Mi Mejor Amiga
Enviado por natalie_shim • 10 de Diciembre de 2013 • 1.186 Palabras (5 Páginas) • 426 Visitas
Pero regresando a los peces, en cierto momento también me aburrí de tener
exclusivamente Gupis y Carpas Doradas. Creo que se trata de una deformación
de mi personalidad: me canso muy pronto de las cosas que me
atraen. Lo peor es que después no sé qué hacer con ellas. Al principio fueron
los Gupis, que en determinado momento me parecieron demasiado
insignificantes para los majestuosos acuarios que tenía en mente formar.
Sin ninguna clase de remordimiento dejé gradualmente de alimentarlos.
Tenía la esperanza de que se fueran comiendo unos a otros. Los que quedaron
vivos los arrojé al excusado, de la misma forma como lo hice con
aquella madre muerta. Así fue como tuve los acuarios libres para recibir
peces de crianza más difícil. Los Goldfish fueron los primeros en los que
pensé. Sin embargo recordé que eran demasiado lerdos, casi estúpidos. Yo
quería algo colorido pero que también tuviera vida, para así pasarme los
momentos en los que no había clientas observando cómo los peces se perseguían
unos a otros, o se escondían entre las plantas acuáticas que había
sembrado sobre las piedras del fondo.
Mi trabajo en el salón de belleza lo llevaba a cabo de lunes a sábado. Pero
algunos sábados en la tarde, cuando estaba muy cansado, dejaba encargado
el negocio y me iba a los baños de vapor para relajarme. El local de mi
preferencia era atendido por una familia de japoneses. Era un lugar exclusivo
para personas de sexo masculino. El dueño, un hombre maduro de
baja estatura, tenía dos hijas que hacían las veces de recepcionistas. En el
vestíbulo se había tratado de respetar el estilo oriental del letrero de la
puerta. Había allí un mostrador decorado con peces multicolores y con
dragones rojos tallados en alto relieve. En forma invariable se podía encontrar
a las dos jóvenes armando grandes rompecabezas. Cuando llegaba
alguien, dejaban el entretenimiento y se esmeraban en la atención. El
primer paso era la entrega de unas pequeñas bolsas de plástico transparente,
para que el visitante introdujera en ellas sus objetos de valor. Las
jóvenes daban luego un disco con un número, que cada quien se debía
colgar de la muñeca. Las japonesas guardaban la bolsa en un casillero determinado
y después invitaban al visitante a pasar a una sala posterior.
Aquí la decoración cambiaba totalmente. El lugar tenía el aspecto de los
baños del Estadio Nacional que conocí la vez que me llevó un futbolista
amateur. Las paredes estaban cubiertas, hasta la mitad, con losetas blancas.
En la parte superior habían pintado delfines dando saltos. Esos dibujos
estaban descoloridos. Apenas se percibía el lomo de los animales.
En esa sala siempre me esperaba el mismo empleado para pedirme la ropa
que llevaba puesta. En cada visita tuve siempre la precaución de usar
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sólo prendas masculinas. Luego de desvestirme delante de sus ojos, con
un gesto mecánico estiraba sus brazos para recibirlas. Se fijaba en el número
que colgaba de mi muñeca, y se llevaba luego la carga al casillero
correspondiente. Antes de hacerlo, me entregaba dos toallas raídas pero
limpias. Yo me cubría con una los genitales y me colgaba la otra de los
hombros.
La última vez que visité los baños recordé una historia que cierta noche
en que estábamos esperando hombres en una esquina bastante transitada,
me contó un amigo. A él le gustaba vestirse exóticamente. Siempre
usaba plumas, guantes y accesorios de ese tipo. Decía que algunos años
atrás, su padre le había obsequiado un viaje a Europa. Afirmaba que durante
aquel viaje había aprendido a vestirse de esa manera. Sin embargo,
parece ser que en esta ciudad no era posible apreciarse una moda de ese
tipo. Mi amigo se quedaba por eso muchas horas parado solo en las esquinas.
Ni siquiera los patrulleros que rondaban la zona, se lo
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