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Romero, J.L.: “Capítulo 5: La conciencia de una posguerra”


Enviado por   •  12 de Enero de 2016  •  Resumen  •  1.808 Palabras (8 Páginas)  •  669 Visitas

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Romero, J.L.: “Capítulo 5: La conciencia de una posguerra”

Luego de la catástrofe de la Gran Guerra y del desconcierto que ésta provocó, se consolidó una conciencia de los errores cometidos y el imperativo moral de que no volviesen a ocurrir.

Ante todo había que redibujar el mapa de Europa, aunque las soluciones planteadas eran las mismas cuya ineficacia había conducido a la guerra. Se hablaba de alcanzar una paz idílica, pero en la práctica se trataba de una paz casi administrativa. Los buenos observadores notaron que la guerra continuaba bajo distintas apariencias debajo del barniz de la diplomacia.

La Guerra había deshecho el prestigio de las elites y había liberado de su complejo de inferioridad al coro (es la metáfora que usa Romero para referirse a los grupos subalternos) ofreciéndole la oportunidad de desempeñar un papel protagónico. La estructura social estaba en crisis y nadie sabía cuál era su lugar: unos se replegaban sobre sí mismos (“era de la vida privada”) mientras que otros comenzaron a buscar desesperadamente un corifeo en quien delegar la tarea de dirigir sus propias vidas. El fin de la guerra parecía el final de una tragedia griega, cuyo verdadero desenlace vendría más tarde.

Zurcido sobre el mapa de Europa

A mediados de 1918, luego del tratado de Brest-Litovsk, las fuerzas aliadas logran derrotar la ofensiva alemana en el norte de Francia (Batalla de Amiens). El Kaiser, frente al peligro de la desintegraación social, propone formar un gobierno parlamentario, pero ya era tarde. Un motín de marineros en Kiel provocó la instauración de la República de Weimar el 9 de noviembre de 1918. Poco después se firmaba el armisticio.

La postguerra no significó el fin de la guerra, más bien fue su segunda etapa. La burguesía europea volvió a pelear, ahora sentada alrededor de la mesa de la paz, lugar tradicionalmente encargado de echar las simientes de nuevas guerras.

No hubo vencedores tras la Primera Guerra Mundial porque todos salieron perdiendo del duro golpe que sufrió el orden capitalista a manos de sí mismo, paradójicamente. Los saldos de la guerra fueron desfavorables para todos, excepto para EEUU, cuya consolidación como primera potencia mundial era indiscutible en todos los terrenos. El Tratado de Versalles no hizo más que distribuir proporcionalmente las pérdidas para ver cómo cobrar lo poco que había por repartir. Como en la tragedia clásica, la burguesía europea había combatido para precipitar involuntariamente su siniestro destino.

Cuando los estadistas de Versalles se pusieron a rehacer el mapa de Europa, se limitaron a cumplir con anacrónicas tradiciones de la diplomacia de salón, sin atender a las inquietudes de las masas convulsionadas por la guerra.

Había consenso en deshacer el imperio austrohúngaro para satisfacer la indignación de los vencedores y dar curso a los reclamos de los grupos nacionales oprimidos. También lo había en debilitar a Alemania y cobrarse los gastos de guerra. Sin embargo, la Gran Guerra hizo emerger nuevos desafíos en el plano social que fueron ignorados porque remitían al “peligro ruso” de una salida revolucionaria ante el problema social.

Dos formas de justicia requerían ser abordadas: una política y otra social. La segunda no cruzó la imaginación de las elites, de la primera hubieron atisbos (se reconocieron los principios de las nacionalidades y de la autodeterminación de los pueblos). Más bien, fueron las ideas de castigo y de predominio las que se impusieron en Versalles y no las de justicia.

Las elites se contentaron con una paz “democrática" cuando en rigor se necesitaba una paz que canalizara las inquietudes socioeconómicas de las masas a fin de que los nuevos y viejos Estados pudieran alcanzar un equilibrio interno, que no podía depender tan sólo de que estuvieran correctamente delineadas sus fronteras y gobernados sus ciudadanos por propia determinación. La vieja escuela diplomática se contentó con dibujar el mapa de lo los nuevos estados, pero consideró ajeno a su misión ocuparse de lo que se encontraba adentro.

Lo más lejos que se llegó (y por la sugerencia extraeuropea de EEUU) fue a organizar una sociedad de naciones  que impusiera una legalidad internacional sobre los Estados autónomos y soberanos, asegurando la seguridad colectiva y el respeto de los tratados. Una sociedad que resultaría impotente y funcional una política desconectada de la realidad.

La ilusión de la paz

Uno de los síntomas más característicos de los primeros tiempos de la posguerra fue el anhelo generalizado de paz a cualquier precio.

Hasta entonces, la sociedad europea había vivido en la embriaguez del desarrollo tecnológico e industrial, pero de pronto ese mismo progreso se transformó en enemigo: la guerra se convirtió en una empresa racional de destrucción y muerte. Y así como la Ilustración imaginó el progreso indefinido, la guerra hizo pensar sobre la posibilidad de una destrucción indefinida.

Como respuesta al peligro de nuevas y sofisticadas masacres surgió el pacifismo, como una de las tendencias características de la conciencia de posguerra, más allá de que se revelara profundamente ineficaz.

Hubieron dos vertientes del fenómeno:

  1. Pacifismo “utópico”: movimiento que buscaba la fraternidad entre los hombres y la difusión de las ventajas de la paz y los peligros de la guerra. No contó con muchas adhesiones.
  2. Pacifismo “científico”: en tanto pacifismo no era menos utópico que el anterior, pero sí ponía el problema de la paz en el terreno apropiado: la guerra imperialista es inevitable mientras subsista el capitalismo. Era necesaria una etapa revolucionaria,  pero esta requería tanta guerra, que adjudicarse una actitud pacifista era contraproducente.

Sin embargo, hubo sectores que llegaron a la conclusión opuesta, la exaltación de la guerra. Se opusieron al pacifismo considerándolo una actitud envilecedora y despreciable.

Por su parte, las elites europeas ningunearon al pacifismo. Eran demócratas en general, pero estaban inevitablemente atadas a las exigencias del capitalismo, por lo que actuaron conforme a sus tradicionales aspiraciones de hegemonía, sin preocuparse por las consecuencias que a la larga pudieran tener.

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