SOPLOS RENACENTISTAS
Enviado por cadymine • 12 de Octubre de 2013 • 31.522 Palabras (127 Páginas) • 263 Visitas
Soplos renacentistas
Presentación de
Luis Ignacio Sáinz
Primera edición en la colección Pequeños
Grandes Ensayos: 3 de septiembre de 2009
© D.R. Universidad Nacional Autónoma de México
Ciudad Universitaria, 04510, México, D.F.
Dirección General de Publicaciones
y Fomento Editorial
Prohibida su reproducción parcial o total
por cualquier medio sin autorización escrita de
su legítimo titular de derechos
ISBN de la colección: 978-970-32-0479-1
ISBN de la obra:
Impreso y hecho en México
Pérez de Oliva, Fernán, 1494?-1533
Soplos renacentistas / Fernán Pérez de Oliva ;
presentación de Luis Ignacio Sáinz. –- México : UNAM,
Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial,
2009.
192 p. ; 15 cm. –- (Colección Pequeños Grandes Ensayos)
ISBN
1. Antropología filosófica – Obras anteriores a 1800.
2. América – Descubrimiento y exploración – Españoles.
3. América – Acontecimientos anteriores a 1600. I. Sáinz,
Luis Ignacio. II. Universidad Nacional Autónoma
de México.
Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial.
III. t. IV. Ser.
128-scdd20 Biblioteca Nacional de México
Presentación
A Martha y Esther Chávez Cano
El Renacimiento español comienza emblemáticamente
en 1492, pues justo en ese año coinciden
acontecimientos importantísimos que marcarán,
para gozo e infortunio, la historia de ese reino
de reinos que siempre aspiró a ser imperio. De
manera paradójica, la construcción de semejante
anhelo se fundó en un par de operaciones
negativas y en una positiva: la reconquista del
territorio a costa de los moros y la expulsión de
los judíos, sucesos que tardarían más de un siglo
en evidenciar sus consecuencias, y el arribo de
Cristóbal Colón a un “Mundo” que terminó por
calificarse de “Nuevo”. La articulación geográfica,
la imposición de un solitario credo religioso
y la invención de las Indias que se conocerían
como América pasado el tiempo fueron los
cimientos de la renovación hispánica.
Dadas las condiciones todavía precarias de
esa unión, se imponía el diseño y la operación
de un vehículo que hiciese fluir las decisiones del
nuevo dominio de los reyes católicos. El reto
consistió entonces en desarrollar un sistema
8•
de comunicación estable por encima de las
diferencias idiomáticas, entronizándose la lengua
de Isabel I como código oficial gracias a la
aparición de la Gramática de la lengua castellana
(1492) de Antonio de Nebrija.1 Así las cosas,
la ortografía, la prosodia, la etimología y la
sintaxis amalgamarían a la gente de Iberia y
juntas se elevarían a la calidad de “compañera
del Imperio”, en la expresión del propio humanista
sevillano, contenida en la que fuera primera
sistematización de una lengua vulgar europea.
El lenguaje adquiría entonces su verdadera
dimensión: la de casa del ser, y en su geografía
se construiría paso a paso la sed de absoluto
de la España reunificada. Las palabras fueron
las municiones de su primer arsenal, y con
ellas pasaron a demoler las aspiraciones de
otros credos y otras comunidades. Desde su
condición íntima floreció el diseño y después la
manufactura de una cultura expansiva que, en
el sometimiento de territorios y la ampliación
de fronteras, encontró su sino.
Semejante empresa política, si bien cumplía
algunos empeños renacentistas propios de la
entronización del hombre, sus apetitos y sus
razones, a despecho de una divinidad narcisista
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y autoritaria, también exacerbaba una calidad
tardía, postantigua y medievalizante: aquella
destinada a someter las alteridades, a domeñar
las diferencias, a imponer un integrismo homogeneizador.
Por ello se sobrestima y privilegia
lo castellano, haciendo de su contenido la única
modalidad de vertebración de lo nacional; así, la
parte suplanta al todo poligloto y multicultural,
determinando la derrota de la diversidad. En
todo caso permanece inalterable la idea de que
España se construyó desde la creación, defensa
y promoción de la lengua de Castilla.
Es posible rastrear este proceso en la configuración
del propio Estado nación e identificar
el tránsito emprendido entre un régimen, en
principio, abierto a los soplos renacentistas, el
de Carlos I de España y V de Alemania, hacia
otro, por definición cerrado a la crítica y lo extraño,
de inequívoca vocación contrarreformista,
el de Felipe II . Lo que estaba en juego trascendió
con largueza los matices, pues se impuso una
sustitución radical: la posibilidad de que los
sujetos reivindicasen sus convicciones, así fuera
de modo acotado, por la realidad del control de
las corporaciones y sus fueros. Y esta cerrazón
reposó en la confianza ciega en que la lengua cas10
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tellana fungiría en calidad de medio solitario de
expresión, avasallando las tentativas expresivas
de otros seres lingüísticos hasta reducirlos a la
condición de balbuceos gramáticos o rebeldías
separatistas.
En este empeño singular asumido por Nebrija
se contaría, poco tiempo después, con el
aporte significativo de Fernán Pérez de Oliva
con su Dialogus inter Siliceum, Arithmeticam
et Famam, apéndice de la primera edición
del Ars Arithmetica in Theoricem et Praxim
scissa: omni hominum conditioni superque
utilis et necessaria (París, Thomas Kees Wesaliensi,
septiembre de 1514; reimpresa en esa misma
ciudad en 1518, 1519 y 1526, dedicada esta última a
Alfonso Manrique y que difiere en composición
de la versión princeps; en Valencia en 1544) del
cardenal Juan Martínez Silíceo,2 donde se afana en
demostrar la igualdad de rango entre el latín y el
castellano. Será en el territorio de la palabra donde
esos primeros hispanófilos recalcitrantes y vehementes
libren no sólo la batalla por la expresión
sino que, además, fundamenten las aspiraciones
hegemónicas
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