Ensayo Del Libro "el Jurado Seducido"
Enviado por rodrigo_cobos • 14 de Enero de 2014 • 3.025 Palabras (13 Páginas) • 1.313 Visitas
Ensayo de la obra de Luis de la Barrera Solórzano.
El Jurado Seducido
INTRODUCCIÓN.
Luis de la Barrera Solórzano comienza su obra con un consejo que da Don Quijote a Sancho Panza antes de ir a gobernar la ínsula Barataria, en la segunda parte de la obra El Quijote de la Mancha, obra de Miguel de Cervantes Saavedra.
Esta cita que hace Luis de la Barrera, se refiera cuando el enemigo rinde cuentas ante la justicia, -Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres, las más veces, serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda-.
Analizando un poco el conejo de Don Quijote, ha sido nefasta tradición en algunas culturas el juzgar al enemigo con la parte angosta del embudo; exigirle todo y no concederle nada, tan sólo porque es o ha sido nuestro oponente. Don Quijote aconseja cordura, mediante la cual se juzgará tan sólo la verdad del caso y de ninguna manera cualquier otra circunstancia ajena a éste. Muchas veces los esquemas legales son empleados para represalias políticas. En todas las ocasiones en que un magistrado actúa está en juego su prestigio; por ello es de hacer notar que cuando la sociedad sepa que el juzgado es un enemigo del juez, estará atenta a su proceder y, por esto, no hay que perder ni el equilibrio ni la compostura, porque no será éste el mejor momento para vengarse de alguien que nos ha perjudicado o es nuestro rival.
De esta manera comienza la obra “EL JURADO SEDUCIDO” al igual que con una descripción de lo que se refería a la palabra “PASIÓN” definiéndola como un sentimiento o inclinación muy violentos que perturban el ánimo. Las pasiones son parte esencial de la condición humana, huéspedes turbulentos de la vida íntima del alma. Podemos negarlas, reprimirlas o encauzarlas, pero no librarnos de ellas.
En determinadas circunstancias pautadas, irrepetibles e irremplazables, las pasiones- que algunas veces nos asemejan a los dioses otras nos identifican con los demonios y otras más nos emparejan con las bestias- discurren por causes que desembocan en los terrenos de las justicia, la cual ha de pronunciarse valorando la conducta humana que, movida pasionalmente, se da en prejuicio de otro.
La justicia ha de hacerse cargo de los distintos factores que rodean y hacen única la conducta que se juzga. Tanto los textos legislativos como las resoluciones judiciales o administrativas se enfrentan al delicado problema de deslindar que proceder humano amerita ser sancionado. Específicamente por lo que toca a las sanciones penales, la postura ilustrada- democrática- solo admite que se castigue la acción u omisión que lesiona o pone en peligro un bien jurídico sin estar amparada por causa de justificación alguna, siempre y cuando le sea reprochable al autor y se demuestre plenamente la responsabilidad de este.
El autor trata diversos temas históricos y actuales sobre problemáticas vividas en México y en todo el mundo y hace un esquema sobre diversas conductas humanas donde los sentimientos violentos que perturban el ánimo del hombre dan lugar a eventos trágicos de amor, desamor, injusticias, impunidad, el motivo de que lleva a todo ser humano a actuar a veces de manera tan irracional, despiadada y cruel son las profundas y ocultas pasiones del hombre, sus emociones e instintos, la ira, los celos, el amor frenético, la venganza forjan las trascendentes historias que relata el autor.
Luis de la Barrera Solórzano, Ombudsman del Distrito Federal divide su libro en cuatro secciones con temas históricos, reales y problemáticas actuales donde las pasiones y emociones humanas conjugadas o contrapuestas con valores éticos o morales resultan factores determinantes en el comportamiento humano y que insoslayablemente influyen en la toma de graves decisiones sobre la vida, la muerte o la libertad de una persona.
Primera parte
Amor y desamor.
La primera parte sobre amor y desamor, casos reales donde el amor vehemente o la ira ante el engaños fueron detonadores de una la emoción jamás pensable en una bella y abnegada mujer que no obstante confesa y sin causa de justificación penal logra salir absuelta por un jurado ante su seductora belleza.
María Teresa Landa fue la primera señorita México de la historia al ganar, una noche de 1928, el concurso de belleza auspiciado por el diario Excélsior. La triunfadora- alta y esbelta, las suaves curvas y los finos huesos armonizando el cuerpo, la piel alabastrina, las sensuales ojeras bajo unos enormes ojos oscuros y brillantes que derretían lo que miraban, la sonrisa que era reflejo de su luz interior, el cabello de azabache y seda, el hablar fluido y gracioso, el donaire de los pasos- cautivo a los escrutadores, quienes desde el primer momento que admiraron su rostro y su silueta en la pasarela quedaron convencidos de que ninguna otra concursante podía ser la elegida. Al aparecer al día siguiente sus fotografías los lectores se demoraban en la deleitosa contemplación de la imagen. Nadie puso en duda la justicia del triunfo. El país tenía una inmejorable representante de la hermosura y la gracia de sus mujeres.
En ningún sitio pasaba inadvertida. Por donde andaba atraía las miradas, ya fueran de deleitación de entusiasmo, de deseo, de envidia, de asombro. La atracción crecía al escucharla, pues el ingenio y la simpatía signaban sus palabras. Como todas las mujeres guapas, le gustaba ser vista, y también le gustaba ver el mundo que la rodeaba, observar las cosas, examinar a la gente sumergirse en meditaciones. No había conocido el amor… hasta que se atravesó en su senda, en el que acudió un 3 de mayo de 1928 en aquel velorio, el general Moisés Vidal de 35 años, 17 mayor que ella.
El 1 de octubre, María Teresa y Moisés contrajeron matrimonio ante un altar. El padre de la muchacha no pudo evitar la asociación de ideas: se estaban casando Venus y Marte. Al poco tiempo, los cónyuges viajaron a Veracruz, donde el general Vidal recibió la orden de regresar a la ciudad de México. Los esposos se alegraron.
Hombre celoso, Moisés aseguraba así que cuando el saliera no se quedara sola. Ejercitante de sus prejuicios y obsesiones, Vidal prohibió terminantemente a su mujer que hojeara el periódico. Una señora decente no tenía porque enterarse de los crimines y demás incidencias que llenan las páginas de los diarios, sin más acepto la prohibición.
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