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Monografia EL ORIGEN Y DESARROLLO DE LA PROFESIÓN MAGISTERIAL


Enviado por   •  1 de Octubre de 2011  •  1.791 Palabras (8 Páginas)  •  2.191 Visitas

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“El origen y desarrollo de la profesión magisterial”

Se relacionan tan amargos recuerdos, tan dolorosas emociones, tan tristes consecuencias a la memoria de la escuela antigua. La escuela en los antiguos tiempos era el pasillo tenebroso y deletéreo, que recibía a los esclavos futuros, allí se mataba el sentimiento de la dignidad, tormentos físicos y tormentos morales. El niño que permanecía silencioso, arrinconado, poniendo una carita doliente y mustia para inspirar compasión. La escuela tenía un aspecto lúgubre y aterrador. El maestro de escuela, pobre hombre de rostro avinagrado, de mirada ceñuda, con un traje oscuro, que le daba un aire de clérigo, y casi siempre grasiento y raído. El niño atravesaba lo largo de su sala, iba a arrodillarse frente a la gran cruz o la estampa, rezaba el Bendito en alta voz, y luego se dirigía al lugar del maestro y le pedía la mano. Cuando aprendía a escribir el maestro le ponía un modelo, que el niño trataba de imitar, si su letra mejoraba era ascendido a otra regla. El niño escribía y una vez concluido su plana iba a enseñarla al maestro y esperaba trémulo su fallo.

Se castigaban las grandes culpas, y éstas eran: haberse reído sonoramente, haber corrido en la calle, haber ido a pasear en vez de ir a la escuela, haber derramado un tintero sobre la mesa, o no saber la lección de doctrina cristiana. El maestro mandaba a desnudar al niño, tendía al niño en un banco y le ponía un pañuelo o un ceñidor en la boca para soportar el dolor, y el maestro le aplicaba una docena o dos de azotes. Así es, que no aprendía más que a sumar, restar, multiplicar y partir. Aprendían la doctrina de Ripalda con tedio, los sábados eran días espantosos, y en los cuales los niños preferían enfermarse a concurrir a la escuela, porque entonces se les obligaba a hacer el repaso o recordación de todo lo que habían aprendido del catecismo de Ripalda.

Tal era la instrucción primaria que se daba a los niños antiguamente, de lo que pasaba hace menos de treinta años aquí en México. Si tal era el atraso de la enseñanza primaria en la capital de la República, espantoso debe haber sido el que reinaba en los pueblos, particularmente en los que había indígenas, que son los más, la escuela se conservaba como en tiempo de los subdelegados. Los alumnos se dividían por castas, y ocupaban dos bancos diferentes. En unos se sentaban los niños de razón, y en otro los indios, a quienes no se enseñaba más que la doctrina en malísimo castellano y de voz viva, pues no se les permitía leer.

Para hablar de la escuela contemporánea, es preciso dividirla en escuela de ciudad, cuya denominación se comprenden las escuelas de las poblaciones grandes, de las ciudades populosas, y en particular de México; y escuela del campo, bajo cuyo título consideraré a las escuelas de los pueblos cortos y de las aldeas. La escuela municipal y la lancasteriana son las mejor atendidas. En cuanto a la escuela lancasteriana, los directores de esa sociedad has sido muy activos, muy perseverantes, y profesan ideas avanzadas. La enseñanza que se da en esas escuelas, a causa de la escasez suma de recursos con que se lucha diariamente, es casi ineficaz.

Los profesores son buenos, y además de reunir un buen caudal de conocimientos, están pagados mal. Las señoritas que se dedican al profesorado, se han distinguido en los últimos años por su capacidad para tan importante magisterio. La Sociedad Lancasteriana es un seminario de buenos profesores. Todavía hay quienes crean que los jesuitas son aptos para dirigir las escuelas republicanas. La escuela confiada al clero, es propia sólo de las monarquías absolutas. La educación dirigida por el sacerdote es una añeja monstruosidad heredada de los chinos y de los egipcios, puesto que se reconoce que el magisterio de la enseñanza pública es de una importancia vital para el progreso de las naciones, es preciso levantarlo al rango de las profesiones más ilustres, exigiendo en el maestro una suma de conocimientos digna de su misión, y dando atractivo a ésta con el estímulo de grandes recompensas y honores. Es indispensable más que nada, hacerle comprender que su misión no es religiosa, que sus ideas morales no deben fundarse en la estrecha base de una religión cualquiera, sino que tienen que abrazar una esfera amplísima.

Una población se consideraba muy feliz con tener una escuela miserable; y que los pueblos de indígenas carecían las más veces de ella; por consiguiente, el indio jamás aprendía a leer, y eso explica su estado actual de barbarie y de abatimiento. En algunos pueblos de indígenas solía haber escuela, pero en ella sólo se enseñaba la doctrina cristiana o para hablar con más propiedad. El maestro de escuela era regularmente un pobrecillo mestizo que había aprendido a leer en la ciudad, su sueldo variaba desde cinco pesos al mes, hasta veinte. El maestro de escuela es respetado, consultado por los viejos, venerado por los muchachos. En pueblos más afortunados, el maestro que suele conocer el idioma del país, les da nociones de castellano, les enseña el alfabeto y tal vez los inicia en los misterios de la escritura y del cálculo. La escuela de las poblaciones grandes, en que existen las razas mezcladas el maestro es más culto, tal vez tiene su título de profesor, conoce el sistema métrico decimal, traduce al francés y puede enseñar varios caracteres de letra; además sus modales son mejores.

El ingreso a la profesión no dependía de un sistema de formación especializado

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