Yawar Fiesta by José María Arguedas
Enviado por nostradamus • 21 de Agosto de 2012 • 2.123 Palabras (9 Páginas) • 1.998 Visitas
CAPÍTULO I
Comienza narrando las acciones de Chaucato, patrón de la bolichera «Sansón I», y sus trabajadores pesqueros, entre los que se hallan los apodados «el Mudo» y «el Violinista». El diálogo entre estos personajes es excesivamente vulgar, con jergas e insultos denigrantes, según el uso de los pescadores del puerto de Chimbote. Resaltan los dicterios que recibe el Mudo por su condición de homosexual. Chaucato y sus pescadores acarrean del mar toneladas de anchovetas que luego lo venden a las fábricas para su conversión en harina y aceite de pescado. El dinero que ganan por este trabajo, muy sustancioso, lo dilapidan después en los bares y prostíbulos del puerto. El burdel emblemático de Chimbote se divide en tres secciones: el salón rosado, el salón blanco y el corral, siendo el primero de mayor jerarquía, donde atienden prostitutas extranjeras (como «la Argentina»), y el último el de nivel más bajo, donde se ofrecen mujeres pobres, mayormente de origen andino y selvático. En ese ambiente ocurren grescas entre los visitantes, peleas con las mujeres, encerronas, borracheras, sadomasoquismo, etc. Por ejemplo, el pleito del Mudo con el gringo Maxwell, a quien amenaza degollar con un cuchillo, y la incursión de un cabo de la guardia civil, a quien algunos revoltosos sobornan para evitar ser apresados. Un pescador serrano, Asto, ostentosamente celebra su mejora salarial visitando asiduamente a «la Argentina», la prostituta más cotizada del salón rosado, por ser extranjera, blanca y rubia. En otra escena, tres prostitutas del Corral (entre ellas la Orfa y Paula Melchora) retornan caminando a su barriada, lamentando su situación. El capítulo finaliza mencionándose a Chaucato, quien duerme plácidamente en un cuarto del burdel, mientras que dos prostitutas, la «Flaca» y la «China», se reparten el pago, aunque la última reclama haber hecho sola el «trabajo».
CAPÍTULO II
Este capítulo presenta a un extravagante personaje, el loco Moncada, un zambo que predica en calles y plazas del puerto, utilizando disfraces según la ocasión. Un ejemplo de esas alocuciones o monólogos es el siguiente:
Miren como toreo las perversidades, las pestilencias. Yo soy lunar negro que adorna la cara, el lunar cuando está en la mejilla de la mujer buenamoza o en la frente del hombre es adorno. ¿Quién dice que no?, yo soy lunar de Dios en la tierra, ante la humanidad. Ustedes saben que la policía me ha querido llevar preso, otras veces decían que era gato con uñas largazas, de ladrón. Yo, no niego que soy gato, pero robo la amistad, el corazón Dios, así araño yo... y no es la moneda la que me hace disvariar sino mi estrella...
El loco Moncada, con una pesada cruz al hombro, recorre la ciudad, pasando por el mercado. Al llegar a la vía del ferrocarril encuentra un gallo triturado por un vagón, que recoge y mastica. La gente lo ve dirigirse hacia las barriadas situadas más lejos, en los arenales. Sucedía entonces que las autoridades habían convencido a los pobladores pobres a que enterraran a sus muertos en un nuevo cementerio habilitado en una pampa hondonada situado al otro lado de la barriada de San Pedro. El antiguo cementerio, situado en un médano colindante con la carretera principal, había sido cercado con un muro y en su fachada colocada un gran arco; sería destinado en adelante para la gente pudiente. Los pobladores de las barriadas, instados por sus líderes, organizaron entonces una «procesión de cruces»: arrancaron las cruces de las tumbas de sus muertos (situadas en la parte alta del viejo cementerio) y las trasladaron al nuevo cementerio, haciendo una larga marcha. Nadie comprendía el motivo del loco Moncada para sumarse a esa procesión; la cruz que abandona en la hondonada es recogida por el sacristán-guardián del cementerio, que decide colocarla en lo alto del médano del cementerio. En otra escena, Tinoco llega al barrio de La Esperanza Baja y entra en la casa de Florinda (la hermana de Asto), a quien amenaza para que vuelva al Corral. Aparece Antolín Crispín, el conviviente de Florinda y discute con Tinoco, quien termina por irse, volviendo al puerto. En la parte final se describe la descarga de anchoveta de la bolichera «Sansón I» y la visita de Asto a su hermana, luego de una dura jornada laboral.
SEGUNDO DIARIO
Fechado en el Museo de Puruchuco, Lima, el 13 de febrero de 1969, empieza diciendo que su novela anterior, Todas las sangres, la compuso en dos etapas separadas una de otra por varios años, y que la ha vuelto a leer después de mucho tiempo por obligación. Confiesa también que aún no puede empezar el tercer capítulo de la presente novela, porque no entiende a fondo lo que está pasando en Chimbote y en el mundo. Menciona que la segunda parte de esta obra la escribió sin conocer bien Chimbote. Cuenta sobre su estadía en la ciudad de New York, donde anduvo una semana sin descanso, por la Quinta Avenida, la Calle 42, Greenwich Village, Harlem y Broadway, hasta que una noche tuvo una aventura con una linda negrita a la que conquistó hablándole en quechua. Afirma que no cree conocer bien las ciudades, a pesar de estar escribiendo sobre una de ellas. Cuenta también que va a almorzar a un restaurante de obreros llamado «Miguel Angel», donde la dueña, una señora gorda y buenamoza, hace descuentos a los profesores de la Universidad Agraria.
CAPÍTULO III
Comienza describiendo el diálogo entre el jefe de planta de la fábrica de harina de pescado «Nautilus Fishing», don Angel Rincón Jaramillo y un visitante, don Diego, enviado de Braschi. Don Ángel le cuenta los manejos de la industria pesquera, fríamente calculados por Braschi y sus lugartenientes. La idea era enseñar a nadar y a pescar a los serranos, y una vez entrenados en el oficio pagarles cientos y hasta miles de soles y como no sabían manejar tanta plata, lo siguiente era hacerles gastar en borracheras y en putas, y también en hacer que construyeran sus casas propias. Pero algunos serranos no caen fácilmente en ese esquema y sobresalen por méritos propios. Don Ángel reconoce que muchos trabajadores andinos asimilan rápidamente las técnicas de mantenimiento y reparación de las embarcaciones, mejor incluso que los criollos. También menciona las intrigas de los sindicalistas apristas y comunistas, y cómo después de una huelga
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