El viaje del elefante
Enviado por valbf • 12 de Abril de 2013 • Síntesis • 2.428 Palabras (10 Páginas) • 490 Visitas
El viaje del elefante
El viaje del elefante trata sobre la aventura de un elefante que recorrió la mitad de Europa por el capricho de un rey (Juan III, rey de Portugal) quien decidió regalárselo a su primo el archiduque Maximiliano de Austria. Desarrollada en el siglo XVI, esta novela nos cuenta un hecho real, por muy absurdo que pueda parecernos. Eso fue en cierto modo lo que le ocurrió a Saramago. El escritor entró casualmente en un restaurante de Austria llamado El Elefante y en un momento de la conversación se fijo en unas pequeñas esculturas puestas en fila de derecha a izquierda. La primera era la Torre de Belén en Lisboa, y junto a ella, colocadas en fila a modo de itinerario, había diversas representaciones de edificios y monumentos. La curiosidad de Saramago salió a flote y una vez le fue relatada la historia, decidió que ahí estaba encerrado el corazón de una historia y decidió documentarme a conciencia para poder contar el viaje.
Aunque el trasfondo sea real, lo cierto es que la historia juega hacia los personajes. El libro se detiene ante todo en esa bulliciosa caravana que se orquesta para satisfacer las necesidades del elefante en movimiento. Los personajes en su caminar sacan sus pechos, se pelean, defienden sus ideas o su derecho a la custodia del animal, frente a huestes en apariencia hostiles y ofrecen lo mejor de sí para que la caravana llegue feliz y a salvo a su destino. De toda esa red humana que construye Saramago, sobresalen algunas voces con más fuerza que otras. Como la voz arrogante del comandante que en un principio considera humillante su destino, aunque poco a poco se va encariñando con Salamón (después Solimán) y con Subhro (al que el emperador cambia también el nombre por Fritz). Sus comentarios suelen ser replicados por el fiel cuidador del animal, quien, aunque alegue no conocer del todo la naturaleza del elefante, se convierte en su voz, en su estómago y en el salvaguardo de sus necesidades más básicas: dormir, comer, hacer la siesta, etc. El cuidador parlamenta siempre con la comitiva buscando el solaz del animal, que asiste a todas las disputas con verdadero estoicismo.
Con esta novela (cuento, según palabras de su autor) Saramago ahonda en la naturaleza humana, y nos muestra de qué pasta estamos hechos a través de las incongruencias, situaciones disparatadas o reflexiones provocadas por los propios acontecimientos. La ironía no está exenta de sarcasmo en ocasiones e incluso son patentes las críticas a algunas instituciones, como la realeza, tan pagada de sí misma, pero que actúa de forma carnavalesca, o la iglesia, siempre dispuesta a marcarse un farol, a costa de la ingenuidad del populacho.
“Mi parecer, señor alcaide, es que cada uno se ocupe de sí mismo, mientras dios se ocupa de todos”.
“La inquisición mantendrá la unidad entre los cristianos. Santo objetivo, sin duda, mi señor, resta saber con qué medios lo alcanzará”.
Pese a que la lectura se nos ofrece de un tirón, porque seguimos el hilo gracias a la complicidad con los personajes y el movimiento irónico y jovial que se desprende de la narración, lo cierto es que el autor es fiel a sus manías, aunque en este caso aparezcan atemperadas y las sigamos sin desviar a la vista de los hechos, asumiéndolas como rasgos propios de su estilo. Me refiero a los desvíos normativos tan propios de su escritura, como el hecho de que los diálogos se incorporen a la narración formando un tejido que el lector debe descoser para poder delimitar su contenido. De este modo el autor establece un diálogo con ese lector de sus obras, instándole a que se implique y averigüe por sí mismo, las líneas que disgregan o amalgaman los distintos apartados narrativos. Por otra parte, el autor intercala algunas digresiones, unas se incardinan en la naturaleza del personaje (como la mención a Amadís de Gaula) o la digresión religiosa que realiza el cornaca para que entendamos sus raíces indias; otras, sin embargo, destapando la voz de Saramago, aproximándose peligrosamente al momento actual, a modo de pequeños pinzamientos que ofrecen una visión panorámica de sus reflexiones:
“En el fondo será como si a una película, desconocida en aquel siglo dieciséis, le estuviésemos poniendo subtítulos en nuestra lengua para suplir la ignorancia o un insuficiente conocimiento del idioma hablado por los actores”.
Saramago consigue nuevamente abordar desde diversos puntos de vista el carácter absurdo, incongruente, cruel o compasivo de unos personajes que se mueven como marionetas danzantes en un circo carnavalesco, cuya estrella es el elefante de la feria. Sin duda, la novela abre una puerta a la reflexión: el sentido de la vida u la muerte, las cuestiones teológicas, la crueldad, la estupidez o la abnegación, son retratadas por una pluma muy segura de su proceder, que siempre sabe cómo acentuar sus efectos. Sin duda, el autor rinde también tributo al elefante, que, después de su odisea, tuvo un final espantoso. Poco después de llegar a su destino, el bueno de Salomón o Solimán murió, tal vez como protesta a su inutilidad, a su no servir para otra cosa que no fuera, el capricho real. Una vez muerto, le cortaron las patas delanteras para ponerlas a la entrada de palacio a modo de recipiente donde depositar paraguas y bastones. Cruel final, para ese animal que soportó toda clase de inclemencias para ser servido con el papel de regalo del cornaca a un rey estúpido, encerrado en los barrotes de su torre de oro, incapaz de reconocerse el propio ombligo.
Una lectura amena, mordaz y tierna, que sin duda te despertará de la apatía con la que abordas otras lecturas, y hará que te acomodes debidamente en el sofá, para seguir las huellas del elefante, con verdadera alma de sabueso. Aghata… Al final, dijo uno de los campesinos, un elefante no tiene mucho para ver, se le da una vuelta y está todo visto. Podrían haberse retirado a sus casas, a la comodidad de sus hogares, pero uno de ellos dijo que todavía se quedaba un poco por allí, que quería oír lo que se estaba comentando alrededor de la hoguera. Se quedaron todos. Al principio no comprendían de qué estaban tratando, no entendían los nombres, tenían acentos extraños, hasta que todo se les aclaró cuando llegaron a la conclusión de que se hablaba del elefante y que el elefante era dios. Ahora caminaban hacia sus casas, a la comodidad de sus hogares, llevando cada uno consigo dos o tres huéspedes entre militares y hombres de carga. Con el elefante se quedaron de guardia dos soldados de caballería, lo que reforzó la idea en ellos de que era urgente ir a hablar con el cura. Las puertas se cerraron y la aldea se recogió en medio de la oscuridad. Poco después algunas volvieron a abrirse sigilosamente y los cinco hombres que de ellas salieron se encaminaron hacia la plaza del pozo,
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