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Una Construcción De Quinientos años Bogota


Enviado por   •  29 de Septiembre de 2013  •  1.090 Palabras (5 Páginas)  •  208 Visitas

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Una construcción de quinientos años

Son las dos y treinta de la mañana, ya se empiezan a escuchar pasos de los inquilinos del piso de arriba y en la pantalla de la sala me indican que ya está abierto el compartimento del edificio donde se compran los desayunos. La comida es horrenda, pero resulta más barato y práctico poderla llevar deshidratada. No será necesario buscar un lugar en los estacionamientos para almorzar cuando tienes varias libras de comida en un sobré de bolsillo.

Tomo mis cosas con apuro para llegar al ascensor. Siempre es bueno llegar a comprar agua temprano para no hacer esa tediosa fila de entré una y dos horas, y así no tener que viajar de día hacia el centro de la ciudad. En verdad prefiero comprar el agua de la semana, pues en ocasiones solo se encuentran aceites o fluidos para hidratar la comida.

Salgo de mi casa con apenas lo necesario para regresar en la tarde. Aun es de noche. El frío seco que cubre la atmósfera me golpea en el pecho y amenaza con aferrase hasta que halle refugio. En medio de una bufanda que me cubre el rostro, veo el paradero de vagones aéreos a medio iluminar y camino hacia allí con gran dificultad.

Ya son casi las cuatro de la mañana. El primer servicio hace su parada lleno de personas envueltas en prendas gruesas y aisladas entre sí de tal forma que se limitan a esperar el anuncio de llegada a su destino. Entrar a uno de estos aparatos siempre resulta ser una experiencia de profunda crudeza, pues allí nuestras mentes desaparecen y los cuerpos pasan a ser una carga carente de voluntad.

Luego de llegar a la estación del metro, el vagón se desocupa con rapidez y de inmediato son liberados los gases que esterilizan la superficie para evitar la propagación de enfermedades. Sobre una plataforma de más de doscientos metros cuadrados, se posan cientos de cabezas que descienden hacia un mundo subterráneo. Ese mundo donde caminan vidas pero nunca surgen los sueños.

El elevador nos ha llevado a un nivel inferior y me doy cuenta de ello, no por lo que veo, pues siempre desciendo con los ojos cerrados para no quedar siego con las pantallas que cubren las paredes del interior, sino por el movimiento de las personas presurosas por salir al despacho principal de la estación. Allí afuera, en el despacho subterráneo, somos solo mentes temerosas a la luz del día, que se pierden entre mapas diagramados, coloridos y llenos de una simbología particular. Un lenguaje que todo bogotano debe conocer para sobrevivir a la velocidad del día a día.

El reloj de la terminal marca las cuatro y cuarenta. Me dispongo a abordar el expreso Zipaquirá-Centro que me permite cruzar la sabana con tan sólo tres paradas y no es precisamente la ruta más concurrida. Aunque no resulta agradable saber existen lugares del Distrito Primero que ya no son habitables, en la práctica es de gran comodidad tener más oxígeno a mi disposición, pues a esta edad lo último que espero es tener que cargar de nuevo con mi compresor de aire.

Luego de casi media hora de trayecto, llego a la terminal del Centro. La temperatura empieza a aumentar a medida que se despresurizan los vagones del expreso y el asistente de la estación anuncia que quedan solo

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