Revolución Francesa
Enviado por rudy_5_sergio • 27 de Enero de 2015 • 5.324 Palabras (22 Páginas) • 152 Visitas
La Revolución Francesa
Luis XV
LA CORTE SE TORNA IMPOPULAR. El fallecimiento de Luis XIV (1715) dio término a un reinado de setenta y dos años, que figura entre los más largos de la historia. Dejó como sucesor a un biznieto, de cinco años de edad, el futuro Luis XV.
Ejerció la regencia el duque Felipe de Orleáns, descendiente de un hermano de Luis XIV, hombre generoso y cortés, inteligente y valeroso, pero inconstante, bebedor y libertino. En 1723 falleció repentinamente durante un festín.
Luis XV asumió personalmente el poder, aunque sólo contaba con trece años de edad.
Fue un soberano de deficiente educación, dominado por la pereza y el tedio, incapaz de un esfuerzo serio; egoísta e indiferente a cuanto no se refiera a su comodidad, bienestar o caprichos, empleaba su tiempo en menudencias, aventuras galantes o en recoger chismes. No carecía de inteligencia y en más de una ocasión demostró que, de habérselo propuesto, pudo ser un buen gobernante.
Los apuros financieros aumentaron con las guerras, con los valiosos regalos hechos por el Rey a sus favoritas, con las espléndidas diversiones y los demás gastos de la corte, a la que un escritor llamó por esa causa la tumba de la nación. Para salir de la dificultad se apeló a los peores extremos: el atraso en el pago de los sueldos, el cobro de los impuestos hasta con dos años de anticipación, la creación de uno nuevo: el vigésimo, sobre las rentas, la suspención del reembolso de las deudas, los empréstitos forzosos.
Eran las favoritas de Luis XV quienes gobernaban realmente al Estado; las dos más importantes fueron Juana Poisson, marquesa de Pompadour, que protegió las letras y los artistas, y Juana Becú, condesa de Dubarry, mujer de baja estofa, ennoblecida por su casamiento, a cambio de dinero, con un cortesano arruinado.
La vida escandalosa del rey hizo impopular a la Corte, tanto que muchos de sus miembros evitaban ir a París por temor a las manifestaciones hostiles del pueblo. La opinión fue además conmovida por algunos procesos sensacionales, causados por cuestiones religiosas y por la actitud de los parlamentos. Estos tribunales de justicia afirmaron su derecho de examinar los decretos y edictos reales, formular observaciones y aun no aplicarlos si los consideraban inconvenientes. La oposición del rey a tales pretensiones provocó un largo conflicto; el parlamento de París suspendió en 1770 sus actividades, por lo que fue disueltos, creándose en su lugar consejos judiciales. La misma medida recayó sobre los de las provincias que habían hecho causa común con el de la capital.
El pueblo manifestó su simpatía por la actitud de los parlamentos, y los tumultos aumentaron. “El sistema se abre por todas las costuras”.
Luis XV advirtió la inminencia de la catástrofe, pero calculó con acierto que se produciría después de su muerte: “la buena máquina durará tanto como nos”; pensamiento compendiado en la frase: “Después de mí, el diluvio”. Falleció en 1774 víctima de la viruela, sucediéndole en el trono su nieto, Luis XVI.
EL ANTIGUO RÉGIMEN. La sociedad y el gobierno europeos de la segunda mitad del siglo XVIII se caracterizan por la desigualdad existente entre la clase privilegiada y la masa del pueblo, y por el despotismo con que los soberanos ejercían el poder.
Estos rasgos, menos acentuados en algunos países como Inglaterra, holanda y suiza, alcanzaron en Francia notable intensidad, constituyendo lo que más tarde se llamó antiguo régimen. Como en este país originó una revolución de trascendencia mundial, vamos a referirnos particularmente a él.
La sociedad francesa se dividía en tres clases: el clero, la nobleza y el estado llano.
El clero tenía a su cargo la enseñanza, la beneficencia y el registro civil de las personas. Subsistía la costumbre de proveer las dignidades mayores con miembros de la nobleza, no sólo desprovistos de vocación religiosa, sino, y en muchos casos, hasta incrédulos. El derecho de regalía, en virtud del cual el soberano proponía al papa los candidatos para llenar las vacantes, favorecía estas designaciones. El alto clero disfrutaba de cuantiosos recursos, proporcionados por las rentas de las propiedades eclesiásticas, los derechos señoriales y el diezmo, especie de impuesto cobrado sobre los productos del campo.
El bajo clero, contrariamente al anterior, recibía un sueldo escaso, llevaba una vida de privaciones y estaba formado generalmente por hijos de labradores, que participaban de las angustias del pueblo, al cual apoyaron en le estallido de la revolución. El clero, que formaba el primer estado, no pagaba impuestos fijos y tenía tribunales propios.
La nobleza, o segundo estado, solía diferenciarse en rancia y nueva, según que sus títulos arrancaran al feudalismo o de una disposición real más reciente. También se la distinguió por nobleza de corte, la residente en Versalles con el soberano, y nobleza de provincia, la radicada en sus tierras, donde vigilaba o dirigía las faenas rurales.
Los nobles tampoco pagaban impuestos; solamente ellos ocupaban los grados del ejército, a partir de teniente; desempeñaban embajadas y recibían condecoraciones. Eran juzgados por tribunales especiales, y conservaban sobre los campesinos buena parte de los derechos de la época feudal.
El estado llano, o tercer estado, comprendía el resto de la nación: veintitrés millones de personas frente a los trescientos mil de las dos primeras clases. Además de pagar la larga serie de impuestos, reseñada en las partes referentes a Luis XIV y XV, debían entregar el diezmo a la iglesia, y el censo y otros tributos a los nobles; en total, cuatro quintas partes de los ingresos, quedándoles apenas un quinto para subvenir a sus necesidades. Estaban sometidos, simultáneamente, a la autoridad del rey, del clero y del señor, lo que les coartaba toda libertad.
El tercer estado comprendía: la burguesía, residente en las ciudades, compuesta por médicos, abogados, ingenieros, comerciantes y banqueros, clase ilustrada que a fuerza de ingenio había conseguido enriquecerse; lo obreros, agrupados en gremios, y los campesinos.
Los jornales eran muy reducidos y los artículos de primera necesidad, caros. En los momentos de crisis, la miseria del pueblo llegaba al hambre: millares de individuos, sobre todo en las grandes poblaciones, vagabundeaban, viviendo de la limosna o del delito.
La monarquía era absoluta: el rey podía ordenar el arresto de cualquier persona y mantenerla detenida el tiempo que quisiera, sin expresar la causa, y la censura previa sometía las obras
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