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Marie Curie


Enviado por   •  2 de Octubre de 2012  •  2.067 Palabras (9 Páginas)  •  703 Visitas

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Marie Curie

…”Mi personalidad siempre fue humilde, perseverante y tímida, me sentaba en la primera fila de la clase en física, no me gustaba ostentar, me apasionaba la lectura y nunca vi la investigación como un sinónimo de riqueza, sino como ayuda y conocimiento”...

Hola mi nombre es, Marie Curie, soy una física y química polaca. De soltera Marja Sklodowska, nací en Varsovia (Polonia) el 7 de noviembre de 1867, pero mas tarde me nacionalice como francesa. Provenía de una familia humilde, fui la quinta hija de Władysław Skłodowski, profesor de enseñanzas medias en Física y de Bronisława Boguska, quien fue maestra, pianista y cantante. Me gradué de la escuela secundaria a los 15 años, pero las opresivas políticas del gobierno ruso me impidieron ingresar a una universidad pública, así que estudie en la clandestina “Universidad Flotante” de Varsovia. Debido a nuestra condición económica, la muerte de mi madre y mi hermana tuve que trabajar como institutriz para ganar dinero y sustentar los estudios de una de mis hermanas mayores en Paris. Para 1891, había ahorrado dinero suficiente para unirme a ella allá (donde me cambie el nombre por Marie), comencé estudiar matemáticas, física y química en la Universidad de Sorbona en Paris. Obtuve mi título universitario en 1893 y un magíster en 1894; en 1903, me convertí en la primera mujer en Francia en recibir un título de doctorado.

En 1894 conocí a Pierre Curie, un profesor físico francés (nueve años mayor), con el que trabajaba en conjunto en el laboratorio, A los pocos meses de conocernos me pidió matrimonio y después de diez meses de pensarlo acepte, nos casamos en 1895, y con el dinero de regalo de bodas nos compramos dos bicicletas y nos fuimos a recorrer los campos de París. Ambos constituimos un compenetrado equipo de trabajo, con el que realizamos grandes descubrimientos.

Durante nuestro matrimonio tuvimos dos hijas. A los dos años de casados Irène Joliot-Curie (quien junto a su marido, Frédéric, recibieron el Premio Nobel de Química en 1935 por la obtención de nuevos elementos radiactivos) y el 6 de Diciembre de 1904 nació nuestra segunda hija, Ève, tras sufrir un aborto, probablemente producido por la radiactividad (la única que no se dedicaría a la ciencia).

Yo estaba muy interesada en los recientes descubrimientos de los nuevos tipos de radiación. Wilhelm Roentgen había descubierto los rayos X en 1895, y en 1896 Antoine Henri Becquerel descubrió que el uranio emitía radiaciones invisibles similares. Comencé a estudiar las radiaciones del uranio, mientras me enfrascada en su estudio descubrí que los compuestos formados por otro elemento, el torio, también emitían espontáneamente rayos como los del uranio, pero en ambos casos la radiactividad era mucho más fuerte de lo que podía atribuirse lógicamente a la cantidad de uranio y torio contenida en los productos examinados.

Utilizando las técnicas piezoeléctricas inventadas por mi marido, medí cuidadosamente las radiaciones en la pechblenda, un mineral que contiene uranio. Cuando vi que las radiaciones del mineral eran más intensas que las del propio uranio, me di cuenta de que tenía que haber elementos desconocidos, incluso más radiactivos que el uranio. Utilice por primera vez el término ‘radiactivo’ para describir los elementos que emiten radiaciones cuando se descomponen sus núcleos.

Había examinado todos los elementos químicos conocidos. Por tanto, los minerales examinados debían contener una sustancia radiactiva que por fuerza tenía que ser un elemento químico hasta entonces desconocido.

Pierre Curie, que siguió con apasionado interés el rápido progreso de mis experimentos, resolvió abandonar sus propios trabajos para ayudarme. Ambos buscaron entonces en el diminuto y húmedo laboratorio el elemento desconocido. Comenzamos separando y midiendo pacientemente la radiactividad de todos los elementos que contiene la pecblenda (mineral de uranio), pero a medida que fueron limitando el campo de su investigación sus hallazgos indicaron la existencia de dos elementos nuevos en vez de uno. El mes de julio de 1898 anunciamos el descubrimiento de una de estas sustancias. Le dio el nombre de polonio en recuerdo de mi amada Polonia y en Diciembre del mismo año revelamos la existencia de un segundo elemento químico nuevo en la pecblenda, al que bautizamos con el nombre de radio, elemento de enorme radiactividad, los de trascendental importancia por el gran avance que su estudio supuso en la estructura de la materia. Pero nadie había visto el radio; nadie podía decir cuál era su peso atómico. Tuvieron que pasar cuatro años para que pudiéramos probar la existencia del polonio y el radio, y aun cuando conocían bien el método que les permitiría aislar los dos elementos, les era preciso disponer de grandes cantidades de material en bruto de donde extraerlos.

El Gobierno austríaco nos facilitó una tonelada de pecblenda, con la que en 1902, a los cuarenta y cinco meses de haber anunciado los esposos Curie la probable existencia del radio, obtuve mi victoria: lo había logrado, al fin, preparar un decigramo de radio puro, y había determinado el peso atómico del nuevo elemento. Los químicos tuvieron que rendirse ante la evidencia de los hechos. A partir de aquel momento el radio existía oficialmente. Purificado en forma de cloruro, el radio aparecía como un polvo blanco similar a la sal de mesa; pero sus cualidades eran extraordinarias. La intensidad de sus radiaciones sobrepasaron todo lo esperado, pues era dos millones de veces mayor que la del uranio. Los rayos que despedía atravesaban las sustancias más duras y más opacas, y solo una gruesa plancha de plomo era capaz de resistir su penetración destructora. El último y más maravilloso milagro era que el radio podía convertirse en un aliado del hombre en su lucha contra el cáncer. Debido a esto su extracción había dejado de tener un simple interés experimental. Iba a nacer la industria del radio. En varios países se habían hecho ya planes para la explotación de minerales radiactivos, principalmente en Bélgica y en los Estados Unidos. Sin embargo, los ingenieros sólo podrían producir el "fabuloso metal" si dominaban el secreto de las delicadas operaciones a que había de someterse la materia prima. Cierta mañana de domingo, Pierre me lo que ocurría. Acababa de leer una carta que le habían dirigido en demanda de información varios ingenieros de los Estados Unidos, que querían

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