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Celine


Enviado por   •  6 de Mayo de 2024  •  Examen  •  53.258 Palabras (214 Páginas)  •  75 Visitas

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Céline

es guapa, saca buenas notas y está en la flor de la vida. No obstante, se sientedesgraciada. Un día huye de casa porque ha creído hallar en Almas Vivas el afectoque le falta en su ambiente y la respuesta a las preguntas que la torturan. Pero Keizer,antiguo comisario de policía, sospecha que Almas vivas es una secta destructiva. Paracomprobarlo, decide infiltrar en la organización a tres jóvenes que, tras pasar porpruebas durísimas, desarrollan una magnífica investigación policial.

Página 2 Jan Terlouw

Barrotes de bambú Gran angular - 86

ePub r1.0 Titivillus 28.05.2021

Página 3 Título original: Gevangenis met een open deurJan Terlouw, 1986Traducción: José Enrique Cubedo Editor digital: TitivillusePub base r2.1

Página 4 Prólogo

A Céline la vida no le resultaba muy divertida y nadie entendía el porqué. Era guapa, sacaba buenas notas y estaba en la flor de la vida; de corta estatura, sinser demasiado baja, tenía un buen tipo. Su piel era fina, y cuando tomaba el sol seponía morena rápidamente. Sus ojos oscuros podían centellear de ira, pero rara vez lohacían; entonces las comisuras de sus labios se arqueaban hacia abajo. Las personasque la conocían y la querían decían que debía de sufrir depresiones; y las más críticasaseguraban que era una aguafiestas. Céline podría haberles hablado de lo horrible que le parecía el mundo y lodesgraciada que se sentía a veces, pero casi nunca lo hacia, va que había aprendidoque la gente rehúye el trato de los que se lamentan perpetuamente. No está mal lanzaruna queja esporádica, aunque solo sea para demostrar lo mucho que confías enalguien. Pero si alguien le oye quejarte de lo mismo más de dos veces, deja deescucharte, se pone a bostezar y se inventa algún pretexto para librarse de ti y de tuslamentaciones. Céline tenía un hermano mucho mayor que ella que había abandonado el hogar alos diecisiete años y al que ahora sólo veía cada quince días. La chica estaba en suultimo año escolar. Su aprovechamiento había sido bastante bueno hasta entonces yseguía viviendo en el hogar familiar, a pesar de que no veía mucho a sus padres; éstosllevaban vidas independientes. Su padre tenía una tienda de bicicletas en Osdorp ysólo le interesaban dos cosas en este mundo: su negocio y la televisión. Su expresiónfavorita era: «estoy cansado». Esa misma era la excusa que empleaba por la nochecuando se sentaba, silencioso, delante de la pantalla. Y era la cantilena con la que seacostaba al término de la programación del día. El único gran argumento queutilizaba para negarse a contestar preguntas difíciles: «estoy demasiado cansado». Como contrapartida, la madre de Céline hablaba sin descanso, a todas horas.Quizá fuera un problema nervioso o por falta de seguridad en sí misma; por el motivoque fuera, el caso es que la buena mujer hablaba como una cotorra. Charlaba desdeque se despertaba: mientras cocinaba, comía, fregaba los platos, y lo peor de todo,cuando los demás intentaban intervenir en la conversación. Céline sólo tenía quehacer un comentario, como “nos han puesto un nuevo profesor de Geografía”, paraque su madre se disparara, recordando a todos los profesores de Geografía que habíatenido, en particular a un tal señor Van der Heuvel, incapaz de mantener la disciplinaen el aula y que en una ocasión le había puesto un cuatro. Y como este caso, mil. Para todos los efectos, a Céline le habría dado igual haber sido invisible. Su padrenunca la escuchaba porque estaba enfrascado en los libros de contabilidad de su

