAJE SOCIAL DE LA IGLESIA

La preocupación social de la iglesia es orientar el desarrollo del hombre y la sociedad, y promover la dimensión humana. Los sumos pontífices iluminan con nuevas intervenciones y nuevos aspectos en la doctrina social de la iglesia la (enriquecida por aportaciones del magisterio, se ha formado un “corpus” doctrinal renovado). Esta tiene un mensaje específico que proclamar, prestar apoyo a los hombres en sus esfuerzos por tomar en sus manos y orientar su futuro.

La revelación Cristiana nos lleva a comprender mejor las leyes de la vida social. El evangelio tiene como misión enseñar al hombre, en nombre de Cristo y descubre la exigencia de la justicia y paz.

La doctrina social propone una serie de principios para reflexionar y criterios para el juicio. Se revela casa ves más rápido la formación doctrinal de los laicos, no solo por su fe, sino también por la exigencia de “dar razón de la esperanza”.

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