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Monografía sobre la Independencia de Estados Unidos.


Enviado por   •  27 de Septiembre de 2016  •  Monografía  •  2.204 Palabras (9 Páginas)  •  2.258 Visitas

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Universidad Nacional de Rosario 

Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales



Historia Latinoamericana y Argentina I

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Parcial Nº2
Monografía 



Independencia de los Estados Unidos de América



Dávilo, Beatríz
Gotta, Claudia
Caputo, Marina
Prospitti, Agustín


Lorenzi, Carlos
Tolosa, Mariana
Toriggino, Luciano
 


Ciclo Lectivo 2016

07/06/2016


INTRODUCCIÓN

¿Quién gobierna y para quién?

      Gran Bretaña obtuvo el triunfo sobre Francia en la guerra de los siete años (1756-1763) con gran ayuda económica y militar de las colonias norteamericanas, colaboración que nunca fue recompensada. Al ya existente desprecio por este hecho, se le suman, por un lado, los altos impuestos a los artículos indispensables y, por otro, las peticiones no correspondidas, que provocaron el enojo de los colonos.
     Tras distintas protestas y manifestaciones, se celebró el Primer Congreso Continental (1774), para discutir la situación sobre la servidumbre a los británicos, en favor de una patria independiente.
     Años más tarde comenzaron los enfrentamientos bélicos que culminaron con la derrota británica en la batalla de Yorktown. Pero tras la independencia, los norteamericanos debieron afrontar un proceso de organización institucional; una nueva concepción de soberanía; problemas económicos y políticos; una redefinición del sujeto de la soberanía; y una larga discusión en torno a los mecanismos de representación en relación a la Constitución de 1787.
     Son estos procesos sobre los cuales se enfocará el análisis: dónde aparecen, en aquellas 13 colonias, ideas de revolución y de patria independiente; y las discusiones acerca de cómo enfrentar y superar esta compleja etapa de organización
 institucional luego de aquella anhelada victoria en Yorktown.










                                                   
DESARROLLO

      Luego de declarar la independencia de las colonias norteamericanas el 4 de Julio 1776, el Segundo Congreso Continental recomendó a los delegados de cada uno de los estados que vuelvan a sus “ex-colonias” para determinar cómo se organizarían internamente y que redactasen sus propias constituciones. En aquel momento, éstas se consideraban soberanas.
     En 1777, el Congreso proponía una estructura de gobierno bajo los postulados de los Artículos de la Confederación. Se trataba de un documento cuyas medidas empezarían a aplicarse recién en 1781, cuando el último de los 13 estados firma el acuerdo. Los Artículos establecían que cada colonia actuaría como un estado independiente, con derecho a aprobar leyes dentro de su territorio. Reafirmaban la soberanía de los estados y daban a la Confederación el sentido de un tratado entre soberanos, un acuerdo entre partes que cooperaban entre sí: “una sólida liga de amistad
[1]”. Luego de su experiencia con Inglaterra, las colonias se mostraban cautelosas ante la posible formación de un gobierno central fuerte.
     El Congreso debía suplir de manera informal la ausencia de una autoridad única, tomando medidas que hoy llamaríamos propias de un gobierno central. Podía emitir moneda y tomar préstamos, declarar la guerra y la paz (con el consentimiento de los Estados), pedir contribuciones voluntarias a los Estados, formar alianzas, etcétera. Sin embargo, ningún marco institucional definía cuál era el rango de atribuciones de esta autoridad. Como afirma Edmund Morgan, “era un gobierno con poderes asignados, pero sin poder
[2]”.
     La situación anómala de este Congreso se reflejaba en que sus miembros tenían dudas acerca de a quién representaban: si a los pueblos de los distintos estados, o al pueblo de una nación. Por otra parte, sus integrantes habían sido elegidos por las legislaturas (excepto en Rhode Island y Connecticut, donde fueron escogidos por votación). Es decir: no eran realmente y de ninguna manera representantes, sino enviados de los gobiernos de varios estados. En palabras de Patrick Henry: “representantes de representantes”.

