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Semblanza histórica de México (1821-1867)


Enviado por   •  4 de Junio de 2013  •  Ensayo  •  2.338 Palabras (10 Páginas)  •  509 Visitas

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Semblanza histórica de México (1821-1867)

Independencia y construcción del Estado Nacional (1821-1867)

La construcción del proyecto nacional se ha dado con base en una mezcla, a menudo conflictiva, de tradición y modernidad. Ambas perspectivas han coexistido antagónicas o complementarias; pero, al margen de sus connotaciones políticas específicas, se han mantenido como valores vigentes en el momento de definir y ejecutar las políticas gubernamentales.

En la historia de los siglos XIX y XX, a la modernidad se le ha concedido de cuando en cuando un valor de innovación per se. De ahí que los procesos de modernización suelan localizarse en las coyunturas de grandes transformaciones económicas, no necesariamente coincidentes con los ritmos del desarrollo cultural, que guardan una relativa independencia de ellos.

Al consumarse la Independencia en 1821, comienzan los esfuerzos para crear las leyes de la nueva nación, luego de tres siglos de dependencia del Imperio español. La legalidad de la Independencia quedó sancionada en el Plan de Iguala, que exhortaba a la unidad entre americanos y europeos (españoles residentes en México), como base de concordia para las tareas de reconstrucción política y económica. El documento libertador no pudo, sin embargo, conciliar los intereses contradictorios entre españoles peninsulares y españoles americanos (criollos), las dos fuerzas políticas y sociales más importantes de la época.

Monumento a la Independencia, Ciudad de México

La vieja enemistad política y económica que existía entre ambos tipos de españoles se intensificó con la Independencia que, tal como se había concebido, permitía la conservación de los privilegios de los peninsulares, sin resolver las demandas sociales de los americanos.

Los criollos representaron el advenimiento de un pueblo nuevo, que si bien prolongaba las tradiciones culturales europeas, también las modificaba con nuevas concepciones de país, al que consideraban suyo por haber nacido en él; y que les hacía considerarse con mayores derechos que los otros a dirigir el destino de la nueva nación.

La lucha entre los grupos nacidos en España y en tierra americana cubre el primer período del México Independiente y termina con la paulatina expulsión de los peninsulares y de sus caudales, tan necesarios para la economía del país. Estas primeras luchas, que arrastraron a los otros sectores de la población, se dieron con la presencia destacada de las logias masónicas: escoceses, que representaron los intereses de las clases pudientes, y yorkinos, que aglutinaron a los insurgentes.

Los grupos políticos en disputa defendieron principios distintos para conducir el país: "orden público y religión" los escoceses, y "libertad y progreso", los yorkinos, lo que llevaría a una posterior formación de los partidos centralista y federalista, respectivamente. Los primeros contaron con el apoyo de los españoles y el clero y los segundos, con el de los Estados Unidos.

Como instituciones, la Iglesia y el Ejército fueron los actores sociales más importantes en las luchas que van de la consumación de la Independencia hasta el triunfo de la Revolución de Ayutla (1855) y la Guerra de Reforma (1857-1867). México conoció en ese período tres formas de organización política: Imperio de Iturbide, República Federal y República Centralista. España fue derrotada y expulsada, pero no las estructuras que había creado durante su larga presencia. Dejó como legado una sociedad compuesta por blancos, diversos grupos étnicos y mestizos, con distintos grados de educación, cultura, tradiciones y niveles económicos. Había heredado un ejército y una poderosa Iglesia, dueña de la mayor parte de las riquezas del país, en virtud del Regio Patronato Indio, que concedió a España la autonomía de Roma respecto a la política eclesiástica en el continente.

Vicente Guerrero

Los reyes españoles y los virreyes eran los patrones y vice patronos, respectivamente, de la Iglesia en la Nueva España, con derechos a la percepción de los diezmos, a la erección de Iglesias y la construcción de conventos; a la organización de misiones y a la propuesta de las personas para los puestos vacantes, desde obispos hasta capellanes.

Este inmenso poder que otorgó el Papa a los Reyes Católicos y a sus descendientes se asoció con una situación adversa, el triunfo de La Reforma luterana, que había separado del mundo católico a los protestantes. A cambio de ese privilegio, España se comprometió a efectuar y costear la evangelización, empresa que con creces recompensó esas pérdidas.

Al amparo de esa legislación, la Iglesia reunió un importante patrimonio económico, incrementado aún más por las funciones de prestamista que desempeñó durante largo tiempo, a falta de instituciones de crédito. Su fuerza económica y social, emanada del poder religioso y educativo que ejercía sobre la población, fue causa de que los gobiernos republicanos lanzaran sus dardos contra ella. Nada extraño, puesto que precisaban su caudal para la construcción del país.

El Ejército, que con la Independencia se había constituido en una clase privilegiada, fue el mejor aliado de la Iglesia en la defensa común de los fueros.

Caído el efímero Imperio de Agustín de Iturbide (1822-1823), que había conservado los fueros de la Iglesia y el Ejército, se inician los largos debates entre federalistas y centralistas. Por más de tres décadas controversias y luchas armadas prolongan la pugna por imponer uno u otro régimen. El primer triunfo político correspondió a los federalistas, que vencieron en el Constituyente de 1823, autor de la promulgación de la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos en 1824. La Carta Magna convirtió a las provincias en estados independientes y soberanos en lo tocante a la administración interna. La excesiva autonomía otorgada a los gobiernos locales fue utilizada sin embargo por ellos para combatir al gobierno federal. El pacto federal dio fuerza a las milicias locales, bastante bien organizadas, que al mando de militares con frecuencia ambiciosos, sirvieron indistintamente a federalistas y a centralistas.

Dos movimientos armados nacidos desde el seno de la vicepresidencia pusieron en peligro el régimen federal. El primero lo encabezó Nicolás Bravo (1827), Vicepresidente de la República y alto jefe de la logia escocesa, que aunque no logró derrocar al presidente Guadalupe Victoria, sí abrió la primera brecha contra el régimen federalista. El segundo movimiento, enarbolado por Anastasio Bustamante (1829), provocó una nueva crisis al desplazar de la Presidencia a Vicente Guerrero y permitir el ascenso de Bustamante (1830). Este atrajo al clero y trató de restablecer el orden

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