Tulio Halperin Donghi - Historia Contemporánea De América Latina
Enviado por cami12correa • 31 de Mayo de 2014 • 4.688 Palabras (19 Páginas) • 569 Visitas
Tulio Halperin Donghi - Historia contemporánea de América Latina[1]
Capítulo I: el legado colonial
Todavía a principios del SXIX seguían siendo visibles en Iberoamerica las huellas del proceso de conquista.
En el SXVIII lo que había movido a los conquistadores era la búsqueda de metal precioso. Si hasta 1520 el núcleo de la colonización española estuvo en las Antillas, las dos décadas siguientes fueron de conquista de las zonas continentales de meseta, donde iba a estar por dos siglos y medio el corazón del imperio español, desde México hasta el Alto Perú.
Sin duda las Antillas y hasta mediados el SXVIII el entero frente atlántico son el flanco débil de ese imperio organizado en torno a la minería andina desde Jamaica hasta colonia de Sacramento en el Río de la Plata, el dominio español ha retrocedido en más de un punto ante la presión de sus rivales. Aún así el imperio llega casi intacto hasta 1810.
El sistema colonial tan capaz de sobrevivir s sus debilidades tenía el fin principal de obtener la mayor cantidad posible de metálico con el menor desembolso de recursos metropolitanos. A más de la porción extraía por la Corona por vía de impuesto, era necesario orientarla hacia la metrópoli, mediante el intercambio comercial. Las consecuencias de este intercambio comercial para la economía hispanoamericana eran múltiples y tanto más violentas cuanto más las favoreciesen los datos de la geografía. La primera de ellas era la supremacía económica de los emisarios locales de la economía metropolitana: el fisco y los comerciantes
que aseguraban el vínculo con la Península. La segunda era el mantenimiento casi total de los demás sectores de la economía colonial al margen de la circulación monetaria.
Lo que hizo del are a de las mesetas y montañas de México a Potosí el núcleo de Indias españolas no fue solo su riqueza minera, sino también la presencia de poblaciones indígenas, a la que su organización anterior a la conquista había utilizables para la economía surgida en esta.
Para la minería, pero también para las actividades artesanales y agrícolas. Hacia esta última se orientan predominantemente los conquistadores y sus herederos, primero como encomenderos a quienes un lote de indios ha sido otorgado para percibir de ellos tributo que de todos modos los vasallos indígenas deben a la corona; luego como dueños de tierras recibidas de mercedes reales. La situación de los nuevos señores de la tierra no ha sido ganada sin lucha, primero abierta y luego más discreta contra las exigencias de la corona y de los sectores mineros y mercantiles que contaban en principio con su apoyo: a medida que el derrumbe de la población indígena se aceleraba, la defensa de la mano de obra se hacía más urgente, la mita había ganado antipatía entre los señores de territorios y administradores laicos y eclesiásticos de las zonas en que los mitayos debían ser reclutados.
Los señores de la tierra tenían así un amplio predominio sobre amplias zonas de la sociedad colonial; no habían conquistado situación igualmente predominante en la economía hispanoamericana globalmente considerada.
La
catástrofe demográfica del XSVII provocará transformaciones en el sector agrario: reemplazo de la agricultura por la ganadería del ovino, respuesta elaborada desde el México hasta el Tucumán a la disminución de la población trabajadora; reemplazo parcial de la comunidad agraria indígena, de la que el sector español se limita a extraer una renta señorial en frutos y trabajo, por la hacienda, unidad de explotación del suelo dirigida por españoles. Este último cambio, es muy incompleto; de intensidad y de formas jurídicas variables según las comarcas, de algunas estuvo totalmente ausente. A diferencia de la comunidad indígena, a la que la conquista a impuesto un nuevo señor, la hacienda es una organización orientada hacia consumidores ajenos a ella.
Su triunfo es entonces limitado; se da con mayor pureza allí donde el contacto más directo con la economía metropolitana, gracias al cual los sectores mercantiles y mineros defienden mejor su parte del producto de la actividad económica. Esa es sin duda la causa del ritmo relativamente más acelerado que el proceso tuvo un México, que pese al papel secundario que al principio le cupo dentro de la producción minera hispanoamericana alcanzó, desde muy pronto, una situación relativamente privilegiada en sus relaciones económicas con la metrópoli.
Dentro del orden económico colonial la explotación agrícola forma una suerte de segunda zona, dependiente de la mercantil y la miera, pero a la vez capaz de desarrollos propios bajo el signo de una economía de autoconsumo que elabora sus propios y
desconcertantes signos de riqueza.
La función del sector agrícola es, dentro del orden colonial, proporcionar fuerza de trabajo, alimentos, tejidos y animales de carga a bajo precio para ciudades y minas.
Esa combinación de intereses privados y presiones oficiales tienen acaso su expresión más típica en la institución del repartimiento de efectos: los corregidores, los funcionarios ubicados por la corona al frente de enteros distritos, ofrecían esos productos al trueque de las poblaciones indígenas sometidas a su mando. Las quejas sobre las muchas cosas inútiles que se obliga a comprar a los indios se hacen cada vez más ruidosas a lo largo del SXVIII.
El pacto colonial, laboriosamente madurado en los SXVI y SXVII, comienza a transformarse en el SXVIII. Influye en ello la decisión por parte de la metrópoli de asumir un nuevo papel frente a la economía colonial, cuya expresión legal son las reformas del sistema comercial introducidas en 1778-82, que establecen el comercio libre entre la península y las Indias.
Las reformas implican: por una parte la admisión de que el tesoro metálico no era el solo aporte posible de las colonias a la metrópoli; por otra el descubrimiento de las posibilidades de las colonias como mercado consumidor. Una y otra innovación debían afectar el delicado equilibrio interregional de las Indias españolas; los nuevos contactos directos entre la metrópoli y las colonias hacen aparecer a aquella como rival de las que entre estas habían surgido como núcleos secundarios del anterior sistema mercantil.
El contacto
directo con la península comienza la fragmentación del área económica Hispanoamericana en zonas de monocultivo que terminarán por estar mejor comunicadas con su metrópoli ultramarina que con cualquier otra área vecina. Esa fragmentación es a la larga políticamente peligrosa; si parece fortificar los vínculos entre Hispanoamérica y su metrópoli, rompe los que en el pasado han unido entre sí a las distintas comarcas de las Indias españolas.
La
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