Odisea, lo civilizado y lo incivilizado
Enviado por uxiiis • 8 de Octubre de 2016 • Ensayo • 4.214 Palabras (17 Páginas) • 303 Visitas
La Odisea es un poema épico griego compuesto por veinticuatro cantos que trata del regreso de Odiseo a Ítaca, su hogar, tras la guerra de Troya, atribuido a Homero, poeta y rapsoda griego sobre el cual no existe unanimidad acerca de la época en la que vivió: algunos hacen de él un espectador de la guerra de Troya, otros contemporáneo del rey de Lidia Giges, cinco siglos más tarde, y además se ha propuesto numerosas fechas intermedias. Consecuentemente, no existe una datación consensuada para sus obras, pues junto a la Odisea, se le atribuye también otro poema épico, la Ilíada, cuya trama radica en el desenvolvimiento de la guerra de Troya.
No obstante, desde el período helenístico se ha cuestionado si el autor de ambas obras épicas fue la misma persona. Milman Parry demostró que posiblemente se tratara de una poesía oral, y por lo tanto, cabía la posibilidad de que dichos poemas estuviesen supeditados a modificaciones cada vez que un aedo las recitara para amenizar a los comensales de banquetes bien regados, a los ciudadanos reunidos con ocasión de grandes fiestas religiosas o, simplemente, a las gentes del país que se reúnen a la tarde en la plaza para tomar la fresca. A esta polémica, se le suma el hecho de que durante un largo tiempo fueron consideradas relatos históricos reales.
De lo que no hay mayor duda, es que los dos grandes poemas homéricos han sido, con toda seguridad desde el siglo VI a.C., momento en el que por primera vez se aglutinan todas las partes existentes, se omite todo aquello que es considerado “poco homérico” y se introduce aquello que aporta “lo ideal”, y probablemente desde el siglo VIII, el fundamento de la educación y la cultura griegas, pilares sobre los cuales se apoya toda la épica grecolatina y, por ende, la literatura occidental.
El objeto de este trabajo es principalmente atender a la contraposición existente en el poema homérico que nos habla del regreso, es decir, la Odisea, entre “lo civilizado” y “lo no civilizado” o “incivilizado”, y por extensión, entre los Feacios, símbolo de lo civilizado, y los Cíclopes, claro exponente de lo no civilizado.
- ODISEO Y LOS FEACIOS
En el canto V, Odiseo llega a la isla de Esqueria, habitada por los Feacios, tras abandonar la isla de la ninfa Calipso y tras sufrir las tempestades enviadas por Poseidón, enfurecido con Odiseo desde que éste cegó a su hijo, el cíclope Polifemo.
En el canto VI, Atenea visita, en un sueño, a la princesa Nausícaa, hija de Alcínoo, rey de Esqueria y la urge a tener sus responsabilidades como mujer en edad casamentera. Al despertar, Nausícaa pide a su padre un carro con mulas para ir a lavar ropa al río. Mientras ella y sus esclavas se encontraban descansando y jugando en la orilla, Odiseo se despertó en el hueco del olivo en el cual se había guarecido. Es entonces cuando éste le pide ayuda a la princesa absteniéndose de realizar el gesto de súplica habitual, es decir, rodear con sus brazos las rodillas de aquel o aquella a quien se implora), con la intención de evitar asustarla, y en su defecto, se contenta con decir que abraza sus rodillas (VI, 149). Nausícaa impresionada por su hablar y sus elogios, acoge al héroe, le adecenta con un baño, aceite y vestimenta, y le brinda alimentos.
El estricto respeto de las reglas de hospitalidad habría querido que Nausícaa condujese a Odiseo hasta el palacio de su padre, sin embargo, la hija de Alcínoo prefiere, por miedo a los rumores, evitar que la vean en la ciudad con un desconocido. Los malévolos propósitos que imagina, le ofrecen un medio algo rebuscado para hacer un cumplido al náufrago con respecto a su físico: las gentes podrían preguntar “quién es ese extranjero tan alto y hermoso que sigue a Nausícaa” (VI, 276), y es que cabe mencionar que tras el baño, Atenea hace que Odiseo irradie encanto y belleza, y Nausícaa, que no es insensible, dice a sus sirvientas: “antes, cierto, noté su fealdad, mas paréceme ahora algún dios de entre aquellos que ocupan la anchura del cielo (VI, 243´-244), e incluso: “¡Ojalá que así fuese el varón a quien llame esposo!” (VI, 245).
