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La Prensa En El Porfiriato


Enviado por   •  25 de Agosto de 2013  •  641 Palabras (3 Páginas)  •  432 Visitas

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La prensa en el porfiriato.

Los gobiernos de Sebastián Lerdo de Tejada y Benito Juárez le dejaron al general Díaz un fuerte periodismo de oposición, vigilante y extraordinariamente combativo. Para Porfirio Díaz la vigilancia periodística representaba la necesidad de crear riñas entre ideólogos de la prensa y los dueños del poder administrativo.

Porfirio Díaz ignoraba la eficacia del método, había un aumento considerable en las subvenciones esto quiere decir que se les favorecía con cierta cantidad de dinero a los periódicos oficiosos y favoreció con empleos y canonjías a los escritores adictos, al paso que organizaba el vacío oficial en torno a los disidentes.

La aventura más arriesgada y cierta, una de las obras más perfectas de la literatura mexicana fue el periodismo del siglo XIX. Como las civilizaciones clásicas, en la ribera de ese río caudaloso floreció la mejor y más perdurable ciudad literaria que haya conocido la cultura nacional. En ese litoral exuberante creció una insólita población de prosa y poesía que quiso que los libros del siglo diecinueve fueran los periódicos. Esa fue la empresa que construyeron los mexicanos de hace cien años, o más, a lo largo de esa orilla húmeda y fértil.

Los primeros ataques contra el fuero de la prensa surgen paradójicamente de los mismos periodistas liberales, quienes confiesan haberse dejado arrastrar más de una vez por la pasión política. «El jurado para los delitos de imprenta es la propia impunidad», dijo La Libertad, coreada por El Nacional. La protesta de El Monitor Republicano, El Siglo XIX, y otros periódicos a la antigua usanza, se pierde ante el clamor de los periodistas liberales recién conversos a la ideología oficial.

La reforma de los artículos 6º y 7º constitucionales, consumada en 1883 bajo el gobierno del general González, aunque conservó teóricamente el derecho de escribir y publicar escritos sobre cualquier materia, entregó a los escritores públicos, sin defensa alguna, a los tribunales del orden común. La enmienda constitucional que suprimió los jurados de imprenta no fue seguida por la correspondiente del Código Penal ni la del Código de Procedimientos.

Librada la interpretación al arbitrio de los jueces, se pudo llegar a toda clase de procedimientos represivos. A las sanciones pecuniarias y los castigos corporales, se añadieron las sentencias de confiscación de prensas y útiles de trabajo, maliciosamente considerados como instrumentos del delito, y no pocas veces se estableció la complicidad de los editores, impresores, cajistas, correctores y demás personal de los talleres tipográficos.

Declarada la guerra entre el poder y los escritores disidentes, la oposición se extremó y se convirtió en radical y sistemática. Salta a la vista la trascendencia que la situación anormal de la opinión pública, desprovista de sus canales ordinarios de manifestación, había

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