Página 5 negocio o, sencillamente, porque estaba demasiado cansado. A su madre sólo leinteresaba el hablar sobre sí misma. Y su hermano tampoco le prestaba ningunaatención: no estaba allí. «No debería sorprenderme», pensaba la muchacha. ¿Quétenía ella que decir que fuera de alguna relevancia? No era ni divertida, ni ingeniosa,ni interesante. No intuía cómo eran las personas. A la hora de las presentaciones lasencontraba agradables, pero luego siempre resultaban todo lo contrario y ella era laúltima en darse cuenta. A Céline no se le daba bien ninguna clase de juego. Para ser justos, digamos queno era la peor de la clase, pero en nada destacaba. No tenía aficiones ni gustos concretos. Le encantaba ir al cine, pero porque allí sesentía acompañada. ¿Por quién? Nunca se atrevía a pedírselo a nadie, y nadie llegónunca a ofrecérsele como acompañante. Si alguna vez alguien se lo pidió, era siemprepor interés egoísta. A Céline le habría gustado tener un amigo, le habría encantado,pero con la condición de que a éste le hubiera interesado ella como persona, y noúnicamente por tratarse de una chica. Aborrecía los domingos. Su padre se pasaba el día durmiendo o viendo en latelevisión aburridas carreras de coches. Cuando su mujer le dirigía la palabra, todo loque decía a modo de respuesta era: «¡Silencio!». Su hermano Willem no estaba encasa. Una vez hechos concienzudamente sus deberes escolares, Céline se aburría. Nole apetecía la bicicleta. Y tampoco se atrevía a saludar a ninguno de sus compañerosde clase porque pensaba que iban a echar a correr en cuanto vieran acercárseles unachica tan aburrida como ella. —¿Por qué no haces algo? —le preguntaba su padre, al darse cuenta de supresencia. —Escúchame —añadía su madre. Céline se dirigía a su habitación, se arrojaba sobre la cama y se ponía a moverrítmicamente las piernas de puro aburrimiento y para llenar el profundo vacío de suexistencia. No era feliz. Las comisuras de los labios le caían entonces másacusadamente y se aislaba del mundo exterior. Cuando el cielo estaba encapotadopensaba: «Qué tiempo tan asqueroso»; pero aún era peor cuando brillaba el sol, puesentonces pensaba: «El sol brilla para la gente que es dichosa, para quienes tienencompañía, y no para desgraciadas como yo». Un día Céline exploto durante la cena. Estaba contando a sus padres un accidenteque había presenciado: un muchacho había sido atropellado por un automóvilmientras circulaba en bicicleta y había perdido el conocimiento. De repente su madrese puso a relatar exhaustivamente toda una serie de accidentes de tráfico de los quehabía sido testigo. —¿Por qué no te callas de una vez? —casi gritó Céline. La madre quedó desconcertada unos instantes. Luego abrió la boca de nuevo ycomenzó a perorar atropelladamente sobre cómo la gente no debería gritarse, que se

Página 6 había limitado a comentar la historia de Céline, y hablar de cómo en una ocasiónella… «Tal vez mi madre habla tanto con el fin de impedir que se diga algo relevante»,pensó Céline, apaciguándose tras su estallido de mal humor. —Deja que termine de contarnos su historia —dijo su padre. —Pero si yo la dejo… —¿Quieres callarte? Su madre enmudeció. Entonces se produjo un silencio tenso. —¿Quedó muy estropeada la bicicleta? —preguntó su padre. «Su intención era loable, pero de todo lo que podría haber dicho, ¿por qué tuvoque referirse precisamente a la bicicleta?», pensó Céline con amargura. Era típico enél mostrar interés únicamente por la mecánica. —Olvídalo —respondió Céline—. Da lo mismo. Poco a poco se iba hundiendo en la depresión. A menudo se llamaba a sí mismatristona, lo cual la consolaba tontamente. Nadie puede evitar sufrir de cuando encuando melancolías; es un sentimiento que se apodera del individuo que lo padece,como pasa con un dolor de cabeza. A Céline la asediaba un cúmulo de interrogantes sobre su persona: ¿Por qué soyasí? ¿Soy realmente tan horrible? ¿Se trata de algo pasajero o estoy destinada a ser asítoda la vida? No tenía a nadie a quien poder preguntárselo. Los miembros de su familia no frecuentaban la iglesia y el sacerdote sólo laconocía de vista. Se hacía preguntas acerca de la vida: ¿Tiene razón de ser laexistencia humana? ¿Por qué estamos en este mundo? ¿Tiene la vida algúnsignificado? ¿Somos responsables unos de otros? ¿Tenemos alguna responsabilidadde que la gente se muera de hambre en África? Céline había visto programas detelevisión sobre esa tragedia. En ocasiones oía alguna reflexión por la radio en bocade algún sacerdote o ministro que hacía algún comentario acerca de Dios. Nuncallegaba a entenderlo, o por lo menos no significaba nada para ella. Se sentíacompletamente sola en el mundo a pesar de los cientos de personas que a diario veíaa su alrededor. Todo ese estado de cosas cambió el día en que conoció en Amsterdam a una chicade su misma edad que la llevó a un caserón situado en el Prinsengracht. Allí habíamuchos otros jóvenes que le dieron, sin excepción, una amistosa bienvenida. Todosse interesaron por ella con toda su alma. Escuchaban lo que les decía acerca de suvida y lo que echaba de menos en ella. Aquellos jóvenes la abrazaron. Al final le hicieron prometer que volvería al díasiguiente. Céline se fue a casa sintiendo un calorcillo en su interior, pero al díasiguiente le costó trabajo regresar a aquella casa junto al canal. ¿Qué vieron en ella?¿Acaso era posible todo aquello? Su cordialidad no podía ser auténtica. Debían depertenecer a una de esas extrañas sectas de las que había oído hablar y contra las queincluso la habían prevenido.

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