Así pues, aconseja a su huésped que se presente en la mansión paterna, que entre en el salón, que pase por delante de su padre sin detenerse y que vaya a suplicar a su madre Areta; después le abandona cerca del bosque consagrado a Atenea, a la vista de la ciudad pero fuera de las murallas.
Siendo los Feacios poco acogedores con los forasteros, Atenea protege a Odiseo envolviéndole en una cerrada nube y toma la forma de una doncella para guiar sus pasos hasta el palacio de Alcínoo.
La nube se disipa en el momento en que Odiseo echa sus brazos alrededor de las rodillas de Areta. Después de desearle mucha felicidad a todos los convidados, Odiseo suplica que lo conduzcan “al país de sus padres” (VII, 151-152). Areta no dice nada. Equeneo, el más viejo de los ancianos de Feacia, rompe el silencio para pedir a Alcínoo que haga levantar al huésped sentado en la ceniza del hogar, que le dé una silla digna, que le ofrezca comida y que haga una libación a Zeus. Cumplido el ritual de hospitalidad, Alcínoo, despidiendo a los ancianos, anuncia para el día siguiente otras festividades en honor del huésped.
En cuanto a Odiseo queda a solas con la pareja real, Areta retoma el diálogo preguntando al huésped su nombre e interrogándole sobre el origen de las vestiduras, que ella reconoce. La reina permanece muy desconfiada. Es entonces cuando Odiseo cuenta su historia desde su llegada a la isla de Calipso, aunque se las arregla para no decir su nombre, y termina su relato con el encuentro con Nausícaa. A Alcínoo le apena que su hija no hubiese conducido al huésped hasta el palacio, pero el astuto Odiseo disculpa a la princesa con una delicada mentira, declarándose culpable de pedirle a la joven que no le acompañase para no suscitar la irritación de su padre. Alcínoo, asombrado por la sabiduría del náufrago le ofrece a su hija: “si a mi lado quedaras, te daría una casa y haciendas” (VII, 314). Pero a la vez, dice que si el huésped quiere partir hará que le acompañen, lo que es agradecido por Odiseo que prefiere regresar a su patria a ser su yerno, aunque se cuida mucho de pronunciar un rechazo.
Al día siguiente por la mañana, Alcínoo se dirige al ágora con Odiseo. Ambos toman asiento y Atenea haciendo de heraldo anuncia a todos los Feacios la llegada de un huésped excepcional. En la Asamblea Alcínoo convoca a 52 remeros para acompañar al huésped a su país e invita a los “reyes portadores de cetro” a un banquete en su morada. En el banquete, Demódoco, aedo de la corte, canta la disputa entre Aquiles y Odiseo, lo que hace llorar al héroe.
Después, los convidados de Alcínoo se dirigen de nuevo al ágora, donde se desarrollan los juegos. Laodamante, uno de los hijos de Alcínoo, propone a Odiseo que participe. A pesar de que Odiseo rechazó la participación a causa de las fatigas a que había estado sometido, un joven aristócrata, Euríalo, lo insulta: el huésped, dice, no es más que un mercader, no tiente nada de atleta (VIII, 162-164). Herido en su amor propio, Odiseo ase un disco y lo envía más allá de cualquier otra marca. Después de lo cual, desafía a los Feacios a todas las pruebas, excepto a la carrera a pie, y fundamentalmente a una competición de tiro al arco. Alcínoo interviene y precisa que los juegos guerreros no interesan a los Feacios. Sugiere que se pase a la danza. Es entonces cuando Demódoco canta los amores de Ares y Afrodita. El rey pide los presentes para el huésped de los doce “reyes de marca” y un regalo de reparación de Euríalo. Alcínoo y Areta añaden un cofre, un manto, una túnica y la más bella copa de oro. Odiseo toma un baño caliente tras el cual, mientras se dirigía adonde los convidados del rey, distingue a Nausícaa, que le pide “que no se olvide de ella”; Odiseo responde que la invocará cada día de su vida como si fuese un dios (VIII, 461-468).
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