La turbulencia de la fe, Cameron
Enviado por Andreali63 • 31 de Mayo de 2021 • Resumen • 8.781 Palabras (36 Páginas) • 293 Visitas
Las turbulencias
de la fe
Euan Cameron
Si en algún momento de la historia del cristianismo europeo se produje-
ron cambios turbulentos fue en el siglo xv1. En 1500 los habitantes de la
Europa occidental pertenecían a una Iglesia internacional teóricamente al
servicio de todos ellos. Aunque flexible y diversa en muchos aspectos, esa
Iglesia era casi tan universal que pocos europeos necesitaban de manera
consciente considerarse a sí mismos cristianos occidentales, latinos y ca-
tólicos. Aunque existieran pequeñas células de «herejes» valdenses o lo-
Hards formadas por unas decenas o incluso centenares de individuos en
ciertos enclaves aislados diseminados por toda la Europa occidental, la
herejía estructurada había quedado reducida a una mínima fracción de
los niveles alcanzados en otros tiempos. Incluso la Iglesia de Bohemia, se-
miescindida desde la época de Jan Hus, había llegado a desarrollar cierto
tipo de coexistencia con Roma. En absoluto contraste con esa uniformi-
dad casi total, hacia 1600 muchos habitantes de Europa, o tal vez incluso
la mayoría, eran perfectamente conscientes de que eran unos católicos ro-
manos, otros luteranos y otros reformados, Se suponia que las personas
sólo medianamente cultas sabían por qué eran lo que eran. La adhesión a
una u otra de las confesiones religiosas grandes o pequeñas existentes en
Occidente permitia definir no sólo la conciencia del individuo, sino tam-
bién la filiación política de cada uno, Los estados se hallaban alineados
unos frente a otros en una gran variedad de ligas y alianzas poco estables,
dispuestas a someter a la Europa central a] baño de sangre que se desenca-
denaría a partir de 1618,
Las creencias mayoritarias
No obstante, debemos guardarnos mucho de incurrir en exageraciones.
Estamos sólo empezando a darnos cuenta de lo importante y duradero
que es el conjunto de creencias que se oculta tras la superficie de la cul-
tura europea. Esas creencias no se hallaban relegadas a una especie de
compartimento que pudiéramos llamar «cultura popular» o «religión
popular». Se solapaban con las creencias y actividades religiosas fomenta-
das por las autoridades, y se mezclaban e interactuaban con ellas. Refleja-
ban las preocupaciones, las necesidades e inseguridades cotidianas a las
que se hallaba expuesta la mayoria, cuando no la totalidad de los europeos
de comienzos de la Edad Moderna.
Lá inmensa mayoria de la población de Europa mantenía una relación
relativamente próxima con la tierra. Su seguridad, sus modos de vida, y a
veces su propia existencia, dependían de la fertilidad del suelo, de la su-
pervivencia y fecundidad de sus ganados, y de la eventualidad de un cli-
ma benigno en determinadas épocas trascendentales del año, circunstan-
cias todas que se volvieron cada vez más problemáticas a medida que fue
avanzando el siglo xv. Las personas confiaban además en poder gozar ellas
mismas, sus familias y sus criados, de salud y fuerzas suficientes para lle-
var a cabo las tareas rutinarias que fueran precisas. Necesitaban tener ac-
ceso a la tierra y utilizarla sin peligro de robos, sin la presencia de ejércitos,
o sin la exigencia de impuestos, todavía más onerosa. Estos factores se
hallaban casi siempre fuera del control de la mayoria, cuando no de la to-
talidad de la población. No había medios naturales eficaces que asegura-
ran su bienestar ni que la protegieran de la desgracia. Asi, pues, la gente
buscaba la ayuda de lo sobrenatural por muchos medios, empezando por
los recursos que ofrecia la Iglesia establecida, pero también a través de otros
que excedian con creces los límites de ésta.
En torno al año 1500 los teólogos católicos contribuían a mantener esa
sensación de dependencia de la ayuda sobrenatural frente a unos males
que potencialmente tenían un origen también sobrenatural. En 1505 el ca-
tedrático de teología de la universidad de Túbingen Martin Plantsch pro-
nunció varios sermones en la parroquia de San Jorge. Plantsch sostenía de
manera harto convencional que los demonios podían hacer daño a la
gente provocando tormentas para echar a perder sus cosechas, robando el
grano y el vino de sus despensas, o retirando la leche a sus animales, y cau-
sando enfermedades, esterilidad e impotencia en las personas y los gana-
dos. Los hechiceros provocaban a veces esas mismas desgracias por medio
de conjuros, encantamientos, imágenes y sustancias medicinales o pon-
zoñosas (aunque estos recursos eran meros instrumentos que permitían
a los demonios causar daño). Como es habitual, muchos reaccionaban
ante la experiencia de la desgracia buscando ayuda en diversas fuentes so-
brenaturales, algunas situadas incluso muy lejos de lo permitido por la
Iglesia, Plantsch sostenía que buscar ayuda en los curanderos, «entendi-
dos» y magos, era un error desastroso. Todos los males que padecía la gen-
te provenían, en último término, de la providencia de un Dios preocupa-
do por sus criaturas. Dios permitia que ocurrieran los males para tentar a
aquellos que tenian una fe más débil y para probar la fortaleza de los san-
tos. Advertía a los fieles que no buscaran remedio ni protección alguna
que tuviera visos de magia o de hechicería diabólica. Por el contrario, de-
bían utilizar los remedios espirituales aprobados por la Iglesia católica,
junto con la medicina tradicional. De ese modo, Plantsch animaba a los
habitantes de Túbingen a rociar con agua bendita sus heridas y llagas, e
incluso las casas y los edificios. Podían echar hojas benditas de palmera en
la lumbre para alejar las tormentas, «siempre y cuando lo hicieran para
mayor honra de Dios», Podían recurrir a una gran variedad de aguas, ci-
rios y panes benditos dedicados a diferentes santos para curar los males
especificamente relacionados con cada uno de ellos: el agua de san Antonio
servía contra el «fuego mórbido», el agua de san Pedro Mártir contra las
fiebres, y las velas de san Blas contra las dolencias de garganta.
A lo largo del siglo los luteranos y los protestantes de las iglesias re-
formadas rechazarían
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