El Arbol Maria Luiza Bombal
Enviado por conny1234 • 18 de Agosto de 2014 • 3.304 Palabras (14 Páginas) • 440 Visitas
El pianista se sienta, tose por prejui
cio y se concentra un instante. Las
luces en racimo que alumbran la sala declinan
lentamente hasta detenerse en un
resplandor mortecino de brasa, al tiempo que una frase musical comienza a
subir en el silencio, a desenvolverse, clara, estrecha y juiciosamente caprichosa.
«Mozart, tal vez» piensa Brígida. Como de costumbre se ha olvidado
de pedir el programa. «Mozart, tal vez, o Scarlatti...» ¡Sabía tan poca música!
Y no era porque no tuviese oído ni afición. De niña fue ella quien reclam
ó lecciones de piano; nadie necesitó imponérselas, como a sus hermanas.
Sus hermanas, sin embargo, tocaban ahora correctamente y descifraban a
primera vista, en tanto que ella... Ella había abandonado los estudios al año
de iniciarlos. La razón de su inconsecuencia era tan sencilla como vergonzosa:
jamás había conseguido aprender la llave de Fa, jamás. «No comprendo,
no me alcanza la memoria más que para la llave de Sol». ¡La indignación de
su padre! «¡A cualquiera le doy esta carga de un infeliz viudo con varias hijas
que educar! ¡Pobre Carmen! Seguramente habría sufrido por Brígida. Es retardada
esta criatura».
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EL AUTOR DE LA SEMANA
20 al 26 de enero de 1997 2
Brígida era la menor de seis niñas, todas diferentes de carácter. Cuando
el padre llegaba por fin a su sexta hija, lo hacía tan perplejo y agotado por las
cinco primeras que prefería simplificarse el día declarándola retardada. No
voy a luchar más, es inútil. Déjenla. Si no quiere estudiar, que no estudie. Si
le gusta pasarse en la cocina, oyendo cuentos de ánimas, allá ella. Si le gustan
las muñecas a los dieciséis años, que juegue». Y Brígida había conservado
sus muñecas y permanecido totalmente ignorante.
¡Qué agradable es ser ignorante! ¡No saber exactamente quién fue Mozart;
desconocer sus orígenes, sus influencias, las particularidades de su técnica!
Dejarse solamente llevar por él de la mano, como ahora.
Y Mozart la lleva, en efecto. La lleva por un puente suspendido sobre un
agua cristalina que corre en un lecho de arena rosada. Ella está vestida de
blanco, con un quitasol de encaje, complicado y fino como una telaraña,
abierto sobre el hombro.
Estás cada día más joven, Brígida. Ayer encontré a tu marido, a tu ex
marido, quiero decir. Tiene todo el pelo blanco.
Pero ella no contesta, no se detiene, sigue cruzando el puente que Mozart
le ha tendido hacia el jardín de sus años juveniles.
Altos surtidores en los que el agua canta. Sus dieciocho años, sus trenzas
castañas que desatadas le llegaban hasta los tobillos, su tez dorada, sus
ojos oscuros tan abiertos y como interrogantes. Una pequeña boca de labios
carnosos, una sonrisa dulce y el cuerpo más liviano y gracioso del mundo.
¿En qué pensaba, sentada al borde de la fuente? En nada. «Es tan tonta como
linda» decían. Pero a ella nunca le importó ser tonta ni «planchar» (1) en los
bailes. Una a una iban pidiendo en matrimonio a sus hermanas. A ella no la
pedía nadie.
¡Mozart! Ahora le brinda una escalera de mármol azul por donde ella
baja entre una doble fila de lirios de hielo. Y ahora le abre una verja de
barrotes con puntas doradas para que ella pueda echarse al cuello de Luis, el
amigo íntimo de su padre. Desde muy niña, cuando todos la abandonaban,
corría hacia Luis. Él la alzaba y ella le rodeaba el cuello con los brazos, entre
risas que eran como pequeños gorjeos y besos que le disparaba aturdidamente
(1) Hacer el ridículo. (N. del E.)
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sobre los ojos, la frente y el pelo ya entonces canoso (¿es que nunca había
sido joven?) como una lluvia desordenada. «Eres un collar le decía Luis.
Eres como un collar de pájaros».
Por eso se había casado con él. Porque al lado de aquel hombre solemne
y taciturno no se sentía culpable de ser tal cual era: tonta, juguetona y perezosa.
Sí, ahora que han pasado tantos años comprende que no se había casado
con Luis por amor; sin embargo, no atina a comprender por qué, por qué
se marchó ella un día, de pronto...
Pero he aquí que Mozart la toma nerviosamente de la mano y, arrastrándola
en un ritmo segundo a segundo más apremiante, la obliga a cruzar el
jardín en sentido inverso, a retomar el puente en una carrera que es casi una
huida. Y luego de haberla despojado del quitasol y de la falda transparente,
le cierra la puerta de su pasado con un acorde dulce y firme a la vez, y la deja
en una sala de conciertos, vestida de negro, aplaudiendo maquinalmente en
tanto crece la llama de las luces artificiales.
De nuevo la penumbra y de nuevo el silencio precursor.
Y ahora Beethoven empieza a remover el oleaje tibio de sus notas bajo
una luna de primavera. ¡Qué lejos se ha retirado el mar! Brígida se interna
playa adentro hacia el mar contraído allá lejos, refulgente y manso, pero
entonces el mar se levanta, crece tranquilo, viene a su encuentro, la envuelve,
y con suaves olas la va empujando, empujando por la espalda hasta hacerle
recostar la mejilla sobre el cuerpo de un hombre. Y se aleja, dejándola
olvidada sobre el pecho de Luis.
No tienes corazón, no tienes corazón solía decirle a Luis. Latía tan
adentro el corazón de su marido que no pudo oírlo sino rara vez y de modo
inesperado. Nunca estás conmigo cuando estás a mi lado protestaba en
la alcoba, cuando antes de dormirse él abría ritualmente los periódicos de la
tarde. ¿Por qué te has casado conmigo?
Porque tienes ojos de venadito asustado contestaba él y la besaba.
Y ella, súbitamente alegre, recibía orgullosa sobre su hombro el peso de su
cabeza cana. ¡Oh, ese pelo plateado y brillante de Luis!
Luis, nunca me has contado de qué color era exactamente tu pelo
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cuando eras chico, y nunca me has contado tampoco lo que dijo tu madre
cuando te empezaron a salir canas a los quince años. ¿Qué dijo? ¿Se
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