Plaza Miguel Hidalgo de Acaponeta, Nayarit.
Enviado por asgnay • 12 de Junio de 2016 • Apuntes • 7.367 Palabras (30 Páginas) • 915 Visitas
La Señorial e Histórica Plaza de Armas “Miguel Hidalgo y Costilla” de Acaponeta, Nayarit
Reseña Histórica: Néstor Chávez Gradilla
Cronista Municipal
Actualmente, con motivo de la demolición y reconstrucción de la antiestética Plaza que hasta hace unos meses teníamos, mucha gente me ha preguntado respecto a cuál fue la fecha de la colocación de la primera piedra y de la fundación de la misma, que se supone fue en tiempos de cuando Acaponeta aún estaba bajo el dominio español. Según se verá en la narración que aquí presento acerca de la historia de nuestra Plaza (no plazuela), es muy difícil, casi imposible precisar la fecha exacta, pues su construcción fue hecha en sucesivas etapas a través de más de dos siglos y medio, desde que era un simple terreno o solar baldío hasta el día de hoy.
También, frecuentemente vienen niños y jóvenes estudiantes a preguntarme entre otras cosas, la historia de la Plaza y más ahora que se ha reconstruido totalmente. Creo conveniente recomendarles que guarden y conserven este artículo y otros similares, como archivo histórico para futuras consultas de nuevas generaciones. No quiero decir con esto que ya no quiero atenderlos, que no se piense eso ni se tenga esa creencia, pues esa es una de las obligaciones informativas que tengo como Cronista Municipal.
Para escribir algo acerca de la historia de la Plaza o Jardín Municipal Miguel Hidalgo y Costilla de Acaponeta, tengo que remontarme a acontecimientos sucedidos a mediados del siglo XVIII, cuando nuestro país aún era colonia española. Recordemos que tiempo atrás escribí en un artículo referente al Río Acaponeta, en el cual mencioné que en aquellos años el viejo Acaponeta estaba asentado al oriente de las orillas del río, ya que de él obtenían su principal medio de subsistencia por la gran abundancia que había de varios tipos de pescado (bagres, mojarras, robalos, abomos, guabinas, puyeques, chigüiles, charales y cauques).
Cuando hicieron su arribo los españoles a estas tierras en l53l, buscando asentarse en medio de la población indígena, empezaron a hacer ahí sus casas. En esos años, la mayor parte de la población de Acaponeta estaba al otro lado del río extendida a lo largo de más de 2 kilómetros de longitud, hecho en su totalidad de chozas de varas, piedras y lodo con techos de palma, expuestos siempre a las inundaciones a las que ya estaban acostumbrados. Estos pobladores también desarrollaban la actividad comercial en un intenso ir y venir de canoas hacia arriba y abajo del río, desde Guaxícori hasta Teacapán, pues en esos años el río era totalmente navegable (menos ancho y más profundo). Era tradición también instalar en el centro del poblado, un gran “tianguis” o mercado en el que comerciaban con productos traídos de la sierra y de la costa.
En Acaponeta vivían totorames, gastencos, tepehuanes, sayahuecos, vigitecos y otros, pero a todos se les llamaba “Caponetas”, que, según los escritos del P. Fray Antonio Arias de Saavedra, quiere decir: “Los que viven y se sustentan del río” o bien, “los que viven junto al río”.
En agosto de 1580, se fundó la Guardianía Convento de Nuestra Señora de la Asunción de Acaponeta en ese lugar, quedando como primer Guardián encargado el P. Fray Andrés de Medina, acompañado de un auxiliar, un capitán militar y 8 soldados españoles, y fue hasta entonces en que por primera vez se comenzaron a construir edificios de adobe y piedra de forma aún muy rústica.
En el año de 1744, el Alcalde Mayor de Acaponeta el capitán Don José de Haro y Bracamontes y los padres franciscanos Fray Blas Martínez, Fray José Valdés, Fray Miguel Villegas y Fray José de Aguiar, se ufanaban de haber construido una hermosa capilla de adobe con campanario y las autoridades un fuerte presidio de piedra con casas para los españoles también de adobe, todos con techo de teja y palma. De repente, en el mes de octubre, les llegó una inundación de tan grandes proporciones como hacía muchos años que no se veía, arrasando y destruyéndolo todo, no dejando ni cimientos.
Ya pasada la desastrosa creciente, desesperados y recuperados de la sorpresa, los indígenas caponetas bajaron de los cerros con sus canoas y pertenencias, y rápidamente se dedicaron a reconstruir sus chozas en el mismo lugar, pues como antes se dijo, a esas frecuentes inundaciones ellos ya estaban acostumbrados y no les afectaban en nada. Por el contrario, los españoles veían con mucho desconsuelo la destrucción total de sus edificaciones.
Ya recuperados, se reorganizaron para volver a construirlo todo de nuevo, pero esta vez sobre una explanada de cerca de 2 metros de altura para librarse del embate de las aguas de una futura creciente. Esta vez se esmeraron más construyendo una capilla más grande y más bien hecha y lo mismo hicieron las autoridades civiles, creyendo que esa elevación de 2 metros de altura los libraría de otro desastre, pero se equivocaron.
En el mes de enero de 1757, casi 13 años después, estaba aún en Acaponeta el Alcalde Don José de Haro y Bracamontes y a causa de la formación de un huracán en el Pacífico, se volvió a desbordar el Río Acaponeta con una gran inundación mucho mayor que la anterior que duró 3 días. Al bajar las aguas, las autoridades civiles, militares y los frailes, regresaron de los cerros donde se habían refugiado y encontraron todo limpio, sin señales de que ahí hubiera existido un poblado, sin rastros de la capilla ni de las demás construcciones, con excepción de cientos de osamentas regadas a lo largo de casi un kilómetro, pertenecientes a los muertos enterrados en el también desaparecido panteón y que el río desenterró, con la consecuente tristeza y desesperación de los habitantes al no poder identificar los restos de sus seres queridos.
Sumidos en la desolación por no haberles dejado el río piedra sobre piedra, llegaron a la conclusión de que ya no era posible ni recomendable volver a construir nada en ese lugar, y ahí todos juntos acordaron buscar otro donde pudieran estar resguardados y a salvo de esas tan desastrosas y destructivas inundaciones. Estando en eso, vieron que al otro lado del río había varios cerros de regular altura y decidieron instalarse al resguardo de ellos en el lado contrario de la embestida de las aguas, esto es, al extremo poniente, en donde existía un largo declive de un cerro hoy llamado de la Glorieta o Paseo Oriente y sin mayor tardanza se trasladaron a buscar la manera de instalarse en ese lugar.
Ahí, en ese mismo año los españoles nuevamente se dieron a la tarea de construir una nueva Capilla ya no tan ostentosa, pues traían en sus mentes la idea de que en unos años más, cuando tuvieran los recursos suficientes, iniciarían la construcción de un Templo en forma y de grandes proporciones, igual a los que había en España, en varias ciudades y en la capital de la Nueva España. Las autoridades civiles y militares también construyeron sus edificaciones bien hechas de material de adobe y techos de teja, confiados ya en que definitivamente ahí estarían al resguardo de futuras inundaciones. Tanto los frailes como los residentes españoles, invitaron a los indígenas caponetas a que vinieran a asentarse alrededor de la Capilla ubicada en las faldas del cerro, pero ellos decidieron permanecer en ese mismo lugar a las orillas del río del que se sustentaban, en donde estuvieron todavía por muchos años.
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