El Arbol De La Buena Muerte
Enviado por Love_2192 • 27 de Mayo de 2015 • 1.178 Palabras (5 Páginas) • 297 Visitas
EL ARBOL DE LA BUENA MUERTE
Hector G. Oesterheld
Hector G. Oesterheld nació en Buenos Aires en 1922, a fines de la década del 40 comienza
escribiendo cuentos infantiles, publicados por editorial Abril.
Luego colabora la mítica revista Mas Allá, y en 1950 publica su primer historieta, «Alan y crazy»
hacia 1955 publica «El sargento Kirk» y «Bull Rokett».
En 1957 con dibujos de Solano López, publica la primera parte de «El eternauta» que se
convertiría en la más famosa historieta Argentina.
Hector G. Oesterheld fue secuestrado y asesinado en 1977 por la dictadura militar que sojuzgó
Argentina entre 1976 y 1983.
Para mayor información sobre el autor y su obra los remito a «La argentina premonitoria» de Jorge
Claudio Morhain, publicada en el número 96 de la revista axxón.
Sadrac, Octubre de 1999
María Santos cerró los ojos, aflojó el cuerpo, acomodó la espalda contra el blando
tronco del árbol.
Se estaba bien allí, a la sombra de aquellas hojas transparentes que filtraban la
luz rojiza del sol.
Carlos, el yerno, no podía haberle hecho un regalo mejor para su cumpleaños.
Todo el día anterior había trabajado Carlos, limpiando de malezas el lugar donde
crecía el árbol. Y había hecho el sacrificio de madrugar todavía más temprano que
de costumbre para que, cuando ella se levantara, encontrara instalado el banco al
pie del árbol.
María Santos sonrió agradecida; el tronco parecía rugoso y áspero, pero era
muelle, cedía a la menor presión como si estuviera relleno de plumas. Carlos
había tenido una gran idea cuando se le ocurrió plantarlo allí, al borde del
sembrado.
Tuf-tuf-tuf. Hasta María Santos llegó el ruido del tractor. Por entre los párpados
entrecerrados, la anciana miró a Marisa, su hija, sentada en el asiento de la
máquina, al lado de Carlos.
2
El brazo de Marisa descansaba en la cintura de Carlos, las dos cabezas estaban
muy juntas: seguro que hacían planes para la nueva casa que Carlos quería
construir.
María Santos sonrió; Carlos era un buen hombre, un marido inmejorable para
Marisa. Suerte que Marisa no se casó con Larco, el ingeniero aquel: Carlos no era
más que un agricultor, pero era bueno y sabía trabajar, y no les hacía faltar nada.
¿No les hacía faltar nada?
Una punzada dolida borró la sonrisa de María Santos.
El rostro, viejo de incontables arrugas, viejo de muchos soles y de mucho trabajo,
se nubló.
No, Carlos podría hacer feliz a Marisa y a Roberto, el hijo, que ya tenía 18 años y
estudiaba medicina por televisión.
No, nunca podría hacerla feliz a ella, a María Santos, la abuela...
Porque María Santos no se adaptaría nunca -hacía mucho que había renunciado a
hacerlo- a la vida en aquella colonia de Marte.
De acuerdo con que allí se ganaba bien, que no les faltaba nada, que se vivía
mucho mejor que en la Tierra, de acuerdo con que allí, en Marte, toda la familia
tenía un porvenir mucho mejor; de acuerdo con que la vida en la Tierra era ahora
muy dura... De acuerdo con todo eso; pero, ¡Marte era tan diferente!...
¡Qué no daría María Santos por un poco de viento como el de la Tierra, con algún
"panadero" volando alto!
- ¿Duermes, abuela? - Roberto, el nieto, viene sonriente, con su libro bajo el
brazo.
- No, Roberto. Un poco cansada, nada más.
- ¿No necesitas nada?
- No, nada.
- ¿Seguro?
- Seguro.
Curiosa, la insistencia de Roberto; no acostumbraba a ser tan solícito; a veces se
pasaba días enteros sin acordarse de que ella existía.
3
Pero, claro, eso era de esperar; la juventud, la juventud de siempre, tiene
demasiado quehacer con eso, con ser joven.
Aunque en verdad María Santos no tiene por qué quejarse: últimamente Roberto
había estado muy bueno con ella, pasaba horas enteras a su lado, haciéndola
hablar de la Tierra.
Claro, Roberto no conocía la Tierra; él había nacido en Marte, y las cosas de la
Tierra eran para él algo tan raro, como
...