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Revolucion De La Quimica En El Siglo XVIII


Enviado por   •  25 de Abril de 2014  •  2.168 Palabras (9 Páginas)  •  506 Visitas

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Al siglo XVIII se le conoce por el nombre de siglo de las luces. Semejante bautizo encuentra razón en el movimiento que invade a Europa en el terreno de las ideas, promoviendo la modernización y el rechazo a todo lo que representara el Antiguo Régimen.

Las monarquías, a tenor con estos nuevos aires, conducen las reformas financieras y educativas que caracterizan al despotismo ilustrado como sistema de gobierno, para continuar con el statu quo de do¬minación clasista y perpetuación de sus privilegios económicos.

Por su parte la burguesía, aliada de los cam¬bios que significaban el progreso social, prosigue minando las bases del régimen monárquico. Con este propósito levanta las banderas del liberalismo político y económico y abraza como suyo el mo¬delo racional empirista.

Esta atmósfera social unida a la crisis que se de¬sarrolla hacia la segunda mitad del siglo provoca una oleada de movimientos revolucionarios que tiene su más alta expresión en la Revolución Francesa. El do¬minio colonial se estremece con la explosión de la Re¬belión Haitiana, la Guerra de Independencia de las 13 Colonias, y la sublevación de Tupac Amaru en el Perú. Se asiste al comienzo de la llamada Era Moderna.

En el campo de los avances de la tecnología se produce en el Reino Unido la Revolución Indus¬trial, que en un contexto socioeconómico favorable e impulsada decisivamente por la innovación de la máquina de vapor de Watt (1769) y el telar mecánico de Cartwright (1783), provoca una transformación renovadora de la industria siderurgia y textil. Este crecimiento de la industria textil a su vez demanda el desarrollo de los tintes y acabados que abren el camino de la química industrial.

A partir de ahora una creciente interrelación se establece entre la tecnología y la ciencia, pero si al siglo pasado correspondió esencialmente la Revolu¬ción de la Mecánica, al siglo XVIII toca el cambio de paradigma en el ámbito de la Química.

El pensamiento enciclopédico signo de la época, y la etapa de naciente formación en las Ciencias tal vez explique la inclinación abarcadora de los cientí¬ficos de la época. Los grandes matemáticos incur¬sionan con frecuencia en el campo filosófico, se es¬fuerzan por explicar los fenómenos en su totalidad, e intentan construir los instrumentos matemáticos requeridos para la formalización de los experimentos en el campo de la Mecánica.

Los primeros trabajos sobre el calor y la energía se desarrollan en este siglo y representan la base de la penetración en la estructura de la materia y de sus formas de movimiento que se produce en el XIX.

Bordeando la frontera del interés de físicos y quí¬micos, las ideas iniciales sobre el calor se correspon¬den con toda una etapa del desarrollo de las ciencias en que se introducen un conjunto de varios agentes sustanciales entre los que se destacan el éter, el caló¬rico y el flogisto. Estas posiciones, un tanto ingenuas se basaban en el principio de no introducir la acción a distancia para explicar los fenómenos físicos al no disponer de conceptos y núcleos teóricos acerca de los campos, de las múltiples formas de energía, de sus transformaciones de unas formas en otras y por otro lado para mantener el principio de las relacio¬nes causa - efecto.

La idea de que el calor era una forma de movi¬miento de la sustancia ya había sido expresada por Robert Boyle y Robert Hooke (1635 - 1701) entre otros, pero no fue elaborada y completada hasta me¬diados del siglo XIX. Predominó desde alrededor de 1787 la concepción expresada por Lavoisier del carácter sustancial del calor, que llamó a dicha sus¬tancia calórico. En este siglo XVIII se pensaba que el calórico tenía las siguientes propiedades:

1) Es una sustancia sutil que no puede ser crea¬da ni destruida, pero si fluir de un cuerpo a otro cuando estos estén en contacto.

2) El calórico se comporta como un fluido elás¬tico y sus partes se repelen entre sí, pero son atraídas por las partículas que componen los cuerpos y esta atracción depende de la natu¬raleza de cada cuerpo.

3) El calórico se puede presentar en estado “sen¬sible” o “latente” de forma que el primer es¬tado se tiene cuando el calórico se encuentra rodeando a las partículas como si fuera una especie de atmósfera a su alrededor y en es¬tado latente se encuentra combinado con las partículas materiales en formas semejantes a las de las combinaciones químicas. Para mu¬chos el calórico era un elemento químico.

Uno de los pioneros en la construcción de la teo¬ría moderna del calor fue el físico químico escocés Joseph Black (1728-1799). A él se debe la introduc¬ción de los conceptos del calor específico y el calor latente de vaporización de las sustancias. También descubrió que sustancias diferentes muestran ca¬pacidades caloríficas distintas. Le corresponde el mérito además de haber influido sobre su alumno y ayudante James Watt, que puso en práctica sus des¬cubrimientos al introducir las mejoras a la primera máquina de vapor.

No sería hasta mediados del próximo siglo XIX que nuevos resultados experimentales per¬mitieran la edificación de un cuerpo teórico acer¬ca del calor, como energía en tránsito. No obstan¬te, los experimentos llevados a cabo por Benjamín Thompson (conocido como Conde de Rumford) a fines de este propio siglo demostraron que el tra¬bajo mecánico podía producir calor, lo cual dio por resultado la identificación del calor como una forma de energía y condujo al desarrollo de la ley de conservación de la energía.

El inicio de la Química como ciencia experi¬mental está marcado por los trabajos de la Escuela francesa encabezada por el eminente químico An¬toine Laurent de Lavoisier (1743-1794). A partir de ahora la Historia de la Química queda partida en dos, el hito se corresponde con el estudio sistemático de las reacciones químicas sobre bases cuantitativas y la intención de explicarlas sobre una base atomís¬tica.

En otro polo del trabajo científico europeo, en Suecia, donde con algún retraso se había fundado en 1710 la Sociedad Real de las Ciencias en Uppsala, el desarrollo de la minería y la minerología condicio¬nó el surgimiento de una escuela de químicos que a lo largo de este siglo realizara numerosos aportes en el análisis de minerales, en la comprensión y go¬bierno de los procesos de su reducción, enterrando definitivamente el ideal alquimista de transformar metales nobles en oro. Entre 1730 y 1782 se reportan los descubrimientos del cobalto, níquel, manganeso, manganeso, wolframio, titanio y molibdeno.

En poco más de cincuenta años se superaría el número de metales descubiertos por más de seis siglos de infructuosa búsqueda alquimista. Con el paso del tiempo, estos metales se

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