     
Durante la guerra de la Independencia (1775-1781), los diversos estados no se atrevían a poner a prueba la lealtad de sus súbditos mediante contribuciones; por ello, la política fiscal aplicada por el Congreso venía consistiendo en improvisación tras improvisación. Los primeros cinco años de guerra habían sido financiados con la emisión de papel moneda; su valor, en relación con la moneda acuñada (de gran escasez), bajó notablemente, generando una rápida e incontenible devaluación.
     La crisis económica que debió llevar Norteamérica luego de la guerra radicaba en la incapacidad del Congreso de fijar impuestos e imponer resoluciones a los Estados (sólo puede pedirles su consentimiento); éstos obstaculizaban los proyectos del gobierno si no contribuían en la medida que se les había fijado o se retrasaban en sus pagos.
     La Confederación debió hacer frente a la deuda contraída con países europeos para financiar la revolución (Francia, por ejemplo, prestó 8 millones de dólares; los Países Bajos, por su parte, 2,8; etcétera). Por otra parte, la guerra también había provocado deuda interna: la misma disolución del ejército trajo consigo grandes dificultades, ya que se debían licenciar tropas e indemnizarlas. Además, para abastecer a la milicia había sido necesario recurrir a pequeños propietarios rurales, que no tuvieron otra opción que ceder lo que se les pedía. A cambio se les daban “vales” de cambio, que, en realidad, no tenían respaldo. Como consecuencia, muchas de las tierras de estos propietarios acabaron en remate.
     La salida del monopolio comercial con Gran Bretaña significó, también, un gran cambio económico, con profundos efectos sobre las exportaciones de los nuevos estados independientes. Los canales tradicionales hacia Europa o el Caribe les fueron vedados; los astilleros de Nueva Inglaterra perdieron su mejor cliente; el tabaco de Virginia dejó de estar protegido, viéndose obligado a buscar nuevos mercados. El comercio con Gran Bretaña no tardó en recuperarse, pero se importaba mucho más de lo que se podía pagar. Luego de la reanudación de las rutas comerciales, la gran cantidad de productos que ofrecían los ingleses condujo al agotamiento de la capacidad de pago americana, al aumento de la deflación de posguerra y a la caída brusca de precios: todo esto conllevó a la primer gran depresión de la economía nacional americana (1784-1788).

