EL FIN DEL TRABAJO
Enviado por amakakerru • 29 de Mayo de 2012 • 2.033 Palabras (9 Páginas) • 372 Visitas
EL FIN DEL TRABAJO,
DE JEREMY RIFKIN
Jeremy Rifkin (1943, Denver, Colorado) es un sociólogo, economista, escritor, orador, asesor político y activista estadounidense. Rifkin investiga el impacto de los cambios científicos y tecnológicos en la economía, la fuerza de trabajo, la sociedad y el medio ambiente. Uno de sus libros de más éxito y reconocimiento es El fin del trabajo, de 1995 y es sin duda, la obra que mayor impacto ha provocado en la opinión pública norteamericana y mundial. En ella Rifkin plantea que estamos entrando en una nueva fase de la historia humana, caracterizada por lo que "parece una permanente e inevitable decadencia de lo que hasta ahora entendíamos por trabajo".
Como punto de partida se toma el alto nivel alcanzado por el desempleo, desde la gran depresión de los años 30’s y el número de personas subempleadas o que carecen de trabajo que está creciendo a un ritmo completamente acelerado, tanto que más de 800 millones de seres humanos están en la actualidad desempleados o subempleados en el mundo.
Para Rifkin este fenómeno es una consecuencia de una nueva era denominada "revolución tecnológica", en donde los más sofisticados ordenadores, la robótica, las telecomunicaciones y otras formas de la alta tecnología están sustituyendo rápidamente a los seres humanos en la mayor parte de los sectores económicos, dirigiéndonos así a un "mundo sin trabajo".
La peculiaridad de la nueva "revolución tecnológica" consistiría en que todos los sectores han caído "víctimas" de la restructuración tecnológica y no ha irrumpido ningún sector "significativo" habilitado para canalizar la mano de obra desplazada.
La consecuencia de dicho proceso, según Rifkin, es un reciente e irreversible proceso de polarización. "El mundo acabará polarizándose en dos tendencias potencialmente irreconciliables: por una parte, una elite bien informada que controlará y gestionará la economía global de alta tecnología; y por otra, un creciente número de trabajadores permanentemente desplazados, con pocas perspectivas de futuro y aún menos esperanzas de conseguir un trabajo aceptable en un mundo cada vez más automatizado".
Rifkin nos pinta un panorama absolutamente desolador, donde "los niveles económicos de la mayoría de los trabajadores continúan su permanente deterioro en medio del desconcierto producido por la riqueza tecnológica". A medida que la tercera revolución industrial se abre paso en todos y cada uno de los sectores industriales, el mundo pasa a estar "repleto de millones de alienados trabajadores que experimentan crecientes niveles de estrés en el ambiente tecnológico y una creciente inseguridad laboral".
A la par de ello, prolifera un segundo fenómeno, que consiste en el crecimiento espectacular del crimen y la violencia. Rifkin nos describe la correlación directa entre el desempleo masivo y la incidencia del crimen en la vida cotidiana americana y en particular en la juventud, donde las tasas de desocupación casi duplican a la media de la población total.
Las previsiones económicas tradicionales afirmaban que el aumento de la productividad, como consecuencia de las nuevas tecnologías, la reducción de los costes de producción y el incremento en la oferta de productos baratos que estimulan el nivel adquisitivo, ampliaban las dimensiones del mercado y generaban un mayor número de puestos de trabajo.
Así el problema de la desocupación se resolvería por sí solo, dejando actuar a las fuerzas auto correctivas del mercado. El descenso salarial, provocado por el aumento de los desocupados, tentará a los empresarios a contratar trabajadores adicionales en lugar de invertir en materiales más caros, moderando también de esta forma el impacto de la tecnología sobre los puestos de trabajo y a pesar de los fracasos experimentados por estas concepciones, confrontadas con la realidad, algunos de nuestros líderes más importantes y economistas más representativos, sostienen y defienden la llegada de un excitante nuevo mundo industrial caracterizado por una producción automatizada a partir de elementos de alta tecnología, por un fuerte incremento del comercio global y por una abundancia material sin precedentes.
Esta visión idílica parte de considerar a la ciencia y a la tecnología al margen del régimen social y otorgarles cualidades especiales, una capacidad autónoma para generar por sí mismas un progreso permanente.
El desempleo tiene un carácter "tecnológico", es el resultado de la incorporación de las nuevas tecnologías a la actividad económica.
El desarrollo tecnológico no es un fin en sí mismo, sino que su inserción en la producción está subordinado a la ley del beneficio.
La superpoblación obrera, que pasa a ser crónica, con la creación de un ejército industrial de reserva, tiene su fundamento en la propia mecánica de la explotación capitalista. Más aún, nacida de sus entrañas, pasa a convertirse en una de sus premisas para su funcionamiento como un medio para depreciar los salarios, aumentar la superexplotación, y debilitar, a través de la competencia, la fuerza de resistencia de los trabajadores ocupados.
El estancamiento económico mundial, la tendencia a la sobreproducción y sobreacumulación de capitales (que no encuentran una colocación redituable en la esfera productiva) tienden a colocar un freno a la innovación tecnológica y, por sobre todo, a su aplicación a la producción.
Contra lo que sostiene Rifkin, lo sorprendente no es el gran sino el escaso impacto de la revolución informática y de las comunicaciones en los procesos industriales y en el aumento de la productividad en la fábrica moderna.
El capital ha buscado por todos los medios, aumentar el trabajo excedente no retribuido. Por eso, la reducción relativa del salario, como resultado del aumento de la productividad del trabajo, ha coexistido con las tentativas de prolongación de la jornada de trabajo.
Tanto o más importante que el ahorro en materia de instalaciones, maquinaria, etc., lo representa el ahorro en materia de cargas sociales, indemnizaciones, riesgos y accidentes de trabajo. De allí, la resistencia histórica que han ofrecido los capitalistas a reducir la jornada de trabajo que la clase obrera se vio obligada a arrancar mediante una lucha encarnizada y sangrienta.
Aún en plena crisis del 29, cuando se estaba en la cresta de la depresión, en la que la desocupación se elevó hasta 15 millones de personas, es decir, a casi el 25% de la mano de obra, aún, en esas condiciones, naufragó la tentativa por instaurar
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