La Violencia Que Se Manifiesta En Las Guerras
Enviado por rcmonkey • 3 de Diciembre de 2014 • 2.021 Palabras (9 Páginas) • 409 Visitas
La violencia que se manifiesta en las guerras
Vivimos en una época paradójica, en la que se alza un clamor universal en favor de la paz, mientras que por otro lado encontramos guerras por doquier. El fenómeno de la guerra se encuentra tan arraigado en la naturaleza humana que parece no depender de las circunstancias históricas.
Siguiendo a Aristóteles, suponía que las guerras siempre se plantean como un medio para obtener la paz. Ello no ha impedido que, repetidamente, ese medio tienda a convertirse en el fin mismo, de modo que podemos afirmar que el hombre vive en estado de guerra permanente. La misma irresistible tendencia que obliga al hombre a buscar por cualquier medio su supervivencia parece luchar por conseguir su aniquilamiento, su retorno a la Tierra originaria, a la mezcla primitiva de donde surgió. Nos sentimos reclamados, al mismo tiempo, por el Amor y la Belleza, y la Muerte y la destrucción. Esta duplicidad no se reduce, sin embargo, a ser una circunstancia meramente psicológica, sino que su influencia se extiende al campo moral.
Desde que fuera acuñado en Grecia, el término «virtud» hace siempre referencia a las cualidades varoniles del guerrero. El hombre sólo puede demostrar la verdadera condición de su carácter moral en el campo de batalla. Cuando el modelo del nuevo hombre demócrata y pacifista, pretende alzar su voz para reclamar el fin de la lucha, los héroes griegos le golpean y le recriminan su comportamiento femenil, de modo que el hombre lo es sólo en la medida en que demuestra su valentía en el combate.
Ni siquiera el cristianismo supone un cambio radical en esta actitud pese a las declaraciones pacifistas de su fundador. La guerra se considera como algo indiferente en sí, y su valor moral pasa a depender del cumplimiento de las condiciones de una guerra justa. No pensaban los teólogos católicos que la guerra debiera desaparecer, sin más, por causa de una transformación radical del hombre, cuya posibilidad limitaron al campo del hombre interior. La integración de la Fe y la Naturaleza, condujo a la Escolástica a proponer la paz como el fin último, pero, también, a apreciar la guerra como una circunstancia en que podían mostrarse las virtudes humanas, con tal que en la lucha se dieran determinadas condiciones. La consecuencia de esta concepción fue la elaboración de una doctrina que incluía los requisitos de una guerra justa: ser declarada por la autoridad legítima, buscar un fin justo, y utilizar medios moralmente correctos. Todos estos requisitos hacen referencia a los medios de la guerra ya que aunque, aparentemente, hablen de los fines, puesto que en ningún momento se pone en cuestión su moralidad. La guerra tiene un valor positivo, pues abre la posibilidad de que en ella se ponga de manifiesto la fortaleza, una de las principales virtudes del cristiano.
Paradójicamente, habrá que esperar a una época en que el paganismo retorna a Europa para encontrarnos ante un verdadero cambio en la valoración moral de la guerra. El Renacimiento acuña el concepto de virtud, que ya no pone el acento sobre la virilidad guerrera, sino sobre el dominio de todas las artes que hacen del hombre un ser social, un cortesano, un ciudadano capaz de triunfar socialmente por la dulzura de su carácter, la multiplicidad de sus habilidades, y su dominio de las técnicas que pueden alzarle al poder político. La política pasa a ser una guerra que utiliza otros medios para manifestarse. Los esfuerzos renacentistas por lograr una moderación de las, en muchas ocasiones, bárbaras costumbres medievales, se aprecia en ámbitos diversos, que van desde la afloración de tratados sobre las normas de urbanidad hasta la ritualización de los enfrentamientos armados. Los instintos agresivos son desplazados a otros espacios de la actividad social, como la lucha por el poder, o el ansia de fama, de modo que la guerra pierde gran parte de la trascendencia que aún conservaba en el medievo, puesto que ya no es el lugar de demostración de la virtud, sino tan sólo un medio para alcanzar el poder. Los manuales sobre estrategia militar sustituyen, pues, a los tratados morales sobre la virtud de la fortaleza. Con ello nace una concepción moderna de la guerra, cuyo desarrollo conduce hasta las ideologías pacifistas de nuestros días.
Hoy en día la noción de un ser humano sometido a la dialéctica entre guerra y paz, entre destrucción y producción, entre violencia y convivencia social. Se supone que, como en toda oposición, ha de nacer aquí también una síntesis final que signifique, si no el triunfo de uno de los polos en disputa, sí, cuando menos, el establecimiento de un orden próximo al que señalaría la tríada: paz-producción-convivencia social. En el caso de la dialéctica establecida entre los términos guerra-paz, parece claro que es guerra el que posee mayor fuerza, lo cual ha propiciado que, tradicionalmente, desde Grecia, se haya definido la paz como un estado de “no guerra”.
Contra esta tesis, el pensamiento marxista ha supuesto que el estado originario de las comunidades humanas es el de la convivencia pacífica, en un momento en que aún no había surgido la feroz lucha por la propiedad, verdadero motivo de los enfrentamientos entre los individuos y entre los pueblos. Este optimismo asoma aún hoy, en la época del pensamiento desencantado, en muchas de las manifestaciones de la ideología preponderante; la misma que dio en decir que, tras el fin de los bloques, habíamos entrado, por fin, en la senda de la paz universal. La inquietante realidad es que nunca antes se había encontrado el mundo más angustiado por su posible autodestrucción, pues la potencia nuclear, que antes se encontraba controlada por los grandes bloques, comienza a dispersarse alarmantemente, sin que parezcan surtir efecto los desesperados intentos de control de este tipo de armamento. Por otro lado, los conflictos interétnicos, interregionales, y locales se multiplican, y amenazan con matar, como una lenta infección, a un planeta que esperaba morir de una forma repentina. Si bien la experiencia de dos grandes guerras parece haber conjurado el riesgo de una tercera guerra mundial, el hombre se muestra incapaz de mantener una paz medianamente
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