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El Mio Cid


Enviado por   •  22 de Septiembre de 2013  •  1.958 Palabras (8 Páginas)  •  279 Visitas

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Durante la Edad Media, se cultivó en Castilla un tipo de poesía épica, anónima, popular y colectiva, que se transmitía oralmente en lengua romance o vulgar y que relataba las hazañas de los héroes nacionales. Este género de poesía se llamó Mester de Juglaría, ya que eran los juglares como verdaderos periodistas de esa época, quienes se encargaban de difundir estos poemas, llamados Cantares de Gesta, en las plazas públicas o en los palacios. El cantar de gesta más antiguo que se conoce es el Poema de Mío Cid, perteneciente al siglo XII, más precisamente al año 1140, a pesar de que nos es conocido mediante un manuscrito de comienzos del siglo XIV.

Paralelamente a la poesía épica surgió en los siglos XIII y XIV una poesía de origen culto, conocida como Mester de Clerecía, que era un oficio de hombres letrados de cultura eclesiástica, que desarrolló temas históricos o religiosos.

Para desarrollar el análisis de las siguientes páginas he decidido abordar el Mester de Juglaría y su obra más representativa, “Poema de Mío Cid”, en la cual haré hincapié en los aspectos religiosos y en la imagen del héroe, siendo éstos, desde mi perspectiva, temas de suma importancia ya que reflejan las características de la época y son los componentes más significativos que atraviesan la literatura de la Edad Media.

Me parece pertinente antes de desarrollar los temas mencionados anteriormente destacar a continuación algunas de las características generales de la obra.

El Poema de mío Cid es una poesía anónima, que consta de 3730 versos que poseen entre 10 y 20 sílabas y la rima es asonante. La obra está dividida en tres cantares que son los siguientes:

El Destierro del Cid El rey de Castilla, Alfonso VI, manda al Cid a Andalucía a cobrar las parias o tributos de los reyes moros de Córdoba y Sevilla. Almutamiz, rey de Sevilla, estaba en guerra con Almudafar, rey de Granada, a quien ayudan el conde García Ordóñez y otros nobles castellanos.

El Cid vuelve a castilla con las parias, los enemigos lo indisponen con el rey, y éste lo destierra. Luego se dirige, con los vasallos que lo siguen, a Burgos, donde nadie osa recibirlo, por haberlo prohibido el rey, según lo explica una niña.

Se detiene por unos momentos en la catedral de dicha ciudad, y prosigue después su camino hacia el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde están su mujer, doña Jimena, y sus hijas, niñas aún, doña Elvira y doña sol. Allí se despide de ellas, que quedan confiadas al abad don Sancho. Y sigue en marcha hasta la frontera de Castilla, pues están por expirar los nueve días de plazo dados por el rey para que se retirara de sus tierras.

Ya en tierra de moros, el Cid entra en guerra con ellos, a los que gana las ciudades de Castejón y Alcocer, avanza en sus conquistas hacia Teruel y Zaragoza, llega hasta el condado de Barcelona, donde vence y toma prisionero al conde de dicho lugar, don Ramón Berenguer, en esta ocasión ganó la espada Colada. Después de tenerlo tres días en su poder y ante la decisión de éste de dejarse morir de hambre, el Cid lo puso en libertad.

Bodas de las Hijas del Cid: El Cid se dirige luego hacia el mediterráneo, tomando la costa entre Castellón y Murviedro, y ganando después la ciudad de Valencia.

También vence al rey moro de Sevilla, que había ido en auxilio del de Valencia, y previo permiso del rey, a quien había enviado varios presentes de caballos, lo que prueba su condición de buen vasallo. Son tantos los triunfos del Cid, que sus enemigos sienten acrecentar su envidia, y dos parientes del conde García Ordóñez, los infantes de Carrión, don Diego y don Fernando, desean casarse con sus hijas, codiciosos de las riquezas del héroe.

El Cid no ve con gusto estos casamientos, pero requerido por el rey, accede lleno de recelos, y se dirige con los suyos a Valencia, donde las bodas se realizan con grandes fiestas.

La Afrenta de Corpes: Los infantes de Carrión han revelado su cobardía en varios episodios: el miedo de los infantes ante un león del Cid, escapando de su jaula, y la huída del infante don Fernando, al ser embestido por el moro Aladraf.

Los infantes de Carrión deciden vengarse del Cid, a quien envidian, y se llevan a sus esposas a tierras de Carrión, deteniéndose en el robledal de Corpes, donde las vejan y maltratan brutalmente. Enterado el Cid de esta afrenta pide justicia al rey. Éste, dolido por la mala acción de los infantes convoca a las cortes de Toledo.

En ella son condenados los infantes quienes se ven obligados a devolver las espadas Colada y Tizona, obsequios del Cid, a reintegrar la dote, ya consumida en parte, y batirse en duelo con vasallos del Cid.

El poema termina con llegada de emisarios de los infantes de Navarra y Aragón quienes solicitan las manos de doña Elvira y Doña Sol, a los que el Cid accede satisfecho por la honra que esto significa para sus hijas.

Podemos evidenciar que en esta obra predomina el narrador heterodiegético, es decir, no participa en el mundo narrado (Genette). También podemos observar que se trata de un texto en el cual se hace presente la polifonía:

A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago;

también a los que se quedan contentos quiero dejarlos.

Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano:

"Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados;

no os hemos de faltar mientras que salud tengamos,

y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos

y todos nuestros dineros y los vestidos de paño,

siempre querremos serviros como leales vasallos."

Aprobación dieron todos a lo que ha dicho don Álvaro.

Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron.

El Cid sale de Vivar, a Burgos

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