Renacimiento
Enviado por soledadchobits98 • 17 de Agosto de 2013 • 6.627 Palabras (27 Páginas) • 301 Visitas
Introducción: para situar el Renacimiento
¿Como podríamos justificar otro libro más sobre el Renacimiento? La ra- zón más evidente para un nuevo estudio es la continua investigación del tema. En realidad, quizá nunca haya habido tantas personas escribiendo sobre diferentes aspectos del Renacimiento como hoy en día. Todo este trabajo equivale (o debería equivaler) a una nueva interpretación. Sin em- bargo. es hasta cierto punto una ironía que la misma abundancia de la in- vestigación, publicada en multitud de revistas especializadas, haga que una síntesis general sea mucho más difícil. Si pudieran levantarse de sus tumban los artistas, escritores y eruditos del período seguramente se asombrarían al descubrir que el movimiento en el cual participaron en vida ha sido fragmentado y dividido en monografías sobre diferentes áre- as y disciplinas tales como la historia de la arquitectura. la historia de la filosofía, la historia de lar literatura francesa y así sucesivamente. Al es- cribir sobre la importancia del «hombre del Renacimiento», muchos espe- cialistas evitan la universalidad como si de ]ir peste se tratara.
Aunque el autor es muy consciente de las limitaciones de sus conocimientos, en este libro intenta deliberadamente plantear una perspectiva total poniendo el acento en el Renacimiento como movimiento antes que como episodio o período. No es ésta una historia general de Europa entre 1330 y 1630. Ni siquiera es una historia cultural de Europa en la época en que la Reforma (protestante) y la Contrarreforma (católica) afectaron probablemente a la existencia de un mayor número de personas de forma más profunda que el Renacimiento. Es una historia de un movimiento cultural que -simplificando de forma muy tosca- podemos decir que se inició con Petrarca y concluyó con Descartes. Aunque este movimiento implicó innovación tanto como
«renovación», el tema central que guía este libro a través del laberinto de detalles será el entusiasmo por la Antigüedad así como la recuperación, la recepción y la transformación de la tradición clásica. Mientras la cultura contemporánea valora la novedad casi por encima de todas las cosas, aun los principales innovadores del Renacimiento presentaron -y con frecuencia percibieron- sus invenciones y descubrimientos como un
retorno a las tradiciones de la Antigüedad después del largo paréntesis de lo que fueron los primeros en llamar la Edad «Media».
Este énfasis en la recuperación de la Antigüedad es tradicional. Jacobo Burckhardt, el gran historiador suizo cuya visión del Renacimiento sigue siendo relevante, sostuvo que no fue sólo la recuperación de la Antigüedad sino su combinación con el «espíritu» italiano, como él lo llamaba, lo que dio fundamento al Renacimiento1. Pese a ello, muchos estudiosos posteriores han proferido concentrar su atención en la recuperación de lo clásico, que es más fácil de definir, e incluso de reconocer, que el espíritu italiano, y yo seguiré su ejemplo. En otros aspectos (dos en particular) me apartaré de la tradición.
En primer lugar se hará un intento de disociar al Renacimiento de la modernidad. Según Burckhardt, que escribía a mediados del siglo XIX, la importancia de este movimiento en la historia europea fue la de haber sido el origen de lo moderno. En su pintoresco lenguaje decimonónico, decía que el italiano era «el primogénito de los hijos de la Europa moderna». Los signos de esta modernidad englobaban una idea del estado como
«obra de arte», «el sentido moderno de la fuma», «el descubrimiento del mundo y del hombre», y sobre todo por lo que llamó «el desarrollo del individuo».
No es fácil estar de acuerdo hoy con estas ideas. Por una razón: la ruptura con el pasado reciente parece ahora mucho menos terminante de lo que aseguraban los artistas y eruditos de los siglos XVI y XVII. En cualquier caso, incluso si eran «posmedievales» a sabiendas, estos eruditos y artis- tas no eran «modernos» en el sentido de asemejarse a sus sucesores de los siglos XIX y XX. Burckhardt sin duda subestimaba la distancia cultural entre su época y la del Renacimiento. Desde su punto de vista la distancia o, para ser más preciso, la divergencia entre la cultura renacentista y la cultura contemporánea se ha vuelto mucho más visible, pese al continuo interés en Leonardo, Montaigne, Cervantes, Shakespeare y otras desco- llantes figuras de aquella época (véase infra, p. 202). Por lo tanto un pro- pósito de este libro es reexaminar el lugar del Renacimiento en la historia europea y aun en la historia universal, adhiriéndose a la crítica de lo que algunas veces se ha llamado el «gran relato» del surgimiento de la civili-
zación occidental: una narración triunfalista de las realizaciones occiden- tales desde los griegos en adelante, en la cual el Renacimiento es un esla- bón de la cadena que engarza la Reforma, la revolución científica, la Ilus- tración, la revolución industrial, etc2.
En contraste con su posición tradicional en el centro del escenario, el Renacimiento que se presenta aquí esta «descentrado»3. En efecto, mi objetivo es considerar la cultura de Europa occidental como una cultura entre otras que coexistía e interactuaba con sus vecinas. principalmente con Bizancio y el islam, las cuales tuvieron también sus propios
«renacimientos» de la Antigüedad griego y romana. Sobra decir que la propia cultura occidental fue plural antes que singular, al incluir culturas minoritarias como la de los judíos, muchos de los cuales participaron en el Renacimiento en Italia y en otros lugares4. Por regla general los historiadores del Renacimiento han prestado poca atención y han dado poquísimo espacio a la contribución de los árabes y de los judíos al movimiento, se trate de León Hebreo (por poner un ejemplo), llamado también Judah Abravanel, o de León el Africano, llamado también Hasan al-WazzBn (véase infra, pp. 178 y 183).
Dos textos que atrajeron el interés de los humanistas del Renacimiento fueron la Picatrix y el Zohar. La Picatrix era un manual árabe de magia del siglo XII, y el Zohar un tratado hebreo de misticismo del siglo XIII. La embriagadora mezcla de platonismo y magia que tanto entusiasmó a Marsilio Ficino y a su círculo en Florencia (véase p. 40) tiene un paralelo en las idea, del estudioso árabe Suhrawardi, ejecutado en 1191 por desvia- ciones de la ortodoxia musulmana. En este punto, el ideal académico mu- sulmán de adab, que conjugaba la literatura con la educación, no está muy lejos del ideal renacentista de humanitas.5
Los arquitectos y artistas también aprendieron del mundo islámico. El diseño de
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