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Lenguas Indigenas En México


Enviado por   •  12 de Mayo de 2015  •  1.262 Palabras (6 Páginas)  •  208 Visitas

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En México se hablan o mascullan cerca de 70 lenguas originarias pertenecientes a 16 familias lingüísticas. Quince de estas lenguas: náhuatl, maya, mixteco, zapoteco, tseltal, tzotzil, otomí, totonaca, mazateco, chol, huasteco, chinanteco, mixe, mazahua y purépecha, tienen más de cien mil hablantes cada una y en el caso de las que se emplean en Chiapas como tseltal, tzotzil y chol, desde el alzamiento neozapatista el número de hablantes se incrementó o cuando menos creció el número de los que están orgullosos de hablarlas y lo reconocen en el censo.

El antropólogo Franz Boas, que estudiaba la tradición oral, concluyó que ninguno de los cuentos que se contaba el continente Americano eran o son autóctonos, Lo cierto es que en lo tocante a las historias que se platican por estos rumbos hay préstamos, contaminaciones, mestizaje, sincretismo continental y trasatlántico.

Además de que todos los mitos cosmogónicos mesoamericanos remiten patriarcalmente al maíz y siguen los mismos patrones circulares; en las seculares historias de pícaros protagonizadas por fauna antropomórfica se repiten hasta el infinito las del conejo y el coyote, el tlacuache y el tigre y el mono y el cocodrilo.

Sacras o profanas las historias de los pueblos se narran con aspavientos, con harta gestualidad y teatralización. Y a veces se despliegan en fiestas y rituales que combinan música, danza, canto, recitados, vestuario, maquillaje, escenografía y parafernalia diversa, además del trago si no es que otros sicotrópicos. Recursos comunicativos que trascienden el idioma y para el extraño funcionan como traducción alternativa sin necesidad de que se conozcan la sintaxis y el significado de las palabras.

Comunicación metalingüística que es posible, además, porque si se trata de adentrarse en cosas importantes, nuestros pueblos cuentan historias. Las antiguas culturas manejaban sin duda conceptos abstractos y razonamientos lógicos, pero este no es más que uno de los caminos a la universalidad, el otro es el lenguaje figurado y metafórico, las alegorías, las parábolas. Y ese es el que se ocupa cuando abordamos cuestiones trascendentes.

Aquel día, saliendo Jesús de su casa, fue a sentarse a la orilla del mar. Y se sentó alrededor de él un concurso tan grande de gente que le fue preciso entrar en una barca y tomar asiento en ella. Todo el pueblo estaba en la rivera. Al cual habló de muchas cosas y por medio de parábolas, diciendo: “Salió una vez cierto sembrador a sembrar… Quien tenga oídos que entienda”.

Al absolutizar el pensamiento racional, la modernidad quiso convencernos de que el único discurso que vale es el unívoco y directo. Pero en realidad hay dos lenguajes: uno directo y otro que parece indirecto, uno claro y otro en apariencia oscuro. Al primero se accede por la comprensión y gracias a que se conocen la sintaxis y el significado de las palabras; el segundo supone interpretación, es decir el recurso de la hermenéutica.

Pero lo importante no es sólo el tipo de discurso que empleamos, sino aquello a lo que este discurso nos permite acceder. Y si el lenguaje presuntamente directo y claro habla de los entes y a lo más generaliza a partir de las cosas en sí mismas, el que parece indirecto y oscuro ilumina al ser para nosotros de dichas cosas, no le importa tanto esclarecer su íntima consistencia como su significado, un significado que puede ser teológico o mundano pero que las trasciende al señalar más allá de su pura entidad, de su pura mismidad.

Signos o símbolos que son metáforas y a veces son parábolas. Y es que cuando contamos o representamos una historia con intención alegórica, además de gestos empleamos directamente las palabras y la sintaxis de uno u otro idioma, pero lo que en verdad transmitimos es una serie de imágenes significativas, es decir el verbo profundo más allá del verbo superficial. Verbo profundo y en apariencia

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