El monje que vendio su ferrari
Enviado por velvetishere • 15 de Abril de 2011 • 3.648 Palabras (15 Páginas) • 2.676 Visitas
A sus 53 años, Julián Mantle parecía un septuagenario. Era uno de los abogados procesales más prominentes del país. Sobre su escritorio tenía una frase enmarcada: "Estoy convencido de que en este día somos dueños de nuestro destino, que la tarea que se nos ha impuesto no es superior a nuestras fuerzas; que sus acometidas no están por encima de lo que soy capaz de soportar. Mientras tengamos fe en nuestra causa y una indeclinable voluntad de vencer, la victoria estará a nuestro alcance".
Fiel a este lema, Julián era un hombre duro, dinámico y siempre dispuesto a trabajar 18 horas diarias. Julián no sólo era bien conocido por sus éxitos profesionales, sino por sus trajes italianos de tres mil dólares que vestían su bien alimentado cuerpo, las salidas nocturnas a los mejores restaurantes de la ciudad con despampanantes modelos y sus excesos etílicos.
Durante los primeros años, justificaba su dilatado horario afirmando que lo hacía "por el bien del escritorio jurídico", y que tenía previsto tomarse un mes de descanso "el próximo invierno" para irse a las islas Caimán. Pero el tiempo pasaba y, a medida que se extendía su fama de abogado brillante, su cuota de trabajo, y sus éxitos, no dejaban de aumentar.
Pero algo andaba mal. Nada era suficiente para Julián. Ya no se ocupaba de su esposa; su matrimonio finalmente fracasó. Los excesos lo habían dejado más que obeso, se quejaba de que estaba enfermo y había perdido el sentido del humor. Era como si su vida hubiera perdido sentido. Pero lo peor de todo era que, Julián Mantle, el brillante abogado, había perdido, además, su pericia profesional.
No se trataba sólo del ritmo de vida que había llevado, sino de lo que él mismo describía como un vacío espiritual. Ya no se sentía entusiasmado por su trabajo. Fue entonces cuando sucedió: Julián Mantle se desplomó en el tribunal (le dio un ataque cardiaco) frente a la mirada atónita del juez y sus asistentes, ahí se encontraba derrumbado como un pequeño niño indefenso con el deseo de sobrevivir.
El viejo Harding fue quien dio la noticia: "Julián ha decidido abandonar el bufete y renunciar al ejercicio de su profesión".
Esto sucedió hace unos años. La noticia causo gran sorpresa en especial a su asistente John. Sabía que Julián tenía sus problemas, pero no esperaba algo así. Lo último que supo fue que se había ido a la India. Les dijo a sus socios que deseaba simplificar su vida y conseguir respuestas.
En esos tres años John pasó de ser el asistente de Julián para convertirme en un hastiado y cínico abogado. Llevaba una vida intensa, pero, en sus momentos de tranquilidad, pensaba a menudo en Julián. Le preguntaba qué sería de él. La respuesta a esta pregunta le llegó hace dos meses. Tras un día de arduo trabajo, su asistente entró en la oficina y le dijo que fuera lo buscaba alguien con urgencia. Al principio se negó, pero tras la insistencia de su asistente decido recibir al extraño.
Fue entonces cuando por la puerta entró un hombre risueño de unos 35 años. Era alto, delgado y musculoso, e irradiaba vitalidad y energía. El joven se quedó mirándolo hasta que dijo: "¿Es así como tratas a tus visitas, John, incluso a quienes te enseñaron todo cuanto sabes?" - ¿Julián? ¿Eres tú? ¡No me lo puedo creer! La sonora carcajada del visitante confirmó las sospechas de John. Ante él tenía al añorado yogui de la India: Julián Mantle.
John no salía de su asombro. ¿Cómo podía alguien que sólo unos años atrás parecía un viejo verse tan enérgico y vivo? ¿Cuál era la causa de este extraordinario cambio? Julián le dijo que su ritmo de vida le había cobrado su precio.
El infarto no había sido sino un síntoma de un problema más profundo. La presión constante y el extenuante trabajo de abogado habían destruido su espíritu. Fue entonces cuando se vio en la necesidad de escoger entre su carrera y la vida, y terminó escogiendo la segunda.
Julián contó que había vendido todas sus posesiones materiales antes de irse a la India; que mientras viajaba de pueblo en pueblo se había sentido nuevamente vivo. Pronto recuperó su curiosidad innata y su chispa creativa, así como su entusiasmo y sus ganas de vivir. Empezó a sentirse más jovial y sereno. Y recuperó algo más: la risa. Durante las primeras etapas del viaje, Julián buscó a conocidos y respetados maestros. Todos lo recibieron con los brazos y el corazón abierto, y compartieron con él sus conocimientos. Para Julián, que había metido lo poco que le quedaba en una mochila, fue una "odisea personal", una época mágica. Pero dichos encuentros con eruditos y maestros no le brindaron a Julián el saber que este estaba buscando. El primer paso real no llegó sino siete meses después en Cachemira, donde tuvo la suerte de conocer al yogui Krishnan. Este había sido también un abogado hastiado de la febril vida en Nueva Delhi; había renunciado a sus posesiones materiales y se había dedicado a cuidar el templo del pueblo en la más absoluta austeridad.
Cada uno le contó su historia al otro, y el yogui Krishnan sentenció:
"Yo también he recorrido ese camino, amigo mío. Pero he aprendido que todo tiene una razón. He aprendido que el fracaso es necesario para la expansión de la persona". Tras oír estas palabras, Julián sintió un gran alborozo.
- Necesito tu ayuda, Krishnan.
- Será un honor, pero… ¿puedo hacerte una sugerencia?
- Por supuesto.
- Desde que estoy al cuidado de este templo, he oído hablar mucho de un grupo de sabios que vive en las cumbres del Himalaya. Nadie sabe dónde viven exactamente, pero se dice que han descubierto una especie de sistema para mejorar profundamente la vida de cualquier persona desde un punto de vista mental, físico y espiritual. Lo único que puedo decirte con certeza es que la gente los conoce como los Grandes Sabios de Sivana.
Al día siguiente, al despuntar el alba, Julián empezó su peregrinaje hasta la tierra perdida de Sivana. La travesía duró siete días, y Julián tuvo la oportunidad no sólo de admirar la belleza del paisaje, sino de preguntarse si podría pasar el resto de su vida sin el reto intelectual que su profesión le había deparado. Entonces, mientras meditaba sobre estos asuntos, sucedió: frente a Julián apareció una extraña figura, vestida con una ondulante túnica. A pesar de ser muy esquivo, Julián se las arregló para hablarle.
- Me llamo Julián Mantle. He venido a aprender de los Sabios de Sivana. ¿Dónde puedo encontrarlos?
- ¿Para qué buscas a esos sabios, amigo?
Entonces Julián
...