     Luego de la declaración de la independencia en 1776, las 13 ex-colonias eran ya estados libres y soberanos; pero aun no constituían una nación unida. El pueblo acababa de rebelarse contra un parlamento en la distante Londres, y no quería reemplazarlo con una autoridad central tiránica en su propio país. En consecuencia, Confederación aprobada por los estados en 1781 no creó un auténtico Poder Ejecutivo, sino que delegó todo al Congreso Continental que, como dicho anteriormente, carecía del poder efectivo para hacer cumplir las decisiones aprobadas. El mayor problema fue el desafío o incumplimiento por parte de los estados individuales respecto de las acciones del Congreso; éstos parecían dominados por una visión localista de la representación, dando cuenta únicamente de los intereses de sus propias comunidades. Los estados creían que los miembros del gobierno eran representantes virtuales o un simple consejo ejecutivo. A esta concepción de virtualidad se oponía la representación “real” defendida por los antifederalistas, que implicaba que las personas delegadas para representar se asemejaran a aquellos que los habían elegido.
     En vistas a este escenario, para los hombres con visión continental se hacía evidente que el modelo de la Confederación debía ser modificado. Sus principales exponentes proponían hipotético pueblo norteamericano, y para llegar a él era necesario eliminar las barreras territoriales (que reflejaban la idea de que cada estado era una comunidad política plena) y pensar la representación a escala más global.
     James Madison, originario de Virginia, fue un (si no el más) ferviente defensor de la idea de representación global. Presentó  un plan que contemplaba la reunión en una Convención de todos los estados con el fin de apoyar un mayor poder para el Congreso. “Madison reconoció que podía alcanzar los objetivos que tenía en mente para ella [la Convención] sólo apelando a una soberanía popular, no reconocida del todo hasta entonces, del pueblo de los Estados Unidos como un todo. Sólo éste podía ser considerado algo superior al pueblo de cualquier estado por sí solo.
[3]
     Se reunió, entonces, la Convención de Annapolis en Septiembre de 1786, con el objeto de modificar los Artículos de la Confederación. Sin embargo, fue un fracaso; tan sólo cinco estados enviaron delegados. El nuevo encuentro se fijó para Mayo de 1787 en Philadelphia. Pocos preveían que esta Convención acabase por redactar una Constitución federal.
     A lo largo del debate, se presentó el dilema esencial: si la nueva Constitución debía o no absorber la soberanía de los estados. Se enfrentaron las propuestas que del Plan Virginia y el Plan New Jersey, presentadas por Edmund Randolph y William Paterson, respectivamente. La primera tenía como objetivo convertir en una república nacional lo que había sido hasta ese momento una confederación de repúblicas independientes; la segunda, aunque contemplaba la cesión al gobierno central de la capacidad de imponer tasas, regular el comercio y aplicar la ley federal, evidenciaba que los estados más pequeños no estaban dispuestos a permitir la menor pérdida de soberanía.
     La Constitución establecía que el nuevo gobierno federal sería más fuerte que el anterior ofreciendo equilibrio entre la necesidad de centralización y las tendencias de gobernación autónoma. Para evitar que en el futuro surgiera una tiranía, el poder sería dividido en tres ramas de gobierno separadas: la ejecutiva, la legislativa (bicameral: compuesta por la Cámara de Representantes y el Senado), y la judicial.  La Cámara de Representantes sería elegida por el voto popular.
     Como Madison creía, los grandes distritos electorales actuarían como una especie de “filtro” para que a la Cámara de Representantes ingresara el tipo adecuado de personas. Por esto mismo surgieron críticas de parte de sus “oponentes”, que argumentaban que esta cámara acabaría siendo esencialmente aristocrática natural del país. Por otro lado, opinaban que los distritos serían tan grandes que las personas no conocerían a los candidatos. Y además, estaban convencidos de que los miembros debían parecerse a quienes representaban. Repetían el aforismo pronunciado por primera vez por John Adams en 1776: que los representantes “deberían mezclarse con la gente, sentir como siente la gente, deberían ser perfectamente receptivos a la gente y conocer a fondo sus intereses y situaciones”.
     Finalmente y luego de varios meses de debate, en Septiembre de 1787 se creó la Constitución de los Estados Unidos. Mediante un sistema de control y equilibrio, cada rama del gobierno evitaría que las otras se volvieran demasiado poderosas. Por otro lado, se crea una estructura donde se combinan elementos nacionales y federales. Como explica Madison en el capítulo XXXIX de El Federalista: “La Cámara de Representantes derivará sus poderes del pueblo de América, y el pueblo estará representado en la misma proporción y con arreglo al mismo principio que en la legislatura de un Estado particular. Hasta aquí el gobierno es nacional y no federal. En cambio, el Senado recibirá su poder de los Estados, como sociedades políticas y coiguales, y éstas estarán representadas en el Senado conforme al principio de igualdad, como lo están ahora en el actual Congreso. Hasta aquí el gobierno es federal y no nacional. El poder ejecutivo procederá de fuentes muy complejas. La elección inmediata del Presidente será hecha por los Estados en su carácter político. Los votos que se les asignarán forman una proporción compuesta, en que se les considera en parte como sociedades distintas y coiguales y en parte como miembros desiguales de la misma sociedad. La elección eventual ha de hacerse por la rama de la legislatura que está compuesta de los representantes nacionales; pero en este acto especial deben agruparse en la forma de delegaciones singulares, procedentes de otros tantos cuerpos políticos, distintos e iguales entre sí. En este aspecto, el gobierno aparece como de carácter mixto, por lo menos con tantas características federales como nacionales.”
[4]

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