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Obregonismo


Enviado por   •  6 de Febrero de 2014  •  1.875 Palabras (8 Páginas)  •  724 Visitas

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Venustiano Carranza mantuvo el control político nacional de 1915 a 1920, inicialmente como jefe máximo del ejército constitucionalista y luego como presidente constitucional. Sin embargo, en el periodo que transcurre entre la victoria militar sobre los ejércitos de Emiliano Zapata y Francisco Villa hasta la rebelión de Agua Prieta, pocos fueron los momentos de tranquilidad para el régimen, amagado constantemente por rebeliones locales y fuertes divisiones entre los principales elementos de la administración y del ejército nacional.

Hacia 1918, el país se encontraba permeado de cacicazgos político-militares con diferentes intereses, agudos problemas económicos y persistentes conflictos armados, además de frecuentes enfrentamiento s administrativos con empresas transnacionales de capital extranjero y con la política intervencionista de los Estados Unidos. Lo anterior debilitaba un tanto el gobierno carrancista; dividido en sus fidelidades y enfrentado en persona­lismos, el constitucionalismo estaba lejos de integrarse políticamente en torno a la sucesión presidencial de 1920.

Los caudillos más fuertes en el ámbito nacional, después de Carranza, eran sin duda los generales Alvaro Obregón y Pablo González, brazos armados del constitucionalismo y forjadores de la base del poder acumulado por Carranza; si bien habían comprobado la lealtad hacia el Primer Jefe, de todos era conocido la ambición y los intereses políticos de ambos divisiona­rios. Pablo González (1879-1950), neoleonés de origen había ganado prestigio militar combatiendo a Pascual Orozco y a Victoriano Huerta, aunque trascendió más por la campaña contra Zapata en el estado de Morelos. González mostraba fidelidad hacia Carranza, empero, no era considerado por éste como su sucesor, no tenía la personalidad y carisma de Obregón aun cuando sí el apoyo de importantes sectores militares, hacendados y hombres de negocios.[1] Más prudente que Obregón y más comprometido con Carranza, González había declinado el cargo de secretario de Gobernación a principios de 1918 e incluso poco después se retiró del Partido Liberal Constitucionalista[2] por considerarlo contrario en sus principios al gobierno federal.[3]

Por su parte, el sonorense Alvaro Obregón (1880-1928) representaba la antítesis de Carranza. Encumbrado militarmente a partir de las campañas contra Pascual Orozco, Victoriano Huerta y Francisco Villa (sobre todo ésta última), tenía la base de poder más amplia que cualquier otro "presidencia­ble", el ejército y gran parte de la élite castrense estaban con él al igual que políticos y empresarios del interior del país; su carisma personal sobrepasaba con mucho la de sus rivales, incluyendo a Venustiano Carranza. Así, la personalidad de Obregón significó una fuerza de arrastre considerable; sobresalían también sus dotes de orador y de conciliador, cualidad demostrada en la mediación efectuada en 1915 en representación del gobierno con los obreros de la Casa del Obrero Mundial, convenio que repercutió en el apoyo decidido de los agremiados al constitucionalismo; era además un hombre de carácter afable, abierto, que justificadamente se había ganado el respeto de quienes le rodeaban.[4] No obstante, la imagen de Obregón ante Carranza difería substancialmente, pues para el presidente, Obregón era un hombre falto de principios políticos, carente de virtudes como gobernante, demasiado flexible y sumamente ambicioso.[5] Es probable que en el fondo Carranza admirara el talento de Obregón mas, el carácter que lo distinguía y su falta de sumisión lo hacían caer de su gracia.

La ruptura de los dos líderes revolucionarios se fue produciendo paulatinamente y tomó forma en mayo de 1917 al separarse Alvaro Obregón definitivamente del gobierno de Carranza y renunciar a la Secretaría de Guerra y Marina. De regreso a su estado natal, inició trabajos agrícolas de cultivo y exportación de garbanzo, surtió de durmientes a una línea de ferrocarril y en poco tiempo amasó una considerable fortuna.[6] Nadie creía sin embargo, en el retiro" a la vida privada" del general sonorense y en efecto, nunca se alejó por completo de la escena política nacional, más aún, en Sonora empezó a consolidar su posición en torno a una red de clientela y colaboradores cercanos, con militares, líderes laboristas y conexiones con el PLC. Además, había fortalecido su situación en los Estados Unidos "limpiando" su imagen política (se le había creído simpatizante de Alemania). Para entonces, Obregón era el espejo del éxito como militar, como empresario... y como político.

Los planes del presidente acerca de la sucesión eran otros. Es probable que no contemplara literalmente la idea de la reelección,[7] pero sí el propósito de transmitir el poder a quien según su parecer representara "los ideales de la revolución constitucionalista", la reconstrucción nacional; de ninguna forma percibió al militarismo como la solución, al contrario, se delineó con mayor magnitud la tendencia civilista; de una parte el militarismo populista, grupo de origen heterogéneo aunque predominantemente rural representado por los revolucionarios forjados en el proceso armado y de alguna manera más comprometidos con las reformas sociales; por otro lado, el civilismo elitista encabezado por profesionistas letrados, liberales de tradición. Ambas tendencias se manifestaron con claridad a partir del Congreso Constituyente de Querétaro en 1916.[8]

Desde un principio la inclinación de Venustiano Carranza por el civilismo fue explícita, de hecho él era un político de viejo cuño porfirista que nunca aceptó un grado militar revolucionario, siempre se consideró como Primer Jefe del ejército constitucionalista y nunca como general. En su administración, varios personajes civiles adquirieron preponderancia, siendo el más representativo Luis Cabrera, el secretario de Hacienda.

La intranquilidad electoral desde mediados de 1918 fue bien matizada por la prensa nacional: El Demócrata, diario oficialista dirigido por Rafael Martínez; Excélsior y El Universal, dirigidos respectivamente por Rafael Alducin y Félix F. Palavicini, fueron diarios que contribuyeron a fomentar la expectación política, principalmente en pro del civilismo.[9] El Universal, por ejemplo, publicaba en el

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