SOBRE LA DIGNIDAD HUMANA Por Daniel Vidart
Enviado por LiiZeNiia • 16 de Diciembre de 2012 • 1.368 Palabras (6 Páginas) • 560 Visitas
De modo recurrente el tema de la dignidad del hombre ha surgido en el pensamiento de la civilización occidental a partir de los filósofos de la antigüedad clásica. En efecto, el aspecto ontológico fue vislumbrado por los sofistas y el lado moral fue fundamentado por los estoicos. Aquellos planteamientos iniciales del tema , empero, no lograron generar una teoría de la dignidad humana, si bien la palabra y el concepto adquirieron una temprana consistencia. Por ejemplo, cuando Cicerón , que no fue un estoico sino el divulgador ecléctico de una vasta terminología filosófica, habla del laudare aliquem pro dignitate, se refiere a la alabanza merecida por quien exhibe una loable conducta cívica. El tema ,pese al escepticismo existente en la Edad Media acerca de las virtudes de un ser abrumado por el peso del pecado original, lo que franqueó el paso a una visión miserabilista de nuestra residencia en la tierra ,resurge con fuerza en la Suma Teológica ( Primera Parte, Cuestión 93) de Santo Tomás de Aquino - el hombre en cuanto que inteligencia es un reflejo de la imagen de Dios - y cobra altura y expansión con los humanistas y filósofos del Renacimiento.
.No obstante, y a manera de antídoto contra el etnocentrismo de Occidente , conviene recordar que en todos los tiempos y culturas muchos pensadores, y no solamente desde el campo de la filosofía, se han referido a este estilo de ser y de comportarse considerado como propio de la persona humana.
Una nueva Edad de Hierro
Tal énfasis en la exaltación de la parte perfectible de nuestro yo - recordemos los dos componentes del alma , el titánico, el oscuro, y el divino, el luminoso, propuestos por los órficos a partir de la mítica creación del hombre, vinculada con la muerte y resurrección de Dionysos Zagreo - afloran cuando se desmoronan los modelos morales, jurídicos y religiosos que mantenían en equilibrio los platillos de la balanza con que cada sociedad pesa los derechos y deberes de sus integrantes . Dicha reiterada catástrofe - cuyo epílogo es el genocidio de los cuerpos y los espíritus - , se origina , entre otras causas, por la arrogancia de los que mandan y la deshonestidad de los que administran ." La gloria, capa del crimen / crimen sin capa, el poder", se lamentó un poeta español. La alianza de la prepotencia y la corrupción, hambrientas devoradoras de valores y de bienes, ha provocado una cada vez más perversa desigualdad económica y una creciente anomia social en todos los paises del mundo.
Nuestro escenario contemporáneo se ha convertido , por obra y (des) gracia del Big Stik que enarbola un Cíclope cegado por su propia hybris , en un jardín zoológico global de escarmentadas ovejas y recelosos lobos . El espectáculo de un perpetuo conflicto , pautado por breves períodos de paz , no solo tiene por protagonistas a los grandes ejércitos en pugna. También son responsables de esos baños de sangre quienes aplican desde arriba el terrorismo de los fuertes, a cargo del Estado , y los que practican desde abajo el terrorismo de los débiles, propio de los grupos religiosos y/o políticos irredentos, hoy denominados fundamentalistas En estos días, unos mesiánicos gobernantes armados hasta los dientes , apelando a cuestionables derechos y despóticos deberes ,cuando no al mandato de Dios, vuelven a levantar cadalsos para ahorcar a la razón y a la concordia humanas .De idéntica manera , conformando el coro que celebra la apoteosis de las armas, lo hicieron los intelectuales belicistas de un cercano ayer , a la manera de Nietzsche (" es necesario que la guerra sea sin cuartel y exenta de toda piedad") , o de Jünger ( " la guerra es la Epifanía de la verdad" o de Dostoievski ("la guerra es el necesario remedio para acabar con la decrepitud del mundo") No obstante la historia demuestra que a los homicidios colectivos, que cuestan miles o millones de muertos ,puede que los gane algún gobierno , pero siempre son perdidos por los pueblos De ahí aquella famosa frase de Franklin
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