La raza cósmica
Enviado por ernestocast • 23 de Octubre de 2013 • Ensayo • 1.986 Palabras (8 Páginas) • 262 Visitas
La raza cósmica, según él, es una consecuencia ineludible, puesto que
ninguna raza contemporánea puede presentarse por sí sola como un modelo acabado que todas las otras hayan de imitar. El mestizo y el indio, aun el negro, superan al blanco en una infinidad de capacidades propiamente espirituales. Ni en la antigüedad, ni en el presente, se ha dado jamás el caso de una raza que se baste a sí misma para forjar civilización. Las épocas más ilustres de la Humanidad han sido, precisamente, aquellas en que varios pueblos disímiles se ponen en contacto y se mezclan. La India, Grecia, Alejandría, Roma, no son sino ejemplos de que sólo una universalidad geográfica y étnica es capaz de dar frutos de civilización.
Al mismo tiempo, Vasconcelos destruye la falsa creencia de que el blanco, particularmente el blanco de habla inglesa, es el «non plus ultra» de la evolución humana, y que cruzarlo con otra raza sería tanto como envilecer su estirpe. Explica el pensador [89] de México, que semejante manera de ver no es nada más que la ilusión de cada pueblo afortunado en el período de su poderío. Y agrega:
Cada uno de los grandes pueblos de la Historia se ha creído el final y el elegido.
Cada raza que se levanta necesita constituir su propia filosofía, el deus ex machina de sus éxitos.
Hemos llegado al momento más culminante de la obra del Maestro. Vasconcelos, en las ultimas páginas de su prodigioso ensayo, formula las bases de la raza cósmica. Para dicho efecto, recuerda que la raza hebrea no era para los egipcios otra cosa que ruin casta de esclavos, y de ella nació Jesucristo, al que denomina el autor del mayor movimiento social de la Historia; el que anunció el amor de todos los hombres. «Este amor –dice el filósofo continental–, será uno de los dogmas fundamentales de la quinta raza.» América deberá ser el hogar y la patria de todos los que deseen vivir en ella, y, por lo mismo, tendrá que caracterizarse por sus sentimientos de fraternidad y concordia hacia todos los seres de la tierra.
Vasconcelos hace la aclaración de que su doctrina «no es un simple esfuerzo ideológico para levantar el ánimo de una raza deprimida, ofreciéndole una tesis que contradice la doctrina a que habían querido condenarla sus rivales». La filosofía positivista quiso destruir la inquebrantable ley cristiana basada en el amor como sostén de la gran familia humana. Aquella escuela sentenció «que no era el amor la ley sino el antagonismo, la lucha y el triunfo del apto».
Los antiguos postulados que se tenían por ciertos hace apenas veinte y treinta años, yacen en el polvo ante el arrollador progreso de ciencias que, como la físico-química, la biología y las matemáticas, están evolucionando constantemente. Si todo sufre en los presentes momentos actuales una rectificación de valores, «es preciso reconocer que se ha derrumbado también el edificio teórico de la denominación de una sola raza».
Por último, Vasconcelos, profundizándose más en el estudio en que está empeñado, pregúntase qué pasaría si para constituir [90] la quinta raza se procediera conforme al primer período, o sea, el material o guerrero. Y se responde:
La fuerza ciega, por imposición casi mecánica de los elementos más vigorosos decidiría de una manera sencilla y brutal, exterminando a los débiles, más bien dicho, a los que no se acomodaran al plan de la raza nueva. De acuerdo con la ley del segundo período, es decir, el intelectual o político, la raza cósmica se constituiría de acuerdo con los astutos, los listos y faltos de escrúpulos, perdiendo la partida los bondadosos y los soñadores. En cambio –expresa Vasconcelos–, la verdadera potencia creadora de júbilo está contenida en la ley del tercer período, que es emoción de belleza y un amor tan acendrado que se confunde con la revelación divina. Propiedad de antiguo señalada a la belleza, por ejemplo en el Fedro, es la de ser patética: su dinamismo contagia y mueve los ánimos, transforma las cosas y el mismo destino. La raza más apta para adivinar y para imponer semejante ley en la vida y en las cosas, esa será la raza matriz de la nueva era de civilización.
Para terminar, agrega el soberbio esteta mexicano:
Por fortuna, tal don necesario a la quinta raza, lo posee en grado subido la gente mestiza del Continente iberoamericano; gente para quien la belleza es la razón mayor de toda cosa. Una fina sensibilidad estética y un amor de belleza profunda, ajenos a todo interés bastardo y libre de trabas formales, todo eso es necesario al tercer período; período impregnado de esteticismo cristiano que sobre la misma fealdad pone el toque redentor de la piedad que enciende un halo alrededor de todo lo creado.
Llega el doctor Vasconcelos a su más alta concepción filosófica y clarividencia suma cuando afirma que:
La gente que está formando la América hispánica, un poco desbaratada, pero libre de espíritu y con el anhelo en tensión a causa de las grandes regiones inexploradas, puede todavía repetir las proezas de los conquistadores castellanos y portugueses. La raza hispana en general tiene todavía por delante esta misión de descubrir nuevas zonas en el espíritu ahora que todas las tierras están exploradas. Solamente la parte ibérica del Continente dispone de los factores espirituales raza y el territorio que son necesarios para la gran empresa de iniciar la era universal de la Humanidad. Están allí todas las razas que han de ir dando su aporte: el hombre nórdico, que hoy es [91] maestro de acción, pero, que tuvo comienzos humildes y parecía inferior, en una época en que ya habían aparecido y decaído varias grandes culturas; el negro como una reserva de potencialidades que arrancan de los días remotos de la Lemuria; el indio que vio perecer la Atlántida, pero que guarda un quieto misterio en la conciencia; tenemos todos los pueblos y todas las aptitudes, y sólo hace falta que el amor verdadero organice y ponga en marcha la ley de la Historia.
Hemos terminado las ligeras acotaciones sobre la Raza Cósmica que nos propusimos apuntar al margen de la obra de Vasconcelos. Confesamos
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