Salomé
Enviado por JeanPolanco1815 • 25 de Noviembre de 2014 • Examen • 2.960 Palabras (12 Páginas) • 248 Visitas
• Antecedentes
• Nacimiento y sacerdocio
• Vocación poética
• Salomé en el hogar
• Patriotismo
• En la escuela
• La muerte
Vestuario:
• Pantalones de tela negro
• Camisa blanca
Antecedentes (Heidy)
Salomé Ureña, la más insigne de nuestras poetisas, descendía de dos familias dominicanas muy antiguas: la familia Ureña y la familia Díaz. Ambas eran familias empobrecidas a causa de las vicisitudes de la Isla de Santo Domingo.
Salomé Ureña fue hija de Nicolás Ureña de Mendoza y de Gregoria Díaz y León.
• Nacimiento y sacerdocio (Heidy)
Nació en la antigua ciudad de Santo Domingo, capital de la República Dominicana, el viernes 21 de octubre de 1850, a las 6 de la mañana, en el barrio de Santa Bárbara, antiguo solar de buenas familias, en la casa de su abuela materna, hoy número 84 de la calle Isabel la Católica, junto a la casa de Juan Pablo Duarte. El Dr. Pedro Delgado, famoso en el país como médico y como benefactor, y Ana Díaz León, “la segunda madre en el hogar”, fueron sus padrinos.
El nacimiento de Salomé Ureña ocurrió poco después de la fundación de la República, durante el primer gobierno de Báez; creció en un ambiente de discordias, entre mil luchas intestinas. Salomé tuvo una niñez muy precoz.
Su madre la enseñó a leer: a los cuatro años leía de corrido. Su infancia discurrió en las aulas de dos pequeñas escuelas de primeras letras, únicas permitidas entonces a las mujeres. El padre de Salomé, como hombre de letras, avivó en ella la llama de su espíritu y le dio la mejor educación literaria que se podía alcanzar en aquellos años. Su amor al estudio hizo que muy pronto se distinguiera de sus compañeras de la infancia. Siempre fue lectora apasionada. Como todas las niñas de entonces, sus primeras lecturas debió de hacerlas en el Catón Cristiano. Después leyó una traducción en prosa de la Jerusalén Libertada, del Tasso, y el Numa Pompilio, de Florián: de ambas obras se sabía capítulos enteros de memoria. En este último libro se encariñó con uno de sus personajes, Camila, nombre que más tarde daría a su última hija.
Con su padre aprendió, además, a declamar los versos de sus poetas predilectos. Salomé tenía una memoria extraordinaria, dicen quienes la conocieron. La cantidad de poesías que sabía de memoria y solía repetir entre sus íntimos, era incalculable. Leyó mucho el Parnaso de Sedaño. Estudio francés, hasta dominarlo, aprendió más tarde bastante ingles. La literatura inglesa le gustaba mucho. A veces hacia frases humorísticas de sabor inglés, como la que le dijo una vez a su esposo *no te empeñes en desarreglar el caos*.
Vocación poética (Chanell)
Cuando era muy niña se complacía viendo pasar por la puerta de su casa a dos poetisas de aquel entonces, Josefa Antonia Perdomo y Josefa Antonia del Monte, y llena de admiración exclamaba: ¡ésas hacen versos! Nació poeta, “no fue que se hizo poeta como hay otros a fuerza de manosear ajenas poesías y de hojear los manuales de retórica”.
Desde muy temprano comenzó a cultivar su talento poético. A los quince años escribió versos; a los diez y siete los publicó por primera vez, calzados con el seudónimo de Herminia, que llegó a ser muy conocido. En 1874 otra Herminia aparece firmando un artículo en prosa en el periódico El Centinela. En este artículo, escrito probablemente en Europa, se hablaba de invierno, de estufas y de pieles. Desde entonces Salomé firma sus versos con su nombre y alcanza elogios. Las poesías de Salomé Ureña se publicaban generalmente en periódicos de Santo Domingo, y en ocasiones aparecían en periódicos extranjeros. Era tal el entusiasmo que despertaban, que los jóvenes de la sociedad Amigos del País se las aprendían de memoria y hasta las escribían en las paredes. La antología Lira de Quisqueya recoge diez composiciones suyas. En 1880 se publicó un volumen de sus poesías, patrocinada su publicación por la sociedad Amigos del País.
Salomé en el hogar (Chanell)
Desde el año 1860 hasta 1880, Salomé Ureña vivió siempre con su madre y con su hermana Ramona, y además con Teresa de León, su abuela, y Ana Díaz León, en la casa número 56 de la calle 19 de Marzo. Su educación doméstica la recibió de su madre y de su tía Ana (Nana), que ejerció el magisterio de primeras letras durante sesenta años y no se casó nunca. De esta y de doña Gregoria, ambas austeras y laboriosas, recibió Salomé un ejemplo edificante. Ramona y Salomé se formaron en una atmósfera de fe cristiana, y asistían a la iglesia con su madre todas las mañanas, durante su primera juventud. Luego las obligaciones del hogar no les permitieron ir a misa sino los domingos. La iglesia del antiguo Convento Dominico era la que acostumbraban visitar. Allí vio a Salomé, por primera vez, Francisco Henríquez y Carvajal, quien, atraído por la fama de la poetisa, acompañado de un amigo, se dirigió al templo en interés de conocerla.
Desde la infancia, Salomé fue muy emotiva. Se le veía llorar sin motivo aparente. Esta disposición del ánimo perduró en ella toda la vida. Era noble de sentimientos y “su modestia fue tan grande como su mérito”. Fue mujer de su casa. Soltera, pocas veces traspasaba los linderos de su hogar. No salió nunca del país, como ella misma lo dice:
Así, aunque de otras playas jamás me vi en la arena ni de otros
Horizontes las líneas contemplé. . .
Sin embargo, a su hogar acudían altas mentalidades nacionales y extranjeras que rendían tributo de admiración a la ya esclarecida poetisa quisqueyana. Así, el distinguido poeta venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde, autor de la sentida poesía Vuelta a la patria, de paso por nuestra Ciudad Primada fue a rendir su homenaje de simpatía y de admiración a Salomé; departieron amigablemente y él le recitó lleno de emoción, húmedos los ojos por las lágrimas, la poesía en la cual describe, con intenso dolor, su triste regreso al terruño, ya sin hogar por la muerte de sus padres.
Años más tarde, Salomé Ureña leía conmovida esa poesía a sus discípulas amadas y les decía: “Quisiera que la hubierais oído recitada por sus labios...”
Era afectuosa con todos sus familiares; sentía gran entusiasmo por su padre, a quien quería entrañablemente; entusiasmo que la muerte no disminuyó:
Hoy, al entrar en tu mansión doliente, donde reina silencio sepulcral, nadie a posar vendrá sobre mi frente el beso del cariño paternal.
A
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