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La Iliada Breve Análisis


Enviado por   •  15 de Marzo de 2012  •  2.544 Palabras (11 Páginas)  •  1.932 Visitas

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Cuando analizamos la obra homérica La Iliada** de manera estructural, vemos que se compone de varias aristeia o enfrentamientos individuales entre los héroes, que constituyen la delicia de los oyentes, que oían en ellas cantar el ejercicio de las virtudes que les eran tan queridas y que trataban de inculcar a la juventud. De estas aristeia la más importante será la del libro XXII, que verá enfrentarse a Aquiles y Héctor. En estos enfrentamientos, las acciones virtuosas de uno impulsaban al otro a superarse a sí mismo para vencerlo: la juventud heroica vivía así en un acto de constante emulación.

Por eso también se admiran de la grandeza del enemigo: Aquiles, cuando cree que sucumbirá a manos del dios río Escamandro, se lamenta de no ser al menos muerto por Héctor, un valiente. Los héroes se alegran cuando ven frente a sí un adversario digno, cuya virtud garantiza que la lucha será hermosa, que sacará lo mejor de sí mismo, y que de vencer, les reportará una mayor gloria, de la cual los héroes son insaciables.

Los héroes entienden la fidelidad a su identidad como un deber, que se despierta ante el ideal, y que al ser violado despierta el sentimiento de Némesis, o venganza. La areté, por un lado, viene heredada por la sangre, de los progenitores ilustres que han dado origen al héroe, por lo que se alegran de cantar su ascendencia. Pero junto con ser un don, la areté supone un acto constante de apropiación mayor de esa identidad heroica que ha sido transmitida de generación en generación y que de esta manera, se convierte también en un llamado.

La areté que viene por la sangre sólo se puede conservar por el ejercicio de las virtudes mediante la cual ha sido ganada. Esto se desprende de los orgullosos discursos en que cada guerrero se presenta ante su rival: el desafío de la lucha que se yergue frente a él lo invita a afirmarse a sí mismo. Cuando el héroe troyano Glauco enfrenta al gran Diomedes, concluye su presentación diciendo: “Hipóloco me engendró, de él tengo mi prosapia. Cuando me mandó a Troya me advirtió con insistencia que luchara siempre para alcanzar el precio de la más alta virtud humana y que fuera siempre, entre todos, el primero. Tal alcurnia y tal sangre me glorío de tener.” Sólo siendo el primero, el héroe Glauco sería fiel a su sangre, a la areté ganada por su padre. Por ello un epíteto común de los héroes homéricos es “esforzado”, por la fortaleza de su voluntad que los llevaba a vencerse. En repetidos pasajes se habla de recordar la belicosidad, la fuerza, la valentía. Muchas veces los líderes, al ver que la moral de sus hombres decae o para levantarles el ánimo antes de la batalla, los llaman a recordar quienes son, a “ser hombres y recordar el impetuoso coraje.” La muerte pone fin a la hombría, a la posibilidad de ser valiente, y eso los lleva a despreciarla y a marchar con pena al reino de los muertos.

El carácter heroico ante la muerte es retratado a la perfección en la historia de Aquiles. Cuando pequeño su madre lo quiso hacer inmortal hundiéndolo en las aguas de la laguna Estigia; sin embargo, dejó sin humedecer su talón. Y a la diosa se le revela este hado, conocido a lo largo de todo el poema por su hijo: “…a mí dobles Parcas me van llevando al término de la muerte: si sigo luchando en torno a la ciudad de los troyanos, se acabó para mí el regreso, pero tendré gloria inconsumible; en cambio si llego a mi casa, a la tierra patria, se acabó para mí la noble gloria, pero mi vida será duradera y no alcanzaría nada pronto el término que es la muerte.” En un primer momento, Tetis intentará esconder a su hijo: lo vestirá de mujer e intentará que pase desapercibido entre las doncellas del reino de Esciros. Antes de la guerra los aqueos reciben el augurio de que necesitan que Aquiles luche por ellos para ganar. Al llegar al reino la embajada aquea buscando al héroe, pero no logran distinguirlo; sin embargo, Odiseo, “fecundo en ardides” como lo cataloga la Ilíada, sabe a quien busca: toma una lanza y la arroja al centro de la sala. Aquiles la empuña, quedando claro que no es una doncella destinada a la rueca, sino el héroe que decidiría el destino de la guerra. Opta por la vida corta y hermosa, fiel a su destino heroico, a pesar de la tristeza que implica la muerte. Las palabras de Aristóteles vuelven a iluminar los valores de la época antigua: quien realmente se ame a sí mismo “…preferirá vivir brevemente en el más alto goce que una larga existencia en indolente reposo; preferirá vivir un año sólo por un fin noble, que una larga vida por nada; preferirá cumplir una sola acción grande y magnífica, a una serie de pequeñeces insignificantes.” Aquiles sabe que matar a Héctor hará que el destino marche más rápidamente sobre él, pero la mayor hazaña para él bien vale la vida. La gloria imperecedera se revela como el mayor bien para los mortales.

Héctor, por otra parte, se nos presenta como más humano. Él es hijo hombres, no de dioses; no posee la fuerza de Aquiles. Y si bien quisiera ser como los olímpicos, y tener su fuerza e inmortalidad, es bien consciente de que no lo es: es herido, escupe sangre, pierde el conocimiento. Incluso, se nos revela que hay muchos héroes que son físicamente superiores a él, como Aquiles y aún el mismo Áyax. Esta conciencia lo hace ser también un hombre prudente cuando debe serlo: huye de Áyax porque sabe que Zeus se enfurece con él cuando enfrenta a un guerrero superior. En él vemos brillar la virtud de la sophrosine, de la mesura que carecía Aquiles, indomable en su furia destructora. Y sin embargo, a pesar de su humanidad, ¡cómo temen los aqueos a este hombre! Así, cuando los aqueos lo ven acometer las filas de los guerreros, “…se intimidaron y a todos el ánimo se les cayó a los pies.” El mismo Aquiles lo considera un enemigo digno y temible. La grandeza se revela en su humanidad, y se compara, a pesar de su fragilidad, con los dioses: tal como Poseidón, el dios del mar, defendía a los aqueos, Héctor defendía a los troyanos, a sus esposas y a sus hijos, quienes por esta razón lloran tanto su muerte. El libro VI, de singular belleza, nos narra la aristía, palabra que designa la “principalía” u “optimación” de Héctor, en la que vemos el encuentro del héroe con su esposa Andrómaca. Luego de entrar en el palacio de Troya, cubierto con la sangre y el sudor de la guerra, ella se lamenta por el abandono de su esposo y de su próxima viudez, y le dice acertadamente: “!Desgraciado! Tu ánimo de perderá.” No era poco lo que esta mujer había sufrido: Aquiles había matado a su padre, a sus siete hermanos y había hecho esclava a su madre, la que luego había muerto. Héctor mismo sufre por el destino de su desdichada esposa, ya que será hecha esclava, y dice que

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