La Desmemorìa
Enviado por gemv29 • 15 de Junio de 2013 • 1.519 Palabras (7 Páginas) • 650 Visitas
La desmemoria
Jorge Díaz, chileno
Para Ascensión Gracia
La abuela de Gabriel había dejado de hablar. No parecía estar enferma ni enojada con nadie. Tampoco parecía estar triste.
Sonreía, ausente, con la mirada perdida en algún punto lejano y desconocido.
La abuela le había contado muchos cuentos a Gabriel, desde que era un renacuajo. De su voz cálida, envolvente, y del brillo de sus ojos risueños nacía un mundo de fantasía inagotable que arropaba cada noche los sueños del niño; lo hacía sentirse más seguro, más querido, más feliz.
La anciana había empezado a callar poco a poco, hasta quedar así, muda, distante, fuera de las cosas que ocurrían a su alrededor. A Gabriel le parecía que estaba en otra parte y le pedía que volviera, pero sus ruegos no tenían respuesta.
- Abuelita, por favor, háblame. Hace mucho tiempo que no me cuentas un cuento.
La abuela sonreía y le tocaba la cara con la yema de los dedos, como hacen los ciegos.
- Abuela, ¿te acuerdas del cuento de las avellanas mágicas?
Terminaba con una canción.
- ¡Gabriel, deja tranquila a la abuela!
- Mamá, ¿por qué la abuela ya no me cuenta historias?
- Porque perdió la memoria.
Cuando se quedaron solos, Gabriel se acercó a su abuela y le tomó la cara para que lo mirara.
- ¡Eres una descuidada! ¿Dónde dejaste tu memoria? ¿Quieres que te ayude a buscarla? Tú tienes muchos cajones llenos de cosas raras. En los días de lluvia me dejas abrirlos. Ahora no llueve, pero tenemos que encontrar tu memoria. Si ordenaras tus cajones no se te habría perdido.
Gabriel empezó a buscar la memoria de su abuela por toda la habitación. En el fondo del armario encontró un baúl y lo abrió.
Sacó de su interior unos paquetes de cartas atados con una cinta.
Algunos álbumes polvorientos estaban llenos de fotografías. Se las llevó a su abuela. Ella sonrió y apretó el paquete de cartas contra su pecho. En sus ojos había un pequeño destello de complicidad. Gabriel tuvo la impresión de que había vuelto, por unos instantes, de ese lugar lejano en el que habitaba.
- Abuela, estoy buscando algo que no sé cómo es. ¿Qué forma tiene tu memoria perdida? ¿Es grande o pequeña? ¿De qué color es? Tus armarios están llenos de vestidos antiguos con los que nos disfrazamos en las fiestas, ¿son esos vestidos tu memoria? O, a lo mejor, tu memoria es un sombrero, porque se lleva en la cabeza, igual que los sombreros.
Gabriel sacó del armario de la abuela un montón de sombreros antiguos y se los fue poniendo uno a uno delante de la anciana, que seguía sonriendo aunque no decía ni una palabra.
De pronto, su rostro se ensombreció y volvió a estar ausente.
- Mientras no encontremos tu memoria, no podrás contarme cuentos, de manera que te los contaré yo.
Gabriel le tomó la mano a su abuelita y empezó a contarle un cuento.
- Este dedito compró un huevito; éste lo puso en la sartén; éste le echó sal… ¿cómo sigue? No lo sé. ¡Eres tú la que sabe todos los cuentos! Yo ni siquiera me sé el cuento del huevito.
- ¡Gabriel, deja en paz a la abuela y ven a comer!
- Abuelita, me tengo que ir. Mañana te contaré un cuento, te lo prometo. Si no lo encuentro en alguno de tus cajones, lo inventaré yo mismo.
Al día siguiente, cuando Gabriel volvió del colegio, encontró a su abuela sentada en el mismo sitio, inmóvil. Movió sus labios sin emitir ningún sonido. Gabriel se sentó junta a ella y le tomó las manos. Por la ventana se veía caer una lluvia finita, casi invisible.
- ¿Tú crees que son gotas de lluvia, verdad? No, abuela, son lagrimitas. Es Nubila la que llora. ¿No conoces la historia de Nubila? En realidad, el único que la conoce soy yo, porque la estoy inventando en este momento.
“Nubila es una nube chiquitita, muy distraída y revoltosa, casi, casi, como yo. ¿Sabes por qué está lloriqueando? Ahora te lo diré.
Nubila se encuentra perdida. Estuvo correteando sin rumbo por el cielo y se separó del resto de su familia nubosa. Seguramente se puso a curiosear lo que pasaba en la tierra y se quedó enredada en ese pino que hay frente a nuestra casa. No ha podido librarse de las agujas de los pinos y está llorando. ¿Qué te parece que la bajemos del pino y la escondamos en el cobertizo del jardín?
- ¡Gabriel, ven a comer ahora mismo! Y no molestes a la abuela.
- Luego te seguiré contando. Después de comer voy a esconder a Nubila en la pieza del fondo, donde están las bicicletas.
Por la mañana antes de ir al colegio, Gabriel fue a saludar a su abuela. Tenía que revelarle un secreto. Se lo susurró al oído.
- Abuela, tengo que hablar bajo porque no quiero que lo sepa mi mamá: llevé a la nube al cobertizo. Dejó de llorar y me contó lo que le pasa. Nubila perdió la memoria como tú y, en vez de ir al sur, se fue al norte, separándose de su familia. Descendió demasiado y se enredó en los árboles. Ya no se acuerda qué rumbo debe tomar y por eso llora, lo que para nosotros es una llovizna. Dejó todo el cobertizo mojado. Cuando estaba entre los árboles, la gente creía que era niebla. A ella no le gusta nada que la confundan con la niebla, a pesar de que las nubes y la niebla son primas hermanas.
Tampoco le gusta que la confundan con el algodón dulce ni con el aliento congelado de los muñecos de nieve. Para ayudarla, yo le propuse encumbrarla como un volantín, pero ella tiene miedo porque dice que el viento es un tigre y persigue a las nubes. Nubila me ha contado que el cielo está lleno
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