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La Mansion Del Pajaro Serpiente


Enviado por   •  16 de Marzo de 2012  •  10.592 Palabras (43 Páginas)  •  1.095 Visitas

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INTRODUCCION

Que estas historias sean para mis hijos!

Que las lean primeramente con su mente infantil. Que vuelvan a leerlas más tarde y que traten de comprender o sobrepasen entendiendo lo que yo escribí con toda sencillez en la mañana de mi vida.

No les cuento sino lo que me contó Pedro Culán, el viejo cazador de animales y visiones en nuestro mundo tropical, tan cruel, tan bello y tan complejo. Que se agraden que se acostumbren al estilo repetidor y sencillo de Pedro Culán, el cazador cakchiquel, que fué también de nuestros primeros y verdaderos padres. Que se acostumbren a conocer los nombres de las cosas y de los seres que los rodean y que han de rodearlos en ese mundo en que han de vivir, pensar y morir. Que lo desprecie aquel que desprecie a los indios y que no tarde en convivir con ellos, huyendo así de la Gran verdad.

Que sepan que el nombre de Tix significa pizote, así como el de tu, paloma. Que vean lo que no son capaces de ver aquellos ojos que se ciegan ante la amalgama misteriosa de la selva... Que sepan que la vida es una inmensa selva donde abundan Sochoj, la cascabel; Rchab-Quih, el coral, Cux la comadreja y también Ixoquej la venada y la paloma espumuy... Que no olviden nunca que un (anda solo), un Itzul, nace entre cada mil y es el que sabe alejarse para siempre del plano de la vida de los pizotes vulgares... Que no olviden que ni siquiera Lamyá, el manatí, pudo saber toda la verdad... Que traten de esquivar a Balam, el poderoso de las selvas... Que no olviden la estéril carrera de Quej, el Gran señor de los cuernos. Que se rían de las grandezas de Coy, el mico... Que no olviden que en la selva de la vida hay alguien que acecha en cada matorral... Que sepan que tan sólo en la soledad se oye el dulce canto de Chajalcigüan, el guardabarranco...

Que no olviden el vuelo indiferente de Gug, el quetzal, sobre las miserias donde la sombra de sus plumajes tornasoles se perfila, porque aquel que está en la luz nunca comprende a los que están en la sombra.

La selva vertió sobre mí el enorme coco de sus secretos... Muchos resbalaron y cayeron, pero muchos fueron tragados, absorbidos...

Los que así entraron en mi ser, pronto germinaron al pie de mi corazón y pronto lo cubrieron totalmente con un matapalo agobiante de deseos...

Luego nacieron los grandes bejucos que debían aprisionar mi alma a sus entrañas eternamente...

Porque así es la selva... ¡Aquel que de ella sale no puede nunca arrancarse los mozotes de su recuerdo!

Muy pronto se van cayendo las visiones de lo terrible que existe en ella; muy pronto fué olvidada la telaraña de zancudos!

Muy pronto fué olvidado el aguacero de sudor que el sol filtra por los árboles.

Muy pronto se olvidó la tarántula peluda que adorna los objetos como broche del infierno...

Ya no va quedando sino el recuerdo de su música que revienta por los cielos en la marimba de sus pájaros, en el repiqueteo dulce, monótono de sus chiquirines y sus chicharras...

Ya se olvido el vaho pestilente de los suampos, para recordar tan sólo el aroma de los lirios tristes que crecen en su orilla, o el de la flor del zuquinai, o el incienso incomparable de la tierra húmeda, llorosa y fecunda.

¡Ya se olvidó el roce del quemante chichicaste, pero aun persiste la dulce caricia de la orquídea blanca!

¡Ya se olvidó el obsesionante sobresalto del cuerpo de las víboras, pero aun persiste la visión del fuego del venado!

Ya se olvidó todo lo que es cruel, lo que es martirio aplastante...

¡Ya sólo queda la urgencia de volver a la selva!

PEDRO CULÁN

LA MANSION DEL PAJARO SERPIENTE

EL ANDA SOLO.....

I

Cuando nació, su madre se sintió muy feliz. La joven madrecita no había tenido hijos, y eso que habían ya pasado dos inviernos desde que se apartó de su familia, en el bosque de la Poza redonda, para seguir al ser que el destino puso ante su faz.

Desde entonces, había procurado ser una esposa modelo, y su señor y dueño estaba muy agradecido. Muy felices habían sido los dos durante su primero verano. Ambularon solitarios por los parajes más hermosos. Atravesaron una gran selva, de árboles tan altos y tupidos que el sol apenas si lograba filtrarse como a través de un enorme cristal verde... Todo estaba silencioso, y el rumor del airecillo meciendo las ramas, con el cantar de los pájaros, era lo único que se escuchaba calladamente.

Tan hermoso encontraron el lugar que ella quiso quedarse para siempre y, para darle gusto, él se puso inmediatamente a buscar una casa cómoda.

Pronto la encontraron. Husmeando aquí y allá, llegaron los dos al pie del Inup, la vieja ceiba, cuyo altísimo tronco estaba totalmente cubierto por el matapalo. Él dirigió los ojos hacia lo alto y sus hermosos bigotes blanquecinos se agitaron cuando la sabiduría de su nariz exploró el ambiente. Todo debió parecerlo sin novedad porque miró a la compañera pidiendo su aprobación.

Aquélla contemplaba la hermosa red verde del matapalo salpicada profusamente de quiebracajetes morados, blancos y rojizos... ¡Qué lindo sería tener esa hermosa escala para su casa!

Juntos recorrieron la mansión , que se les figuraba un palacio. Algo obscura estaba, pero pronto descorrieron la verde persiana del patapalo y entró la claridad a borbotones... ¡Qué hermosa! Ella estaba feliz. Se acariciaron largamente. ¿Quién habría construido aquel palacio? ¿Quién sería el que hizo tanta maravilla en la solidísima pared de la gran ceiba? ¡Algo obscuras estaban las paredes, como ahumadas agrietadas!... Probablemente fue Víbora del cielo, que se lanza sobre la selva en la época de las grandes lluvias y los grandes ruidos. Pero, fuera quien fuese, él y ella habían encontrado lo que buscaban: un lugar seguro donde poder ser felices y donde esperar tranquilamente la llegada de los herederos.

Un día estaba él a una hora desusada frente a la puerta de su casa, se hallaba tendido cómodamente en el piso del agujero que el sol calentaba con sus flechitas perpendiculares, alisándose con la lengua la hermosa piel café y plata de su dorso, cuando sintió un ruido en la mismísima pared de su morada.

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